He estado esta semana en Barcelona, donde me habían invitado a impartir una conferencia sobre la encíclica Laudato si a unos empresarios de la ciudad, antiguos alumnos del IESE. Como acabó tarde en la noche, me quedé allí a dormir y aproveché para visitar la Sagrada Familia, que no había visto desde su inaguración. Supongo que sobran las palabras para exaltar las maravillas de ese templo, quizá el más emblemático del arte religioso contemporáneo. Es difícil combinar en una sola obra la excelsitud artística y la hondura religiosa: hay artistas creyentes que han ofrecido un mensaje espiritual de gran envergadura; hay agnósticos que han hecho obras de arte muy bellas, quizás alguna de índole religioso, pero unir y superar ambas dimensiones parece reservado solo a artistas geniales con una fe muy profunda. Gaudí es un personaje excepcional, no voy yo a descubrirlo, y su mensaje sigue tan vivo y actual como en el momento en que propuso sus grandes obras, singularmente este templo al que dedicó lo mejor de su creatividad y su espiritualidad.
Tras visitar con detalle el templo, abarrotado de turistas de todas las lenguas y colores, me entretuve en el museo, donde se narran las distintas fases de la construcción, los promotores de la obra, su sentido último (en honor a San José, inicialmente, luego a la familia de Jesús, y en última instancia a toda la Iglesia), y sus avatares históricos. Es bien sabido que la terminación de la Sagrada Familia ha chocado con muchas dificultades; una de las más destacadas es la falta de información sobre algunas de las soluciones arquitectónicas propuestas por Gaudí, ya que su estudio fue atacado e incendiado al inicio de la Guerra Civil española, especialmente virulenta en Barcelona, donde se combinaron la guerra entre bandos y los conflictos internos en el bando republicano. En el museo se indica que fueron "turbas incontroladas" quienes provocaron la destrucción. No voy a entrar ahora en el detalle histórico de lo que allí ocurrió, pero me hizo pensar en quién pone en marcha un proceso que acaba en que un grupo de seres humanos considera un progreso destruir un monumento religioso, en última instancia la expresión de la cultura de un pueblo, del mismo pueblo al que pertenecen esas "turbas incontroladas". No es necesario indicar que ese tipo de acciones "incontroladas" fue tristemente célebres en el inicio y en el fin de la II República española. Tampoco es necesario recordar el ingente daño que produjo a nuestro patrimonio artístico, sumado al que ya se había producido en la mal llamada desamortización (ahora diríamos "expropiación indebida") de los bienes eclesiásticos en el s. XIX. Pero sí es preciso recordar lo ocurrido, para evitar que vuelva a ocurrir. Nunca puede considerarse progreso la destrucción: Nunca. Destruir obras de arte religiosas no es desgraciadamente patrimonio de un determinado sector de la izquierda española, también lo vemos ahora nítidamente en las acciones del Daesh. Ellos saben bien que destruir los restos artísticos es destruir la cultura de un pueblo, aniquilarlo también en sus raíces.
Al terminar mi visita al museo, vi un documental que narraba en imágenes la construcción del templo y simulaba las fases que quedan por constuir. También hacía referencia el vídeo a la destrucción del estudio de Gaudí, pero en este caso se decía literalmente: "La iglesia se quemó durante la Guerra Civil española". El matiz me resultó chocante, y me parece que tergiversa la verdad de los hecho. No, la iglesia no se quemó, como podría haberse quemado cualquier edificio por accidente o infortunio. La iglesia fue quemada intencionalmente, como manifestación del odio a la religión católica que movía a esas "turbas incontroladas", el odio que alguien atizó en años previos, el mismo odio que sigue presente en algunos estratos de la sociedad española. Hace unos días pusieron en mi parroquia una pintada con el conocido lema: "La iglesia que mejor ilumina es la que arde". Es terrible la pérdida de la memoria histórica, porque estamos siempre aprendiendo de nuevo, porque no nos aprovecharán los errores del pasado. Ignorar la historia es tremendo, pero peor todavía es interpretarla a conveniencia propia, o peor aún inventarla.
Tras visitar con detalle el templo, abarrotado de turistas de todas las lenguas y colores, me entretuve en el museo, donde se narran las distintas fases de la construcción, los promotores de la obra, su sentido último (en honor a San José, inicialmente, luego a la familia de Jesús, y en última instancia a toda la Iglesia), y sus avatares históricos. Es bien sabido que la terminación de la Sagrada Familia ha chocado con muchas dificultades; una de las más destacadas es la falta de información sobre algunas de las soluciones arquitectónicas propuestas por Gaudí, ya que su estudio fue atacado e incendiado al inicio de la Guerra Civil española, especialmente virulenta en Barcelona, donde se combinaron la guerra entre bandos y los conflictos internos en el bando republicano. En el museo se indica que fueron "turbas incontroladas" quienes provocaron la destrucción. No voy a entrar ahora en el detalle histórico de lo que allí ocurrió, pero me hizo pensar en quién pone en marcha un proceso que acaba en que un grupo de seres humanos considera un progreso destruir un monumento religioso, en última instancia la expresión de la cultura de un pueblo, del mismo pueblo al que pertenecen esas "turbas incontroladas". No es necesario indicar que ese tipo de acciones "incontroladas" fue tristemente célebres en el inicio y en el fin de la II República española. Tampoco es necesario recordar el ingente daño que produjo a nuestro patrimonio artístico, sumado al que ya se había producido en la mal llamada desamortización (ahora diríamos "expropiación indebida") de los bienes eclesiásticos en el s. XIX. Pero sí es preciso recordar lo ocurrido, para evitar que vuelva a ocurrir. Nunca puede considerarse progreso la destrucción: Nunca. Destruir obras de arte religiosas no es desgraciadamente patrimonio de un determinado sector de la izquierda española, también lo vemos ahora nítidamente en las acciones del Daesh. Ellos saben bien que destruir los restos artísticos es destruir la cultura de un pueblo, aniquilarlo también en sus raíces.
Al terminar mi visita al museo, vi un documental que narraba en imágenes la construcción del templo y simulaba las fases que quedan por constuir. También hacía referencia el vídeo a la destrucción del estudio de Gaudí, pero en este caso se decía literalmente: "La iglesia se quemó durante la Guerra Civil española". El matiz me resultó chocante, y me parece que tergiversa la verdad de los hecho. No, la iglesia no se quemó, como podría haberse quemado cualquier edificio por accidente o infortunio. La iglesia fue quemada intencionalmente, como manifestación del odio a la religión católica que movía a esas "turbas incontroladas", el odio que alguien atizó en años previos, el mismo odio que sigue presente en algunos estratos de la sociedad española. Hace unos días pusieron en mi parroquia una pintada con el conocido lema: "La iglesia que mejor ilumina es la que arde". Es terrible la pérdida de la memoria histórica, porque estamos siempre aprendiendo de nuevo, porque no nos aprovecharán los errores del pasado. Ignorar la historia es tremendo, pero peor todavía es interpretarla a conveniencia propia, o peor aún inventarla.