Gracias a una amiga, que me lo hizo llegar, he leído un libro, publicado en 2011 y que se me había pasado, titulado La cruz en tierras salvajes, de Thomas Guthrie Marquis. El libro, apasionante, narra la heroica evangelización de las tribus indias del Canadá protagonizada principalmente por jesuitas, precedidos inicialmente por frailes recoletos, que dejaron sus cómodos quehaceres en Francia para marchar al Quebec y, desde allí, ir a anunciar a Cristo a hurones, algonquinos, iroqueses... Toda una gesta merecedora de plasmarse en la gran pantalla, repleta de valentía, una fe profunda y una increíble disposición al martirio.
No voy a hacer un resumen de la epopeya evangelizadora de los Lalemant, Brébeuf o Marquette, que para eso está el libro (que recomiendo desde ya), sino que me voy a fijar en lo que más me ha llamado la atención:
- Me ha impresionado lo duros de mollera que somos los hombres. Se cumple aquello del Evangelio de que aunque hiciera milagros... Instalados en la primera misión entre los hurones, en 1635 los brujos acusan a los misioneros de ser los responsables de la grave sequía que azota aquel territorio. Cuando los indios se acercan a la misión con malas intenciones, Brébeuf les sale al paso, les echa en cara su incredulidad y les pide que hagan una procesión pidiendo a Dios que les envíe lluvia. Así lo hacen y el milagro sucede de inmediato: empieza a llover, los cultivos se salvan y los hechiceros quedan humillados. Uno esperaría una oleada de conversiones... Pero no, aquellos indios, testigos de un milagro patente, siguen viviendo como antes. Nos hubiese pasado probablemente lo mismo a nosotros: los hombres somos así.
- El modo de vida de los indios se presenta como muy alejado de la imagen idílica que nos suelen presentar las películas. Incluso los indios más civilizados, que se han sedentarizado, viven en pésimas condiciones: "cada casa albergaba entre seis y una docena de familias, según el número de hogueras...Alrededor del fuego se reunían niños, perros, jóvenes, sqaws y ancianos sin dientes, ciegos por el humo. No había ninguna privacidad". En cuanto a la crueldad hacia las otras tribus, la actuación de los vencedores, normalmente los agresivos iroqueses, deja sin aliento. Tras atacar un poblado hurón, los iroqueses "reunieron a los hurones cautivos, viejos, mujeres y niños, los ataron a estacas en las cabañas y prendieron fuego a la aldea. Después de disfrutar de los gritos de agonía de sus víctimas, que perecían en las cabañas en llamas, se dirigieron hacia el Sur". Es la misma crueldad a la que sometieron a los jesuitas mártires como Brébeuf, mantenidos con vida durante varios días para poder alargar el suplicio y la tortura a la que les sometían. En el caso de Brébeuf, "vertieron agua hirviendo sobre su cabeza como burla del bautismo, colgaron hachas al rojo vivo sobre sus hombros desnudos, fabricaron un cinturón de brea y resina y, después de colocarlo en torno a su cuerpo, le prendieron fuego". Brébeuf les duraría cuatro horas, al P. Lalemant lo mantuvieron vivo, en medio de terribles torturas, durante catorce horas.
- Es también impresionante la determinación de los misioneros, una determinación que solo se entiende desde una visión sobrenatural. Precisamente el Padre Lalemant, de quien acabamos de describir su martirio, fue hecho prisionero por los ingleses y llevado a Inglaterra. Al recuperar la libertad regresa a Francia y decide volver a Canadá en un barco de suministros. El barco naufraga en medio de una feroz tormenta y varios de los tripulantes mueren ahogados, entre ellos otro jesuita, el P. Noyrot. Lalemant vuelve a embarcarse, esta vez en un buque mercante. "También esta nave naufragó, cerca de San Sebastián en el golfo de Vizcaya, y de nuevo Lalemant estuvo a punto de perecer". Al final, Lalemant se saldría con la suya y llegaría a Canadá, donde le aguardaba el martirio.
- Hoy en día estamos pendientes de los programas del corazón (y así nos va), pero era muy diferente en la Francia del siglo XVII, donde las Relaciones que enviaban los misioneros explicando sus andanzas eran seguidas con pasión por miles de personas. La verdad es que eran mucho más interesantes que el último cotilleo y movían a mucha gente a apoyar de diversos modos a las misiones en el Quebec. Por ejemplo, el Hospital de Quebec fue sufragado por la Duquesa de Aiguillon, sobrina del cardenal Richelieu, impactada por la lectura de las Relaciones, mientras que la Señora de la Peltrie no entregó sólo dinero a la misión, sino que se fue ella misma a Quebec acompañada por dos ursulinas para ayudar a los misioneros abriendo escuelas para los indios.
- Por último, señalar que la evangelización, aunque heroica e impulsada por auténticos santos, tuvo escasísimos frutos hasta que, en 1663, se establece un gobierno real francés en el territorio, capaz de proteger las vidas de aquellos misioneros de incansable celo. Una lección que confirma lo que la historia de la evangelización de otros lugares también nos enseña.