Hago estas reflexiones tras ver el video que acompaña este post. Te sugiero verlo antes de leer el texto. El video es ameno, divertido y, sobre todo, expresa una gran verdad de la que muchas veces no nos damos cuenta. El video está en este enlace.

1. Serías consciente de que la oración no es una terapia psicológica
La oración no es una terapia psicológica para sentirse bien. ¡Cuántas veces vamos a la oración como si fuésemos al terapeuta! No se trata de un monólogo para exteriorizar ideas sino un diálogo confiado del que sales consolado porque has sido escuchado por Dios.

2. Repetirías con más atención y cuidado cada una de las palabras
Las palabras tienen un significado. En la oración no se trata de decir muchas o pocas palabras sino de comprender su sentido, asimilarlo, hacerlo nuestro y decírselo a un Dios que nos escucha.

3. Abandonarías la rutina y rezarías con más seriedad
Si en ocasiones la oración te parece rutinaria o aburrida es porque tal vez no te has detenido a considerar la profundidad de lo que en ella puedes manifestar, la realidad de quien te escucha y pone atención (¡Dios!) y, consecuentemente, la “seriedad” de lo que pides y recibes.

4. Te darías cuenta de que Dios te escucha… y crecerías en sinceridad
La oración equivale a una conversación entre tú y Dios. ¡Es un Dios que escucha! Y como esa otra persona es real y te conoce mejor que nadie no le puedes mentir. Conoce tus alegrías y tristezas, tus momentos de pecado pero también tu amor a Él. No lo podemos engañar y, curiosamente, precisamente por eso nos comprende. Esa comprensión divina que nace de un grande amor nos mueve a ser sinceros con Él.

5. Te percatarías de que orar es peligroso
La oración es peligrosa… porque Dios te da lo que necesitas aunque en los tiempos en que Él considera que más te conviene. Dios no hace las cosas rápidas, al “ay se va”, las hace perfectas. Y la perfección divina supone para nosotros un poco de paciencia.

6. Disfrutarías tu oración
Disfrutarías orar porque en la oración aprendes a ser feliz reconociendo tus límites pero sabiendo también que Dios se ocupa de ellos.