A) Unidad como silencio, vacío, independencia e indiferencia. Cada cual por su parte, ignorando a sus semejantes, para que no existe posibilidad de enfrentamientos.
B) Unidad sinfónica, que necesita de una armonía clara y de diversidad en las melodías que se desarrollan sobre la armonía previa.
"Conviene que tengáis un mismo sentir con vuestro obispo, que es justamente cosa que ya hacéis. En efecto, vuestro colegio de presbíteros, digno del nombre que lleva, digno de Dios, está tan armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira. (...) Por eso, con vuestra concordia y con vuestro amor sinfónico, cantáis a Jesucristo. Así, vosotros, cantáis a una en coro, para que en la sinfonía de la concordia, después de haber cogido el tono de Dios en la unidad, cantéis con una sola voz" (San Ignacio de Antioquia. Carta a los cristianos de Filadelfia IV, 1-2)
¿Qué es la armonía en música? Es el equilibrio de las proporciones (tonos, acordes y melodías) entre las distintas partes de un todo, de forma que el resultado muestre belleza. En música, el estudio de la armonía implica los acordes y su construcción, así como las progresiones de acordes y los principios de conexión que los rigen. Se suele entender que la armonía hace referencia al aspecto «vertical» de la música (simultáneo en el tiempo), que se distingue del aspecto «horizontal»: las melodías formadas por la sucesión de notas en el tiempo.
Indudablemente, el silencio impide que existan elementos que desentonen de forma desagradable al oído, pero el silencio nunca es la solución. La solución es que la diversidad de melodías no genere disonancias entre sí, además de estar siempre en consonancia con el fondo armónico. Actualmente vivimos una época en que damos más valor a las disonancias que a la belleza armónica. No aceptamos la armonía, que es la voluntad de Dios, desechando la Tradición, Magisterio y Doctrina eclesial. Por esto siempre terminamos creando obras experimentales, carentes de armonía, ritmo e interpretada por instrumentos poco adecuados.
Les comparto algunos errores que veo y he padecido durante mi recorrido eclesial:
- La La unidad no parte de reformas y renovaciones, sino de la gracia de Dios. La Santidad es lo que nos permite unirnos y trabajar juntos. Las reformas vienen después de la santidad, nunca antes.
- La unidad no se obtiene cambiando a la Iglesia para que se ajuste a mí, mis circunstancias y mis necesidades. La naturaleza humana necesita regenerarse por medio de la Gracia de Dios, no es la Gracia la que se ajusta a la naturaleza humana. ¿Es duro lo que dice Cristo en los Evangelios? Mucho. No busquemos reducir las exigencias para aparentar que cumplimos.
- Tener muy clara la diferencia entre fe y religión. Una vez tenemos claro esto, es necesario también claro qué parte una nuestra religión son “formas” y qué parte son “fundamentos”. Los fundamentos están dentro de la fe y no pueden cambiar. Las formas son importantes, pero su función es la comunicación interna y externa de la fe. Las formas deben cumplir su objetivo, por lo que a veces necesitan ser actualizadas, sin que el mensaje se vea transformado en lo más mínimo.
- No intentar engañar a los demás diciendo que lo fundamental es lo que se ajusta a mi carisma, sensibilidad o dones personales y lo demás es accesorio. Cada carisma y sensibilidad se ajusta a un eje fundamental y aporta formas adecuadas para la comunicación. Podemos pintar los engranajes de un color u otro, pero el eje de rotación no podemos tocarlo.
Sobre las reformas e renovaciones siempre hay que tener presente lo que dijo Cristo:
No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para darle plenitud [y cumplimiento]. Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla (Mt 5, 1718)
Muchas veces creemos que dar nueva vida es cambiar todo e inventarnos nuevas interpretaciones, pero esto es falso. Tengamos en mente la parábola de la Vid y los sarmientos. El cepellón de la vid no cambia, pero los sarmientos nacen, crecen, dan fruto y mueren. Los sarmientos cambian, pero no dejan nunca de ser sarmientos y cumplir con lo que su naturaleza les hace ser. Se adaptan a las circunstancias haciéndose más gruesos o finos, lisos o rugosos, pero no repudian lo que son para ser otra cosa.
Es necesario tener claro qué es lo fundamental. Para los creyentes apostólicos, lo fundamental es la revelación que se estructura en: Sagradas Escrituras y Tradición Apostólica. No podemos dejar de estar unidos a ambas porque perdemos totalmente la armonía y empezamos a crear melodías en disonancia con las demás. El Espíritu obra el milagro de la renovación que no rechaza ni una coma de la Palabra de Dios. El Espíritu hace nuevo al ser humano sin que deje de ser “ser humano”. El ideal no es ser mejor que la imagen de Dios que tenemos inscrita en nosotros, sino renacer del Agua y del Espíritu, para ser verdadera imagen de Dios.
¿Pueden cambiar las formas? Sin duda, porque las formas son manifestaciones de la naturaleza. Lo que no puede cambiar es el ser, significado y Misterio que hay en todo lo creado. Un ejemplo puede ser la evolución de la Liturgia a través de los tiempos: el idioma utilizado, los ornamentos, la forma de participar en la celebración, etc. Lo que no puede cambiar es el significado y el Misterio que hay en los sacramentos. ¿Por qué?
Les pongo un ejemplo. Los medios de comunicación han cambiado desde la prehistoria. Pero el proceso de comunicación no puede cambiar, ya que esto haría imposible el fin que tiene. Tiene que haber emisor y receptor, código, protocolo, corrección de errores, canales, sustrato físico, etc. Si quitamos cualquier parte, desaparece la comunicación. Si, por ejemplo, quitamos el receptor, por mucho que el transmisor simule que está comunicando, todo será una pantomima sin sentido. Si quitamos el sustrato físico, es decir, no hay medio físico que sirva a enviar y recibir mensajes, el emisor y el receptor podrán simular que se comunican, pero todo será una inmensa mentira.
Este es el peligro que corremos en estos momentos, reinventarnos la fe y la religión, para que se adapte a nuestro momento socio-cultural. Creernos que ajustar la Verdad a nuestras debilidades es misericordia. Asumir como verdad que la unidad nunca se ha roto y definirla como indiferencia y lejanía entre nosotros.