Se acerca la Cuaresma y es necesario irnos preparando para este maravilloso Tiempo Litúrgico. Antiguamente, la Cuaresma marcaba el camino de catequesis para los que deseaban acceder al Bautismo en Pascua. Es un tiempo de reflexión, penitencia y contrición. Un tiempo en el que las apariencias deberían dejar paso a lo que realmente hay dentro de nosotros. La Cuaresma es el momento más propicio para buscar ser símbolos de Cristo en el mundo. Parábolas vivas de la Gracia de Dios. 

¿Qué dice, pues, Aquel que te habla? Que al decir: Mi boca habla sabiduría, entiende que lo que pronuncia la boca emana del fondo del corazón; y por eso añadió: y los pensamientos de mi corazón (hablan) ciencia. Inclinaré mi oído a la parábola, descubriré mi propósito en el salterio. ¿Quién es este del cual el pensamiento del corazón habla ciencia, de suerte que no sólo la tiene a flor de los labios, sino que la posee en su interior? ¿Quién es este que oye y habla de este modo? Muchos hablan lo que no han oído. ¿Quiénes son éstos? Los que no hacen lo que dicen. A éstos dice el Señor que, como fariseos, se sientan sobre la cátedra de Moisés. El Señor quiso hablarte desde la cátedra de Moisés por los que exponen las cosas que no hacen y al mismo tiempo quiso darte seguridad. No temáis. Las cosas que dicen—afirma el Señor—, hacedlas; las que hacen, no las hagáis, pues dicen y no hacen. No oyen lo que dicen. Los que obran en conformidad con lo que hablan, oyen lo que dicen, y, por tanto, hablan con fruto, porque oyen. (San Agustín. Comentario al Salmo 48, I, 4-5) 

Es interesante lo que nos dice San Agustín acerca de las apariencias y la realidad que escondemos detrás. Sin duda “muchos hablan lo que no han oído” y por eso comunican algo diferente a lo que Dios nos ha revelado. San Agustín tiene toda la razón al decir que estos son los que “no hacen lo que dicen”, porque lo que dicen no tiene coherencia y consistencia. Cuando lo que se dice y lo que se testimonia, están lejos y repletos de incoherencias, todo testimonio es imposible. La trascendencia que une lo sobrenatural a la nuestra vida, cada vez tienen menos importancia dentro y fuera de la Iglesia. Lo que importa es lo aparente, lo que se puede vender y lo que nos ofrece beneficios socio-culturales. 

Pero San Agustín nos ofrece una estupenda pista: “Inclinaré mi oído a la parábola, descubriré mi propósito en el salterio”. Hablar del salterio es hablar de los salmos, que son la forma en que la Palabra de Dios se hace presente entre nosotros. Inclinar el oído a la Parábola conlleva dejar de lado las apariencias y centrarnos en la profundidad del misterio. El sentido del ser humano y de todo lo que existe, está en la Tradición Apostólica. Buscar el sentido en la sociología, el marketing o las ideologías, sólo nos lleva hacia la esclavitud. Sólo Verdad nos hace libre y esto es revelación de Dios mismo. 

Seguramente nos hemos preguntado por el sentido de la penitencia. ¿Para qué tenemos que negarnos a nosotros mismos cuando nos ofrecen toneladas de cómplices pseudo-misericordias? Pensemos que la penitencia no es más que seguir a Cristo, tomando la cruz que todos llevamos con nosotros. Negar que necesitemos penitencia, es negar que tengamos que seguir a Cristo de forma profunda y no sólo mediante apariencias. Negar que necesitemos oración, es aceptar que Dios está tan lejos y es tan indiferente, que comunicarnos con Él resulta innecesario. Negar que la limosna (caridad) sea necesaria, es aceptar que lo importante es la filantropía que busca sentirnos bien nosotros mismos. Por desgracia, olvidamos que las tres columnas de la Cuaresma (Penitencia, oración y limosna) porque parece que no son necesarias para el cristiano agnóstico que está tan de moda en estos momentos.