TEMA: CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
INTRODUCCIÓN (En especial para los Catequistas)
Después de manifestar nuestra fe en el Padre y en el Hijo, manifestamos nuestra fe en el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, Dios como el Padre y el Hijo.
Si el Hijo es la imagen del Padre, el Espíritu es su fuerza amorosa. Por eso, al descender sobre la Iglesia el día de Pentecostés, se dejó sentir como un viento recio lleno de fuerza. Y los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, comenzaron a predicar a Jesús sin ningún miedo.
El Espíritu, como ha recibido la misión de darnos a conocer a Jesús, es nuestro maestro en todo; nos descubre a Jesús como amigo, nos anima a quererle, a seguirle, y a imitarle en nuestra vida.
Y como la santidad consiste en imitar a Jesús, todo lo relacionado con la santidad lo atribuimos al Espíritu Santo. Y así decimos que el Espíritu Santo santificó a la Virgen y santifica a la Iglesia, es decir, a cada uno de nosotros; y así, lleva a término la obra de salvarnos que el Padre le encomendó a Jesús.
(Todo lo podemos con la ayuda del Espíritu)
Había una vez un niño que quería ayudar a su padre a descargar unos cestos de trigo. Veía que su padre los descargaba con cierta facilidad y él quería también descargar algunos. Lo intentó, pero lo único que lograba era arrastrarlos un poco.
El padre, viendo la buena voluntad de su hijo, le dice: eres muy valiente; ya sé que quieres ayudarme, pero veo que no puedes; ahora verás cómo entre los dos podemos. Efectivamente, entre los dos fueron descargando los cestos aunque era el padre quien ponía la fuerza. Pero el niño estaba muy contento por ayudar a su padre.
El Espíritu con sus dones nos ayuda a llevar el peso de la vida cristiana y lo llevamos conscientes de que es el Señor quien nos ayuda.
Érase una vez un hombre aficionado al mar. Un buen día subió a una barquichuela con unos amigos y empezaron a navegar remando hacia una pequeña isla en la que iban a pasar el día. El trayecto era un poco largo y se hacía pesado el remar. Se detenían de vez en cuando, descansaban y, al poco rato, seguían remando y remando.
De pronto, empezó a soplar el viento en la dirección hacia la que iban; desplegaron la vela, y la barquita avanzaba a gran velocidad. Ellos se miraban como diciendo: gracias a Dios que sopla el viento porque, si no, es posible que hubiésemos dejado de remar porque ya estábamos agotados.
Contentos de haber tenido el viento a favor, llegaron a la isla donde pasaron el día con la alegría propia de quienes consiguen la meta.
¿Qué significan estas parábolas? Lo siguiente: en el camino de nuestra vida estamos como navegando hacia la verdadera y definitiva patria, el cielo. Los remos que usamos son los que podríamos llamar virtudes. Es difícil ser justos y caritativos y perdonar y ser humildes y sufrir y atender a los débiles y dar la cara por Jesús y... todo eso que son las virtudes.
Pero en el momento en que nuestras fuerzas se van agotando, empieza a actuar en nosotros el Espíritu por medio de sus dones y nos hace avanzar hacia la meta sin gran esfuerzo por nuestra parte. Primero quiere que nos esforcemos y, cuando nos van faltando las fuerzas y vamos notando cierto cansancio espiritual, el Espíritu empieza a actuar con sus dones y nos conduce rápidamente hacia la meta.
Es cuando sentimos el gozo de amar, el gozo de sentirnos hijos de Dios y hermanos de todos; es cuando vamos aprendiendo a actuar según vemos que le gusta al Señor, y lo hacemos hasta con gusto; es cuando encontramos enseguida lo que más le agrada y nos sentimos como empujados para hacerlo; es cuando uno se siente cristiano y no huye de la cruz porque en ella ve cómo le agrada al Señor.
El Espíritu Santo
Niño: ¿Qué pasó con tus apóstoles después de que te fuiste al cielo?
Jesús: Que seguían teniendo mucho miedo a los judíos por si los perseguían y los encarcelaban o, incluso, por si los mataban.
Niño: Pues ¡vaya apóstoles que te escogiste!
Jesús: Sí, eran débiles y miedosos, como tú.
Niño: ¿Como yo? ¡Qué va! Yo ni huyo ni tengo miedo como ellos.
Jesús: No estés tan seguro. ¿Te acuerdas de que mi apóstol Pedro decía que no me negaría? Pues ya ves lo que le pasó, que, por miedo, juró que no me conocía. Es lo que les pasa a los que confían en sí mismos y no en la fuerza que les viene del cielo, del espíritu Santo. Así que vete con cuidado y no te creas tan valiente.
