Lo primero que quiero decir es que todo lo que sea hablar de misericordia me parece muy bien. Y si se habla de la misericordia divina, aún mejor. He dicho muchas veces ya que se corre el riesgo de confundir misericordia con tolerancia, pero eso no debe impedirnos que hablemos de la misericordia de Dios y del Dios de la misericordia, pues estaríamos renunciando a proclamar una de las verdades centrales de nuestra fe. Incluso diría que es la verdad central, si se toma en el sentido amplio el concepto de misericordia y se le identifica con el concepto “amor”. Por eso me ha gustado mucho el título del libro: “El nombre de Dios es misericordia”. Y me han gustado frases como ésta: “La Iglesia condena el pecado porque debe decir la verdad. Dice: ‘‘Esto es pecado’’. Pero al mismo tiempo abraza al pecador que se reconoce como tal, se acerca a él, le habla de la misericordia infinita de Dios”. Y añade el Pontífice en el libro: “ningún pecado, por muy grave que sea, puede prevalecer sobre la misericordia o limitarla”. Es decir, que si un pecador está arrepentido y pide perdón, el Señor le va a perdonar porque “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”.
Tiene también toda la razón el Papa cuando dice que “la Iglesia no está en el mundo para condenar, sino para permitir el encuentro con ese amor visceral que es la misericordia de Dios”. Se refiere, lógicamente, a la condena de las personas, pues ya antes ha dicho que sí hay que condenar el pecado, como el propio Pontífice hace en el libro con la corrupción, por ejemplo.
Este es el verdadero sentido de la misericordia y por ello creo que el periodista hace un gran servicio al poner a disposición de todos el auténtico pensamiento del Pontífice, sin manipulaciones como ha hecho algún colega italiano. Sin la misericordia divina nadie, y desde luego yo, no podría tener esperanza. Pero esa misericordia va unida a la verdad y ya la proclamación de la verdad es la primera parte de la misericordia. El Papa lo sabe y lo proclama. Demos gracias a Dios.