En el evangelio de hoy domingo hay algo que siempre me ha llamado la atención ¿Cómo Cristo se abrió paso entre aquellas personas que querían despeñarlo para no tener que escuchar, de nuevo, esas palabras que tanto les indignaban? Pero hay otra cuestión sobre la que es interesante pensar ¿Por qué las palabras del Señor tuvieron esa respuesta entre las personas que había en la Sinagoga?

Estas dos preguntas se contestan al mismo tiempo, ya que la indignación conlleva ceguera en muchos aspectos y la misma ceguera es la que impide tirar a Cristo por el barranco. La actitud de estas personas evidencia ceguera completa a la voluntad de Dios. Tenemos que vigilar para no unirnos a cualquiera de estas hordas de aparentes “purificadores” de lo que sólo Dios puede transformar.

Cristo ha querido que el mundo le siguiera y así conducir a Dios Padre todos los habitantes de la tierra... Los venidos del paganismo, enriquecidos por la fe de Cristo, se han beneficiado del tesoro divino de la proclamación que trae la salvación. Por ella han llegado a ser partícipes del Reino de los cielos y compañeros de los santos, herederos de las realidades inexpresables (Ef 2,19.3.6)... Cristo promete la curación y el perdón de los pecados a los que tienen roto el corazón, y devuelve la vista a los ciegos. ¿Cómo no van a ser ciegos los que no reconocen a aquél que es el Dios verdadero? ¿No está su corazón privado de la luz divina y espiritual? Es a ellos a quienes el Padre envía la luz del verdadero conocimiento de Dios. Llamados por la fe, lo han conocido; más aún, han sido conocidos por él. Habiendo sido hijos de la noche y de las tinieblas, han llegado a ser hijos de la luz (Ef 5,8) porque el día les ha iluminado, el Sol de justicia ha amanecido para ellos (Ml 3,20), y la estrella de la mañana se les ha aparecido en todo su esplendor (Ap 22,16).

Sin embargo, nada se opone a que apliquemos todo lo que acabamos de decir a los descendientes de Israel. En efecto, también ellos tenían el corazón destrozado, eran pobres y estaban como encarcelados y llenos de tinieblas... Pero Cristo ha venido a anunciar la gracia de su venida, precisamente a los hijos de Israel antes que a los otros, y proclamar juntamente el año de gracia del Señor (Lc 4,19) y el día de la recompensa.

El año de gracia es aquel en que Cristo ha sido crucificado por nosotros. Porque es entonces cuando hemos llegado a ser agradables a Dios Padre. Y es por él que damos fruto tal como él mismo nos lo enseñó: “Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12,24). Y dice más todavía: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). Realmente, él volvió a la vida al tercer día después de haber triturado con sus pies el poder de la muerte. Después dijo a sus santos discípulos: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,1819). (San Cirilo de Alejandría. Sobre el profeta Isaías, 5,5)

Es evidente: ¿Cómo no van a ser ciegos [y sordos] los que no reconocen a aquél que es el Dios verdadero? La ceguera y la sordera son producidas por pecado, mientras que la indignación proviene de la acción del maligno en nuestro entendimiento. ¿Qué dijo Cristo para crear tanta indignación? Algo muy sencillo, señaló la falta de fe que tenían. Falta de fe que impedía la acción salvadora del Señor. El maligno tocó sus corazones y entendimiento, para que comprendieran la medicina de la Gracia de Dios, como algo que les hacía daño y reaccionaron de forma violenta y desordenada. Lo que podía haber propiciado su conversión, pasó a ser su perdición. Tenían a la Verdad delante de ellos y no la reconocieron. Les fue ofrecida la amarga medicina de la renuncia y decidieron matar al Médico que la transportaba.

A veces nosotros mismos nos comportamos como los asistentes de la Sinagoga. Nos dedicamos a generar hordas que producen trifulcas en vez de pararnos a escuchar lo que el Señor nos quiere decir. Pero al Señor nunca se le puede tirar por el barranco, desaparece entre la misma multitud que se congrega para lincharlo. Desaparece y deja atrás a quienes viven felices con su ceguera y sordera espiritual.