Hay un comentario que comúnmente se escucha en los ámbitos cristianos, con el que se puede estar de acuerdo o no, pero que ahí está: “la Iglesia tiene el mejor mensaje… pero no suele comunicarlo bien”.
Cuando uno se mueve fuera de ámbitos eclesiales y le toma el pulso al mundo, a esta sociedad nuestra, se puede palpar la ingente cantidad de gente herida, de vidas destrozadas, de sufrimientos, de sinsentidos, de desesperanza. En personas de toda condición, para las que la Iglesia no es ya un referente a escuchar: su voz les es indiferente. Resultado de tantas veces en las que, poniéndonos un micrófono o cámara delante, nos limitamos a los constantes mensajes de condena, o a dar respuestas a preguntas que nadie se plantea. Es como si viviéramos en universos diferentes.
Asimilar dogmas, preceptos, leyes… es imposible si antes no ha habido un enamoramiento. Si no se ha experimentado el consuelo, si no se ha contemplado la luz, si no se ha tocado el corazón, es inútil querer hacer entender todo lo demás. Es empezar la casa por el tejado. Y sin embargo, suele dar la impresión de que vivimos instalados en dicho tejado.
Y debatimos sobre si el papa sí o el papa no (como si hubiera algo que debatir). Sobre si este obispo esto o aquel lo otro. Y los portales digitales y los comentarios vertidos en las redes sociales se llenan de palabras de enfrentamiento, inquisitorias, hasta de odio desbordado. Causan vergüenza y profunda tristeza. Si tuviéramos consciencia de los estragos que unas declaraciones desafortunadas causan entre quienes se acercan a la fe, dejaríamos de jalear borreguilmente las salidas de tono de unos y otros. Y mientras nosotros nos posicionamos en el bando de los guardianes de toda costumbre o tradición, o en el de los “progres” revolucionarios, nos alejamos cada vez más de la realidad de un mundo lleno de gente que, literalmente, se nos muere, completamente ajena a tanta cansina disputa.
Por muy repetido no deja de ser cierto: la vida es corta. Muy corta. Las personas no vamos a tener un eterno mañana para conocer a Dios. El tiempo es hoy y ahora. Tiempo de sembrar, tiempo de unir. Tiempo de dar un mensaje de esperanza. Tiempo de consolar. Tiempo de acercar a los hombres a la misericordia de Dios. Tiempo de que conozcan su Amor. Sólo así se puede llegar un día a su santo temor.
Piense cada uno a lo que está, sabiendo que quienes empuñan espada, a espada perecerán, y que todo aquel que llame imbécil a su hermano, habrá de responder ante el sanedrín. Cada palabra, pronunciada o escrita, cada gesto, cada acción, cuenta. Y dice el Señor que, el que no siembra conmigo, desparrama. Sembremos pues.