Clara Campoamor Rodríguez nace en Madrid un 12 de febrero como ayer –razón por la que nos parce apropiado dedicarle hoy esta entrada- pero del año 1888, hija del contable de un periódico, Manuel, y de una costurera, Pilar, matrimonio que tendrá otros dos hijos, aunque sólo uno, Ignacio, sobrevivirá.
Huérfana de padre a los trece años, Clara trabaja desde muy joven: telefonista, funcionaria de correos, traductora de francés, secretaria de dirección en el periódico La Tribuna... En 1920, con treinta y dos años de edad, da un paso importante: se matricula en la escuela secundaria y entra en la facultad de derecho, terminando la carrera en apenas dos años y convirtiéndose en una de las primeras abogadas en ejercicio de España y la primera en actuar ante el tribunal Supremo.
Por ese entonces se une a la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, que presenta el manifiesto "A las mujeres españolas", y realiza su entrada en política. Aunque se acerca al PSOE, nunca militará en él, condenando, de hecho, la colaboración del Partido Socialista Obrero Español con la dictadura primorriverista. Se afilia a la Agrupación Liberal Socialista, que abandona por parecido motivo, de donde pasa a trabajar con Martí Jara en la creación de Acción Republicana de Manuel Azaña. En los prolegómenos de la proclamación de la II República, asume la defensa de los implicados en el golpe republicano de Cuatro Vientos y Jaca, entre los cuales su propio hermano Ignacio.
Clara será elegida diputada en las primeras cortes republicanas de 1931 aunque finalmente lo hará en las listas del Partido Radical de Alejandro Lerroux, en unas elecciones en las que se da la paradójica situación de que las mujeres son elegibles pero no electoras. Sin ser la primera mujer diputada, como es generalmente reconocido, se acostumbra a decir que sí fue la primera en tomar la palabra en el Parlamento español, honor que, sin embargo, como demostraremos en una próxima entrada en esta misma columna, tampoco le cupo, aunque le cupieran muchos otros.
Como quiera que sea, una vez diputada en el Congreso, Clara comienza la labor que dará razón de ser a su entera existencia: su lucha por los derechos de las mujeres y particularmente, por el sufragio femenino universal
(1), que llevado al debate constitucional, ve enfrentarse a dos mujeres, una favorable, Clara Campoamor, y otra, por paradójico que pueda parecer, contraria, Victoria Kent, del Partido Republicano Radical Socialista. Y es que contrariamente a lo que algunos habrían esperado, la que con mayor ahínco combatirá en la República el sufragio femenino es la izquierda. Una figura tan importante como Indalecio Prieto, presidente del Partido Socialista Obrero español y ministro de Defensa, se negará a votar el sufragio femenino. Victoria Kent pronunciará en el hemiciclo palabras tan reveladoras sobre su fe en el derecho de las mujeres a opinar y a votar como las siguientes:
“Es por lo que me levanto esta tarde para pedir a la Cámara que despierte la conciencia republicana, que avive la fe liberal y democrática y que aplace el voto de la mujer […]
No, señores diputados, no es cuestión de capacidad, es cuestión de oportunidad para la República”.
A Margarita Nelken, del Partido Socialista Obrero Español, debemos estas palabras no menos reveladoras:
“Poner un voto en manos de la mujer es hoy, en España, realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario”.
Palabras a las que Clara Campoamor responde:
“Yo señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho”
Al final, la unión de la derecha con algunos diputados de izquierdas conseguirá la aprobación del sufragio femenino, ahora bien, no sin dificultades: 161 votos favorables frente a 121 contrarios dan buena fe de lo dicho. Y eso con un abstencionismo del 40% de la cámara, que se dice pronto.
En las segundas elecciones republicanas, ganadas por la derecha, Campoamor no renueva, rompiendo con el Partido Radical precisamente por el acercamiento de Lerroux a la CEDA. Intenta entonces una aproximación a Izquierda Republicana, pero su candidatura no es aceptada.
La Guerra Civil le hará conocer las hieles del exilio. Un exilio que inicia en París, continúa en Buenos Aires y luego en Lausana, y que, literariamente hablando, será fructífero para ella, pues escribe
“La revolución española vista por una republicana” y una serie de biografías, género en el que se especializa, como las que dedica a ilustres mujeres de la historia española, Concepción Arenal, Sor Juana Inés de la Cruz, pero también a hombres, Quevedo verbi grata. Poco antes había escrito ya
“Mi pecado mortal. El voto femenino y yo”.
Intentará volver a España, pero las sospechas de su pertenencia a la masonería, aunque no llegó a ser procesada ni siquiera en ausencia, frustran el intento. Tras perder la vista, a la avanzada la edad de ochenta y cuatro años Clara termina muriendo de cáncer en Lausana el 30 de abril de 1972. Poco después, sus restos mortales vuelven por fin a España para ser enterrados en San Sebastián. Nunca se casó, y su vida privada permanece un auténtico secreto sobre el que ella nunca se expresó.
Poco después de muerta se suceden los actos de reconocimiento que le fue negado en vida. Amén de las muchas calles e institutos que en España llevan su nombre, se dotan los premios Clara Campoamor, se instala un busto suyo en el Congreso de los Diputados, se acuña una moneda con su efigie, se le da su nombre a un buque, y tantas y tantas cosas. Las mujeres españolas de hoy, la mayoría de las cuales ni de su existencia conocen, le deben sin embargo algo tan cotidiano y tan incuestionable como acudir a una mesa electoral a ejercer su derecho al voto cada vez que son convocadas elecciones.
Y bien amigos, que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Mañana más. O por lo menos lo intentamos.
(1) Tendremos ocasión de conocer, en esta misma columna, el tortuoso camino por el que transcurrió el sufragio femenino en España, lo que, a los efectos que aquí nos ocupan, quiere decir que lo que se dirime durante la República, y en lo que tan activa y eficazmente participa Campoamor, no es propiamente en el “sufragio femenino”, sino en el “sufragio femenino universal”.
©L.A.
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