Calle dedicada al mártir en la ciudad alemana de Bonn
5. CUATRO GOLPES DE CINCEL LABRAN UN ALMA GRANDE (2)
Nos situamos en Friburgo, durante el semestre de 19361937. El joven estudiante es admitido en una familia católica con muchos hijos, en la cual toma el cargo, interinamente, de profesor particular. Tendrá ocasión de convivir con una familia maravillosamente armónica, e incluso conocerá a una muchacha que le parece ser la encarnación de todo lo noble, puro y piadoso y de la cual se enamora ardientemente. Atenazado por la angustia, nuevamente sucumbe y comienza a preguntarse por qué debe renunciar a una familia, al amor de una esposa y de unos hijos.
En el viaje de regreso a su casa lleva al Santuario de Schoenstatt su dura lucha, donde años atrás el secreto de María le ayudó a salir de la situación caótica del primer y apasionado amor juvenil.
Ante la Madre Tres Veces Admirable, Carlos María abandona todo orgullo y, transformándose en un niño, llora desorientado, poniéndose en sus brazos.
Si debo ser sacerdote -recoge en su diario-, entonces déjame saberlo y consígueme las fuerzas para vencerme a mí mismo. Si fuera a ser un mal sacerdote, preocúpate entonces de que muera antes.
Sin medias tintas, sincerándose con su Madre, Leisner acude al Santuario. La Madre de Dios ha escuchado su oración. Ella le permite lanzar una mirada desde el jardín del amor terreno, al mucho más maravilloso de la nupcial comunidad de amor con su Hijo. Él debe ofrecer todo lo suyo. Se debe ofrecer, incluso, él mismo. Jesús lo desea para Sí, y la Madre así se lo hará ver.
Los dos lemas que impregnaron su adolescencia: "Todo en todo. Cristo es mi pasión" y "Todo para la juventud alemana", se renovaban con mayor fuerza cada vez que Leisner recibía un duro golpe. Continuamente entregado al apostolado, su calidad de estudiante de Teología le proporciona el medio y el camino para cumplir las tareas de dirigente juvenil diocesano. La vocación para el sacerdocio madura a medida que logra recogerse y encontrar su espíritu en las profundidades del hombre interior.
El 20 de diciembre de 1935 Pío XI publicaba una encíclica sobre el sacerdocio: Ad catholici sacerdotii, síntesis de teología y espiritualidad sacerdotal partiendo de Cristo, Sacerdote y Víctima. En sus últimas páginas se leía:
“Antes de terminar, queremos, oh jóvenes que os estáis formando para el sacerdocio, volver hacia vosotros con la más particular ternura nuestro pensamiento y dirigiros nuestra palabra, encomendándoos de lo más íntimo del corazón que os preparéis con todo empeño para la gran misión a que Dios os llama. Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y de los pueblos, que mucho o, por mejor decir, todo lo esperan de vosotros; porque de vosotros esperan aquel conocimiento de Dios y de Jesucristo, activo y vivificante, en el cual consiste la vida eterna. Procurad, por consiguiente, con la piedad, con la pureza, con la humildad, con la obediencia, con el amor a la disciplina y al estudio, llegar a formaros sacerdotes verdaderamente según os quiere Cristo. Persuadíos de que la diligencia que pongáis en esta vuestra sólida formación, por cuidadosa y atenta que sea, nunca será demasiada, dependiendo, como en gran parte depende, de ella toda vuestra futura actividad apostólica.
Portaos de manera que la Iglesia, en el día de vuestra ordenación sacerdotal, encuentre en vosotros lo que de vosotros quiere, a saber, que os recomienden la sabiduría del cielo, las buenas costumbres y la larga práctica de la virtud, para que luego el buen olor de vuestra vida deleite a la Iglesia de Jesucristo, y con la predicación y ejemplo edifiquéis la casa, es decir, la familia de Dios. Sólo así podréis continuar las gloriosas tradiciones del sacerdocio católico y acelerar la hora tan deseada en la cual la humanidad pueda gozar los frutos de la paz de Cristo en el reino de Cristo[1]”.
Los superiores del Colegio Borromeo de Münster darían a conocer la encíclica a los candidatos al sacerdocio. Pero Leisner ya había escrito en su diario:
...Tomo en mis manos mi alma, mi vida, mi suerte y quiero dominarlas valientemente, fielmente y con modestia... Te prometo libremente, Señor, Dios Todopoderoso, ser tu instrumento. Quiero consumirme en el esfuerzo por alcanzar mayor perfección. Todas mis fuerzas te pertenecen desde hoy. Si Tú lo quieres, yo quiero hacerme tu sacerdote, Señor, dame las gracias para ello. En definitiva, si yo me hago sacerdote, Dios me ayudará. Amén.
Este es el sentido último de mi vida: vivir la vida de Cristo en esta época... Cristo, si Tú no eres, yo no quisiera ser. Tú eres, Tú vives, acéptame y dispón enteramente de mí... Haz que tu obrar y pensar se transformen en hechos y en actos en mí y en todos nosotros... Cristo, Cristo. Tú eres mi vida, mi amor, mi fuego interior.
En febrero de 1939 Carlos María se abandona nuevamente en las manos de María con una confianza plena en su auxilio maternal. El 4 de marzo es la fecha elegida para ordenarse de subdiácono. El 25 de marzo de 1939 Carlos María Leisner recibía el Sagrado Orden del Diaconado.