A todos nos ha pasado que de repente nos damos cuenta de alguna cosa o detalle que, no obstante el tiempo que lleva justo ahí, lo descubrimos muchos años después. Y, entonces, decimos: “no había visto esto o lo otro”. La sorpresa de lo antiguo. Con tantas prisas y pendientes que, en algunos casos, son razonables, pues vivimos en un mundo en constante movimiento, vemos sin detenernos a observar. ¿A qué viene todo eso? Al tema de la vocación; es decir, a nuestro estilo de vida en el mundo y en la Iglesia. Nada más y nada menos que eso. El Venerable P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S. (18591938), la definía de una manera muy interesante y pedagógica: “un día vimos brillar, en el fondo de nuestra alma, una luz pequeña… ¡Esa luz era nuestra vocación!... ¡No empezó nunca a brillar… un día la vimos, nosotros, brillar!...”. ¿Qué podemos aprender del texto? Sirve para la persona que busca y para la que ayuda a encontrar, porque ya ha recorrido el camino y tiene mayor claridad.
El o la que ayuda a encontrar:
El brillo; es decir, la vocación de que se trate (matrimonio, sacerdocio, vida religiosa, laical, etc.) la da Dios. Por eso dice “no empezó nunca a brillar”. Él está más allá del tiempo y del espacio. Se trata de un proyecto que hunde sus raíces en el misterio de un Padre que no tiene principio ni fin. Por lo tanto, sobran las etiquetas, los condicionamientos o, en su caso, pretender decidir por él o ella. Cuando alguien tiene la confianza de pedir ayuda para encontrar su camino, hay que respetar el proceso, las certezas, los hilos conductores. Nunca presionar o proyectarse a tal punto que se desfigure su originalidad. El modo particular de ser y estar. Entonces, ¿qué le toca? Ayudar a que sea consciente de esa luz que ha estado desde siempre. Simple y, a la vez, complejo. De ahí la necesidad de llevar una vida de oración muy intensa y estudios que sirvan como una herramienta concreta para entender el paradigma de hoy.
El o la que busca:
Son muchas las opciones que nos rodean algo que, dicho sea de paso, no es malo, sino circunstancial. Lo importante es distinguir, entre todas las voces, cuál es la de Dios. No en abstracto, sino a partir de lo que nos dice sobre el terreno. Es decir, personas y circunstancias incluidas. Hay que dejarse interpelar, evitando tratar de llenar las expectativas de los demás: “es que mi familia o en el grupo juvenil quieren que sea…”. Aunque es necesario escucharlos a todos, porque es un elemento de discernimiento, la decisión vocacional implica una opción personal, trabajada en la oración y dejándose acompañar por alguien que tenga experiencia. Ver esa luz que significa lo que toca vivir, aquello que, aunque difícil, vale la pena.
Conclusión:
Ante la desocupación existencial; es decir, el vivir sin saber por dónde ir, la promoción vocacional viene al rescate, dando significado, al recordar que no debemos desaprovechar la vida. ¿Por dónde empezar? Sin duda, permeando de cultura vocacional los colegios y grupos juveniles. Es un paso y hacerlo tanto en la periferia como en la ciudad, asumiendo los diferentes contextos.
El o la que ayuda a encontrar:
El brillo; es decir, la vocación de que se trate (matrimonio, sacerdocio, vida religiosa, laical, etc.) la da Dios. Por eso dice “no empezó nunca a brillar”. Él está más allá del tiempo y del espacio. Se trata de un proyecto que hunde sus raíces en el misterio de un Padre que no tiene principio ni fin. Por lo tanto, sobran las etiquetas, los condicionamientos o, en su caso, pretender decidir por él o ella. Cuando alguien tiene la confianza de pedir ayuda para encontrar su camino, hay que respetar el proceso, las certezas, los hilos conductores. Nunca presionar o proyectarse a tal punto que se desfigure su originalidad. El modo particular de ser y estar. Entonces, ¿qué le toca? Ayudar a que sea consciente de esa luz que ha estado desde siempre. Simple y, a la vez, complejo. De ahí la necesidad de llevar una vida de oración muy intensa y estudios que sirvan como una herramienta concreta para entender el paradigma de hoy.
El o la que busca:
Son muchas las opciones que nos rodean algo que, dicho sea de paso, no es malo, sino circunstancial. Lo importante es distinguir, entre todas las voces, cuál es la de Dios. No en abstracto, sino a partir de lo que nos dice sobre el terreno. Es decir, personas y circunstancias incluidas. Hay que dejarse interpelar, evitando tratar de llenar las expectativas de los demás: “es que mi familia o en el grupo juvenil quieren que sea…”. Aunque es necesario escucharlos a todos, porque es un elemento de discernimiento, la decisión vocacional implica una opción personal, trabajada en la oración y dejándose acompañar por alguien que tenga experiencia. Ver esa luz que significa lo que toca vivir, aquello que, aunque difícil, vale la pena.
Conclusión:
Ante la desocupación existencial; es decir, el vivir sin saber por dónde ir, la promoción vocacional viene al rescate, dando significado, al recordar que no debemos desaprovechar la vida. ¿Por dónde empezar? Sin duda, permeando de cultura vocacional los colegios y grupos juveniles. Es un paso y hacerlo tanto en la periferia como en la ciudad, asumiendo los diferentes contextos.