Mariano Mullerat, alcalde católico de Arbeca, tenía la premonición de su martirio
Mariano Mullerat llevaba dos años viviendo y ejerciendo de médico en Arbeca cuando el 29 de marzo de 1924, a sus 27 años era elegido alcalde por acuerdo unánime de los
concejales, y en los siete años en que ejerció el cargo hizo cambiar la fisonomía moral y material de la población.
Dispuso la consagración de la villa al Sagrado Corazón de Jesús tras una novena de misión en la parroquia, recibiendo a los misioneros a la entrada del pueblo, y el día de la entronización de su imagen en el salón de sesiones del Ayuntamiento salió al balcón para explicar a la gente reunida en la plaza el significado del acto y las bendiciones que esperaba traería al vecindario.
Quiso cumplir su mandato haciendo honor al escudo de la villa que representa a la paloma con un ramo de olivo en el pico que volvió al Arca de Noé indicando había cesado el diluvio, (Génesis 8,11), símbolo de la preciada oliva arbequina, propia de su zona, introducida por el duque de Medinacelli, señor de Arbeca, durante el siglo XVIII. Mariano quiso cumplir su mensaje de paz gobernando sin partidismos y procurando el bien común de sus habitantes.
Asistía al frente de la Corporación a las solemnidades religiosas, y restableció la antigua fiesta votiva de Santa Madrona, patrona junto con San Jaime de la villa, que hacía más de 80 años que no se celebraba.
Durante sus dos trienios como alcalde promovió la cultura del pueblo, creando la Biblioteca Municipal y proyectó la construcción de las nuevas escuelas. Aumentó las tierras de regadío e impulsó la mejora urbanística construyendo aceras en las calles. Renovó la maquinaria para subir el agua del canal de Urgel a los depósitos del pueblo y llevarla a todas las casas, e inauguró el cuartel para la Guardia Civil.
Como defensor de toda sana ideología y de la bona parla” fundó L'Escut, quincenal que se publicó entre 1923 y 1926, y en el que decía que «Cataluña ha encontrado en la religiosidad de todo un pueblo, el elemento básico para señalar con sólido hito el principio del camino recto de su prosperidad y grandeza, pues como dijo el inmortal Torras i Bages, Cataluña será cristiana o no será».
[http://www.arbeca.cat/municipi.php?cs=10&csb=2]
En uno de sus últimos números, el del 15 de octubre de 1926, escribía el que podría ser lema de su mandato: Los pueblos y naciones que han tenido por bandera la Cruz de Cristo, han seguido una conducta recta, honrada y digna, llena de gloria y grandeza; y en otra ocasión comentaba: Gracias a Dios que hay quienes se han dado cuenta de la importancia decisiva de nuestra religión en el resurgimiento de nuestro pueblo.
Con la llegada de la República comienza la persecución religiosa
Fue depuesto de alcalde al proclamarse la segunda República en abril de 1931.
En la fiesta de las Almas del Purgatorio era tradicional en Arbeca la procesión al cementerio para rezar por los difuntos fallecidos en el año, pero las nuevas autoridades la prohibieron. Don Mariano convocó a multitud de feligreses a rezar el rosario en la capilla del cementerio, dirigiéndolo él. Cuando quitaron los crucifijos de las escuelas, Don Mariano los compró y regaló a sus parientes y amigos, rogándoles lo llevasen visible colgado al cuello para mostrar eran católicos. Los anticlericales no se lo perdonarían.
En los primeros días tras el alzamiento militar, los del Centro Republicano sacaron las imágenes de la iglesia, las destrozaron y quemaron en la plaza. Al ver la pira, Don Mariano permaneció en silencio un buen rato ante sus restos humeantes, sin duda rezándoles. Les preguntó a los incendiarios: -¿Por qué lo hacéis?, y le respondieron: -Lárgate si no quieres que te lo hagamos también a ti. A un amigo le comentó: -Esto no puede acabar bien, a lo que éste le contestó: -Márchese del pueblo, por favor, no quisiera que le pasase algo...
La gracia del Señor no le faltará
Buscó una casa donde pudieran refugiarse las hermanas dominicas expulsadas de su Colegio de San José, instalándolas en un inmueble cedido por Joan Gras, padre de familia que sería asesinado junto a nuestro beato.
