“Entonces el Espíritu llevó a Jesús al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba” (Mt 4,1)... Todo lo que Jesús sufrió e hizo estaba destinado a nuestra instrucción. Ha querido ser llevado a este lugar para luchar con el demonio, para que nadie entre los bautizados se turbe si después del bautizo es sometido a grandes tentaciones. Antes bien, tiene que saber soportar la prueba como algo que está dentro de los designios de Dios. Para ello habéis recibido las armas: no para quedaros inactivos sino para combatir.
Por esto, Dios no impide las tentaciones que os acechan. Primero para enseñaros que habéis adquirido más fortaleza. Luego, para que guardéis la modestia y no os enorgullezcáis de los grandes dones que habéis recibido, ya que las tentaciones tienen el poder de humillaros. A demás, sois tentados para que el espíritu del mal se convenza de que realmente habéis renunciado a sus insinuaciones. También sois tentados para que adquiráis una solidez mayor que el acero. Finalmente, sois tentados para que os convenzáis de los tesoros que os han sido dados. Porque el demonio no os asaltaría si no viera que recibís un honor mayor. (San Juan Crisóstomo (c. 345-407), Homilía sobre Mateo 13,1)
¿Qué quiere el maligno al tentarnos? Evidenciar que somos simple polvo y que cualquier soplo nos dispersa. Busca nuestra desesperación, que perdamos la confianza en el Señor y aceptemos que no podemos seguirle. Busca que miremos hacia atrás y veamos todo lo que dejamos, para que nos quedemos petrificados como la esposa de Lot. Busca que nuestra escasa voluntad se agote, de forma que no atendamos a la llamada de Cristo, que viene a visitarnos. Sin la Luz, que es Cristo, somos incapaces de darnos cuenta de todo lo que Dios nos ha regalado por medio del bautismo. Entre estos regalos, tenemos los demás sacramentos y el ámbito sagrado de nuestra fe.
Vivimos una época en que olvidamos la necesidad de la Gracia de Dios y por lo tanto, los sacramentos nos parecen algo intrascendente. Podemos ver esto en todas las discusiones sobre el matrimonio y las expectativas de desacralización que tienen muchas personas dentro de la Iglesia. Una Iglesia gestora de realidades mundanas deja de ser camino sobrenatural hacia de Cristo. Si miramos las tentaciones de Cristo veremos que son las mismas tentaciones a las que la Iglesia y nosotros mismos, nos enfrentamos en este momento.
La primera tentación proviene de las limitaciones de nuestra naturaleza. Tenemos hambre y no tenemos comida. El maligno le dice a Cristo que convierta las piedras en panes y así dejar de sufrir. Le tienta haciéndole ver que el sufrimiento es inútil y que siempre tenemos medios para dejarlo atrás. Hoy en día el maligno nos ofrece una Iglesia que se dedique a convertir piedras en panes, como una ONG cualquiera. Una Iglesia dispuesta en anestesiar antes que acompañar en el sufrimiento. Una Iglesia que acepte cambios imaginativos en su doctrina, para que no tengamos que convertirnos y vivir el dolor que conlleva negarnos a nosotros mismos.
La segunda tentación proviene del la relevancia y el miedo a caer desde lo alto. El maligno le dice a Cristo que se tire desde lo alto, que ya vendrán los ángeles a sostenerlo. Es la tentación de la impulsividad que prima lo aparente sobre lo profundo. El maligno nos ofrece una Iglesia aplaudida por el mundo. Una Iglesia que prefiere caer, pecar y ser mundana, porque sabe que los ángeles vendrán a sostenerla. Una Iglesia que rechaza el sacrificio y la honestidad y se escuda en un “dios” cómplice con nuestras infidelidades.
La tercera tentación es la que mejor podemos ver en estos momentos. El maligno nos ofrece una Iglesia “mass media” que forme parte de los poderes del mundo. Una Iglesia que se sienta cómoda saliendo en la portada del Times y que recoja el premio Nobel de la Paz. Una Iglesia que responda a lo que los poderes de la tierra esperan de ella, porque se arrodille a los pies del maligno.
Pero Cristo fue capaz de mantener su fidelidad y entereza por encima de las tentaciones que el maligno le realizó. La gran pregunta es si nosotros seremos capaces de ser igual de fieles aunque nos llamen rigoristas y cosas por el estilo. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, por ello no tenemos que temer. Cristo niega al maligno la victoria, aunque haya personas que decidan seguir los pasos de la perdición.