Hace un par de días le di a mi hijo pequeño una caja de zapatos de su hermana porque la necesitaba para Plástica, y cuando ella llegó a casa le dije que le diera las gracias. A él le daba un poco de vergüenza decir “gracias” pero era lo correcto: reconocer que necesitaba algo de otro y que ese otro había sido generoso con él y se lo había dado. Y mi hija se puso contenta de haberle ayudado y de que se lo reconociera. Dar las gracias es justo y necesario, no son sólo unas palabras que oímos en la misa pero a las que no hacemos caso: “en verdad es justo y necesario darte gracias, Señor”.
A todos nos gusta que nos den las gracias porque prueba que hemos sido útiles, que hemos ayudado a alguien que no podía hacer algo él solo, que hemos sido necesarios y eso nos hace sentir bien.
Y dar las gracias, ¿nos gusta también, o nos cuesta? Porque dar las gracias es la otra cara de la moneda, implica reconocer que necesitaste a otro, que tú solo no podías y eso no nos mola tanto.
Aunque a veces las personas somos amables porque sí y hacemos cositas pequeñas que no son necesarias pero que hacen la vida agradable a los demás: saludar al conductor del autobús cuando te subes en vez de ignorarlo, por ejemplo, es un gesto amable que le hace sentirse persona y no una máquina que conduce y punto. Ni una sola vez ni un sólo conductor ha dejado de mirarme para responder a mi saludo. O ceder el asiento en el Metro aunque no estés en un asiento reservado y no estés obligado. No sé de nadie que se haya muerto por ir de pie en el Metro estando cansado o enfermo o embarazada o siendo anciano, pero tampoco sé de nadie que se haya muerto por ser amable y levantarse para que esa persona se siente; lo que sí sé es que esas personas se han sentido muy bien al poder sentarse y han agradecido el gesto. También se pueden dar las gracias cuando pides paso para salir del vagón y la gente se aparta, seguramente no vuelvas a ver a esas personas en tu vida pero te han hecho un favor, agradéceselo.
A mí generalmente no me cuesta dar las gracias pero si se las tengo que dar a alguien que me cae mal o con el que estoy enfadada, tiendo a hacerme la sueca y no se las doy o tardo en hacerlo. Es la soberbia, que pica.
¿Por qué hay que dar las gracias? Porque “es de bien nacidos el ser agradecidos”; porque crea buen ambiente entre las personas; porque al otro le gusta que le reconozcan sus buenas acciones; porque nos hace saber que no estamos solos y que hay gente buena alrededor; porque los buenos modales hacen la vida agradable; porque es un ejercicio de humildad.
A Dios no le hace falta nuestra gratitud pero le gusta y en Lc 17, 15 vemos a Jesús diciendo que dónde están los otros nueve leprosos a los que ha curado, que sólo ha vuelto uno reconociendo el gran favor que le ha hecho. Esto es de mi cosecha, lo que Jesús dijo fue: “¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?”
Y Dios ha hecho muchas cosas buenas por nosotros durante toda nuestra vida, aunque no nos lo parezca y creamos que han sido cosa nuestra, que tenemos lo que nos merecemos porque nos lo hemos ganado. Seguramente sea así, hemos trabajado mucho para llegar a donde estamos, tener lo que tenemos y ser quienes somos pero eso no quita que Dios haga muchas cosas buenas por nosotros todos los días, como que nos despertemos cada mañana y que el mundo no se haya acabado, por ejemplo.
Fuera de bromas, es bueno que demos gracias a Dios por todos sus regalos y bendiciones; sobre todo es bueno para nosotros porque crea un vínculo entre los dos, nos hace sentir que hay Alguien que vela por nosotros, nos recuerda que hay Alguien a quien siempre podemos acudir. Alguien, con mayúscula porque su presencia es muy grande y lo llena todo sin que lo veamos ni lo oigamos, pero sabemos que está. Además lo dice San Pablo en Filipenses 4, 6: “No os preocupéis por nada; al contrario: en toda oración y súplica, presentad a Dios vuestras peticiones con acción de gracias.”
Pues ese Alguien es nuestro Padre, y lo puede todo y le encanta cuidarnos y que le pidamos cosas, y le encanta dárnoslas y que le demos las gracias porque eso prueba que sabemos que ha sido Él quien nos lo ha dado. Que lo sabemos y que se lo agradecemos.