Escribe la Hermana Concepción Fortuny:
Cuando nos vimos forzadas a abandonar nuestro convento y a alojarnos en una casa de una familia amiga, Don Mariano siguió visitándonos y nos ayudó a aceptar con entereza los planes de la Providencia. Su testimonio afianzó mi fe y confianza en Dios, sobre todo en los duros momentos en que me vi acometida por el Presidente del Comité, quien con insistencia quería acompañarme a la casa de mis padres. Mi zozobra, angustia y miedo se desvanecieron al oír de los labios de Don Mariano, con el
temple que le caracterizaba: La gracia del Señor no le faltará, Hermana.
[Retablo del Santo Cristo -quemado en 1936- de la parroquia de San Jaime de Arbeca]
No me iré, lo dejo todo a la voluntad de Dios
Ante las primeras noticias que llegaban de los asesinatos que cometían los Comités en los pueblos de la comarca, el director del banco le aconsejó que se marchara a Zaragoza y allí esperara acontecimientos. Don Mariano tomó su coche y sin decir nada a su familia se puso en camino hacia la capital aragonesa, pensando avisarles cuando llegara para que sigilosamente viniesen también todos. Pero cerca de Lérida se detuvo ante una ermita de Nuestra Señora y le pidió luz para saber si su decisión era la procedente. Se sintió inspirado, y se dijo: -No me iré, lo dejo todo a la voluntad de Dios, y dando media vuelta, retornó a Arbeca.
Este hecho acreditado lo destacan los miembros de la comisión de teólogos que en fase romana examinaron la positio: sabía que volver a casa a rencontrar a sus enfermos y a sus familiares era ir hacia la posibilidad real del martirio, como así fue, pero él no tenía miedo, vivía en gracia de Dios, y se había preparado, para cumplir de buen grado su voluntad.
Mártir propter fidem, y también propter caritatem
Recoge su biografía que, consciente del peligro que corría por el catolicismo que públicamente profesaba en el ámbito personal, profesional y público, “se fue preparando para lo que presentía le iba a ocurrir, y ya desatada la persecución sangrienta, arriesgó la vida manteniéndose generosamente al lado de sus enfermos”.
Lo recuerda Rosita Serra: -Yo tenía 10 años y estaba muy malita… oí como mi padre conversaba con el Dr. Mullerat recién empezada la persecución religiosa. El Dr. Mullerat le dijo: -Mi convicción religiosa y mi conciencia no me permiten dejar a mis enfermos, así que pase lo que pase, nunca los abandonaré.
Por ello Mariano Mullerat no sólo es mártir propter fidem, sino también propter caritatem; pues enseña Santo Tomás: «Padece como cristiano no solo el que padece por la confesión verbal de la fe, sino todo el que padece (martirio) por hacer un bien y evitar un mal por Cristo, porque todo esto se incluye dentro de la confesión de la fe» (ST c., Q.124, Art. 5, ad 1 m.)
Cada día Don Mariano, antes de salir de casa, rezaba la oración de la buena muerte ante el Santo Cristo del salón. Conocía el rumor que circulaba por la villa de que él sería el primer vecino asesinado, pero no se amedrentó, y manifestó a sus familiares estar dispuesto a sufrir todo por la religión y preparado para comparecer ante el tribunal de Dios; que perdonaba a sus futuros asesinos, y que envidiaba la suerte del P. Pro de poder morir gritando ¡Viva Cristo Rey!
En su visita, el día antes de su muerte, dijo a su cuñada dominica: ¡Que suerte poder dar la sangre por Cristo!
La Iglesia Católica, sin el martirio no existiría
Don Mariano repetía a menudo a sus amigos la afirmación de Torras y Bages en su pastoral La Gloria del Martirio de que la más espléndida confesión de la fe es el martirio, que es la gran gloria de la Iglesia Católica, pues sin el martirio no existiría la Iglesia.
El 12 de agosto, víspera de su muerte, pasó visita a sus enfermos escoltado por dos milicianos. Cuenta María Romeu que su padre le dijo: -Doctor Mariano, ¿no tiene usted miedo en estos momentos?, y que él le contestó: ¡Peret, confianza en Dios! Sacó el Santo Cristo que llevaba en el bolsillo, se lo dio a besar a mi padre, y luego lo besó él, y le dijo: Peret, si no podemos vernos más… ¡hasta el Cielo!
La Hermana dominica Rosa Ribera cuenta que el 12 de agosto la visitó el Dr. Mullerat, “tenía sobre la cama un libro. Lo cogió para hojearlo y vio en él un recordatorio con la foto de mosén Josep Morta, párroco de Navás, asesinado en la revolución del 6 de octubre de 1934. Cogió el recordatorio y estuvo mirándolo fijamente durante un rato con mirada profunda, como rezándole, presintiendo lo que le iba a pasar pronto a él”.