Quizá hemos escuchado hablar alguna vez sobre “la envidia de los buenos”. A simple vista, suena ilógico, pues consentir y alentar el hecho de ser alguien envidioso constituye un pecado y, por ende, nada que tenga que ver con el bien; sin embargo, se refiere a los que, creyendo estar en lo correcto, ponen toda clase de obstáculos a quienes han hecho un proceso serio y van asumiendo realmente el Evangelio, dejando a su alrededor muchos frutos. Se habla de los buenos, porque estando dentro, compartiendo una misma fe, se escandalizan y, bajo un perfeccionismo exacerbado, buscan el error sin detenerse a pensar que Jesús les puede estar hablando desde aquellos que tanto critican o, incluso, persiguen. En la vida de los santos, encontramos muchos casos que ilustran lo que estamos reflexionando. Por ejemplo, los que juzgaban a Sta. Teresa de Ávila, acusándola de estar engañando a los hombres y mujeres que se unían a la reforma por ella emprendida. Llegaron a llamarla “iluminada”; es decir, marcada por la superstición. Vale la pena tomar nota, pues no sea que caigamos en esto de lanzar juicios fáciles. Lógicamente, no se trata de avalar a todo el que se nos ponga enfrente, pecando de ingenuos, sino de aprender a distinguir. En la medida en que profundicemos en la oración, podremos darnos cuenta que no siempre hay error u oscuridad, pues Dios –como nos dice Santo Tomás de Aquino- “escribe recto en renglones torcidos”. Aunque nadie puede frustrar la obra del Espíritu Santo, no seamos de los que, por falta de visión, detengamos procesos o, en su caso, liderazgos que vayan en la línea de Jesús; es decir, del servicio.
Ahora bien, ¿por qué Dios permite la incomprensión? En realidad, es producto de la libertad humana. No quiere decir que él la provoque. Lo que hace es saberla aprovechar en beneficio del que está dispuesto a seguirlo, pues sirve para ejercitarlo en la paciencia y en la humildad. Obviamente, no significa que la persona incomprendida deba sentirse menos, tampoco que asuma un papel de víctima, al punto de volverse victimaria. Simple y sencillamente, ha de saber aprovechar el obstáculo que se le pone para superarse y, desde ahí, asumir las mismas actitudes de Jesús.
¿Hasta dónde toca insistir cuando la situación –personas o circunstancias- son contrarias a un proyecto que se afirma viene de Dios? Obedecer es el camino más seguro. La Iglesia, con más de dos mil años de experiencia, sabe acompañar. Siempre habrá alguien que escuche y tenga elementos para orientar. Irse por la libre, lejos de ayudar, significa que la experiencia de fe a la que se apela no es auténtica, pues el individualismo, lleva a una búsqueda desmedida del “yo”. Ahora bien, la obediencia no es enemiga de la audacia y del carácter. Teresa de Jesús tenía esa combinación tan interesante. Obedecía, pero sabía buscar, encontrar razones y, cuando venía la autorización, se ponía en camino sin sentirse menos delante de los retos. Muchas veces, confesaba estar segura, pero aun así sabía ponerse en manos de los que, ella, llamaba “letrados”; es decir, personas con experiencia sobre cuestiones humanas y espirituales.
Por lo tanto, tomemos nota y evitemos obstaculizar. Si, por el contrario, en algún punto del camino, nos toca que nos obstaculicen, entender el proceso, evitando una actitud de choque o ruptura. Carácter y obediencia. De eso se trata. ¿Nuestro modelo? Jesús.
Ahora bien, ¿por qué Dios permite la incomprensión? En realidad, es producto de la libertad humana. No quiere decir que él la provoque. Lo que hace es saberla aprovechar en beneficio del que está dispuesto a seguirlo, pues sirve para ejercitarlo en la paciencia y en la humildad. Obviamente, no significa que la persona incomprendida deba sentirse menos, tampoco que asuma un papel de víctima, al punto de volverse victimaria. Simple y sencillamente, ha de saber aprovechar el obstáculo que se le pone para superarse y, desde ahí, asumir las mismas actitudes de Jesús.
¿Hasta dónde toca insistir cuando la situación –personas o circunstancias- son contrarias a un proyecto que se afirma viene de Dios? Obedecer es el camino más seguro. La Iglesia, con más de dos mil años de experiencia, sabe acompañar. Siempre habrá alguien que escuche y tenga elementos para orientar. Irse por la libre, lejos de ayudar, significa que la experiencia de fe a la que se apela no es auténtica, pues el individualismo, lleva a una búsqueda desmedida del “yo”. Ahora bien, la obediencia no es enemiga de la audacia y del carácter. Teresa de Jesús tenía esa combinación tan interesante. Obedecía, pero sabía buscar, encontrar razones y, cuando venía la autorización, se ponía en camino sin sentirse menos delante de los retos. Muchas veces, confesaba estar segura, pero aun así sabía ponerse en manos de los que, ella, llamaba “letrados”; es decir, personas con experiencia sobre cuestiones humanas y espirituales.
Por lo tanto, tomemos nota y evitemos obstaculizar. Si, por el contrario, en algún punto del camino, nos toca que nos obstaculicen, entender el proceso, evitando una actitud de choque o ruptura. Carácter y obediencia. De eso se trata. ¿Nuestro modelo? Jesús.