Pronto celebraremos la peregrinación a Javier. Su recuerdo ha surgido en mí, al leer las palabras del papa a los Rectores y trabajadores de los Santuarios. Celebraban su jubileo del Año de la Misericordia.
El pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento, fue peregrino hacia la tierra prometida. Antes Abrahán salió de su tierra comenzando un peregrinaje que duró toda la vida. Asentado en Jerusalén el pueblo judío, fue el centro de las peregrinaciones. La Sagrada familia peregrinaba. Jesús peregrinaba. Todos los pueblos cristianos han tenido Santuarios y puntos concretos para peregrinar. A lo largo de la historia, Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela ha sido hitos de peregrinación. Podemos decir, con verdad, que toda la vida creyente es una peregrinación hacia el encuentro definitivo con Jesucristo el Señor.
La peregrinación ha sido para millones de creyentes una evangelización en sí misma. No puede ser minimizada sino valorada y promovida. “En los Santuarios, de hecho, nuestra gente vive una profunda espiritualidad, esa piedad que desde hace siglos ha plasmado la fe con devociones encillas, pero muy significativas. Pensemos en la intensidad de algunos de estos lugares, de la oración a Cristo Crucificado, o la del Rosario, o la del Vía Crucis…
Sería un error pensar que quien peregrina vive una espiritualidad no personal sino
El Papa Francisco los alienta para que cuiden especialmente la acogida. Jesús acogía a cuantos se acercaban a Él, especialmente los necesitados. Cuando algunos le acogían en su casa es porque ellos habían sido acogidos por Jesús. Un ejemplo es San pablo en Roma. Acogía a cuantos acudían a él. Así, prisionero, anunciaba el Evangelio. “El peregrino que llega al Santuario, a menudo, está cansado, hambriento, sediento… Y muchas veces esta condición física afecta también a lo interior. Por eso, esta persona necesita ser bien acogida tanto en el plano material como espiritual. Es importante que el peregrino que cruza el umbral del Santuario se sienta tratado más que como un huésped, como un familiar. Debe sentirse en su casa, esperado, amado y mirado con ojos de misericordia. Sea quien sea, joven o anciano, rico o pobre, enfermo y probado o turista curioso, puede encontrar la cogida requerida, porque en cada uno está el corazón que busca a Dios, a veces sin darse cuenta plenamente. Hagamos que cada peregrino tenga la alegría de sentirse finamente comprendido y amado. De esta manera, volviendo a casa sentirá nostalgia por lo que ha experimentado y tendrá el deseo de volver, pero sobre todo, querrá continuar el camino de la fe en su vida ordinaria”.
Particular importancia da el Papa a la acogida que deben dar los confesores en los Santuarios. “Una cogida particular es la que ofrecen los ministros del perdón de Dios. El Santuario es la casa del perdón, donde cada uno se encuentra con la ternura del padre que tiene misericordia de todos, sin excluir a nadie. Quien se acerca al Confesonario lo hace porque está arrepentido, está arrepentido de su pecado. Siente la necesidad de acercarse allí. Percibe clara mente que Dios no lo condena, sino que lo acoge y lo abraza, como el padre del hijo pródigo, para devolverle la dignidad filial (cfr Lc, 15, 20-24). Los sacerdotes que desarrollan un ministerio en los Santuarios deben tener el corazón impregnado de misericordia, su actitud debe ser la de un la de un padre”.