Niño: ¿Y cómo les vino a tus apóstoles la fuerza del cielo para empezar a predicar sin miedo por todo el mundo?
Jesús: A los diez días de haber subido al cielo, les envié el Espíritu Santo. Fue el día de Pentecostés. Estaban todos reunidos y, de repente, se oyó un viento recio y aparecieron como unas lenguas de fuego sobre cada uno de ellos. Fueron llenos del Espíritu Santo y se lanzaron a predicar por todas partes sin ningún miedo. Los perseguían, los encarcelaban, los azotaban, les prohibían predicar, pero ellos seguían predicando y decían que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. A algunos los hicieron sufrir muchísimo antes de matarlos.
Niño: El Espíritu Santo que enviaste a los apóstoles ¿quién es?
Jesús: El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad; por tanto, es Dios como el Padre y como yo. Procede del amor que el Padre y yo nos tenemos. Los tres somos el único Dios.
Niño: ¿Por qué a Él lo llamamos Santo, y a ti y al Padre no?
Jesús: Aunque no nos llamen santos, somos igualmente santos los tres. Al Espíritu se le llama Santo porque ha sido enviado por el Padre y por mí para que os haga santos a todos vosotros.
Niño: ¿Cómo nos hace santos?
Jesús: Entrando en vuestro corazón y tomando posesión de él, y dándoos la vida que tenemos los tres, Padre, Hijo y Espíritu desde toda la eternidad, es decir, nuestra propia vida divina.
Desde el momento de vuestro bautismo ¿sabes lo que sois? Hijos de Dios como yo; y como yo poseo el Espíritu en plenitud y habita dentro de mí como en su propia casa, os lo di en el bautismo para que habite también en vosotros y os vaya haciendo semejantes a mí.
Desde dentro de vosotros, el Espíritu os da sus dones o regalos espirituales, con los que os fortalece y anima para que os portéis siempre como amigos míos, es decir, como hijos del Padre y como hermanos míos y de todos los hombres.
Niño: He oído hablar de los dones o regalos del Espíritu Santo. ¿En qué consisten?
Jesús: Te lo explicaré cuando hablemos del sacramento de la confirmación. Ahora sólo te digo que te da una amistad muy viva, muy viva, conmigo. Y así, te sientes amado por mí y me amas.
Niño: ¿Has dicho que también estaba dentro de ti el Espíritu?
Jesús: También. Pero de distinta manera. El Espíritu no vino a mí, sino que estuvo siempre dentro de mí porque yo lo poseo en plenitud. Mientras que el Espíritu sí vino sobre mi madre, a la que llenó de gracia desde que empezó a existir, por lo que no tuvo el pecado que tenéis todos, el pecado original; y vino sobre vosotros en el bautismo y en la confirmación, para que os dejéis conducir y guiar siempre por Él.
Niño: Y si estaba dentro de ti ¿por qué no te libró de la muerte de cruz?
Jesús: Porque era voluntad del Padre que yo diese mi vida por la salvación de todos vosotros. En vez de librarme de la cruz, cosa que le hubiese resultado muy fácil, estaba conmigo para que no me echase atrás en el cumplimiento del deseo de mi Padre de salvaros a todos con mi muerte en la cruz.
Niño: ¿También está en la Iglesia?
Jesús: También. Él la conduce, la dirige, la guía, la ilumina y la fortalece, para que transmita con fidelidad lo que enseñé y para que continúe la obra de salvación que le encomendé.
Niño: ¿Cómo la dirige?
Jesús: Aparte de que ilumina y dirige y fortalece en el amor a todos los cristianos desde el interior de sus almas, asiste al Papa y a los obispos, sucesores de mis apóstoles, para que os enseñen sin equivocarse, lo mismo que yo enseñé a mis apóstoles y les encargué que enseñaran en mi nombre. Y así va construyendo mi Iglesia como comunidad de los que creen en mí y me aman.
Espíritu Santo, ¿sabes qué te pediría? Que nos dieses el gozo y la alegría de querer mucho a Jesús; porque, a veces, aunque le queremos mucho, no acabamos de sentir la alegría de ser sus amigos.
Tú puedes hacer eso ¿verdad? Seguro que sí lo puedes hacer y, como estás dentro de nosotros, quiero que estés contento dentro de la casa de mi alma en la que vives.
Quiero que me aconsejes hacer lo que le gusta a mi amigo Jesús.
José Gea