Estaba en Adoración Eucarística. Por la noche. Una hora solo. Antes de ir, mi hija había comentado que la Adoración es lo que más teme el diablo –según testimonio del exorcista Padre Fortea-. Escribí un artículo sobre el asunto; y me salió poner que debería potenciarse la Adoración en todas las parroquias, que Él haría el resto. O sea: que Jesús lo haría todo.
Si el apostolado consiste en acercar almas a Dios, nada mejor que hacerlo sin intermediarios y llevarlas a Él, física y directamente. Cristo se quedó con nosotros en cada sagrario del mundo. Ahí está Él, vivo y esperándonos.
Decidí, pues, que tenía que predicar con el ejemplo. Por eso fui a la Adoración.
La situación en Occidente es dramática: está descristianizado. Sólo Jesús puede arreglarlo. Nosotros, no. Todas las estructuras y el sistema están corrompidos. La Iglesia y sus instituciones han tenido prácticamente el monopolio de la educación desde hace siglos, incluso durante el siglo XX. El resultado no puede ser más desolador. De los colegios y universidades católicas han salido la mayoría de los corruptos que nos gobiernan, y los que mandan en las empresas. La Doctrina Social se enseña –cuando se enseña- pero no se practica. Los medios se convierten en fines: ¿para qué tantos colegios y obras de apostolado si no se salvan almas? ¿Para qué tanto cumplimiento de normas de piedad si no trascienden en nuestra vida pública ordinaria? “Practicad esto, pero sin descuidar aquello: el derecho, la misericordia y la justicia”, dice el Señor a los fariseos.
Así que en la Adoración se me confirmó que debería acercar almas a Cristo llevándolas a Su presencia –real, viva- en el Santísimo Sacramento. Adoración en todas las parroquias, siempre, sin interrupción. Él lo hará todo. Él las moverá. Él las consolará. Él las curará.
Entonces Le supliqué con toda la intensidad de que fui capaz que apartara de mí toda vanidad, toda vanagloria, todo protagonismo.
Al poco, la respuesta: “¿Me suplicarías con la misma intensidad por los pecadores? ¿Me suplicarías por los que tienes más cerca?”
Tuve que reconocer que no. Que la fuerza con la que pedía para mí era superior a la que ponía en rezar por los pecadores, incluso por familiares o amigos. Me dí cuenta del tremendo egoísmo que eso supone.
Era la respuesta. “Solo hablas de TI, Paquito. De TU vanidad, de TU vanagloria, de TU protagonismo. ¿Y Mis problemas? Yo no viví para Mí. No sufrí para Mí. No morí para Mí. Lo hice todo por los pecadores, por vosotros, mis hermanos. No tienes ni idea de cómo Me tratan, de cómo sufro por ellos, de cómo Me hacen sufrir; ni idea, Paquito… Se alejan, se ríen, me desprecian, me insultan; se van a condenar y Yo no quiero que ninguno se pierda, ¡NINGUNO! Tú no sabes cómo sufrimos Mi Padre y Yo. Acerca tantas almas como puedas, pero no pienses en tí, piensa en Mí. Piensa en ellos, pobrecillos, mis hijos. Hazlo todo por ellos, por salvarles; como Yo lo hice: vive por y para ellos cada minuto de tu vida.”
Así que una petición en apariencia buena –eliminar la vanidad- era en realidad una petición egoísta. No. Yo no tenía el mismo interés en mi mejoría, en mi sanación, que en la de mis hermanos. Ellos me interesaban menos, mucho menos.
“Olvídate de ti mismo. Tráeme almas, Paquito. Con vanagloria o sin ella. Olvida tus miserias –cuento con ellas-, y haz que la Adoración llegue a muchas parroquias. Yo lo haré todo, no te preocupes. Confía en Mí. Pero no me dejes solo. Ponte en Mi Corazón y haz tuyos Mis problemas. ¿Te entregas a Mí totalmente?
-Me da miedo.
-Lo sé.
-Con tu ayuda podré, si no, no.
-¿Sí o no?
-Sí –temblando.
Y salí de la Adoración.
Salí convencido de que tengo que poner delante del Señor, físicamente, a muchas almas. Es Dios -¡Dios!- el que está en medio de nosotros –“y no lo conocéis”, dice San Juan-. Todos se afanan por acercarse a los poderosos, pobres mortales, y olvidan al Omnipotente. ¡Dios!
Soy tímido. Tengo poca formación. Jesús lo hará todo. Solo tengo que decirles que vayan a verle. Y a los curas, que expongan el Santísimo. Eso es.