He pasado unos días de retiro espiritual, aprovechando las vacaciones navideñas. Leer, pasear, contemplar, meditar, revisar, planear, reflexionar son verbos que forman parte básica del actuar humano, pero que parecen sujetos a una especie de gripe tecnológica que ahora los reduce, en algunas personas, a la mínima expresión. Vivimos en la sociedad de la comunicación; de todo se informa, a la mayor brevedad, todo interesa, todo se divulga, desde lo más relevante a lo más nimio, desde lo más trascendente a lo más superficial. Como somos limitados para asumir lo que nos llega del exterior, nos desborda esa ingente corriente de datos y acaban convirtiéndose en ruido. El ser humano necesita remansar lo que recibe, filtrar lo que es realmente importante, separar el grano de la paja, y para eso es preciso que desconectemos esas antenas exteriores y nos centremos, al menos en algunos momentos al día, al mes, al año, en lo que realmente está en nuestro interior. Para conectar con nosotros mismos, es preciso desconectarnos del barullo exterior.
Decía Einstein que información no es lo mismo que conocimiento. Sin información externa no podemos conocer, pero conocer no es un mero ir acumulado más y más información: o se asume-medita-reflexiona, o pasa sobre nosotros como un rio caudaloso, arrastrando sedimentos a otro lugar sin dejar nada en nuestro lecho.
Ayer leía en la prensa la relación de las 50 empresas con mayor valor bursátil del mundo. Entre las 10 primeras había cuatro tecnologícas. La tecnología atrae extraordinariamente; es muy difícil resistirse a consultar la prensa digital, ver videos en youtube, revisar el último mensaje en twitter o contestar los mensajes de whatsapp que acaban de llegar. Como estos medios están permanentemente funcionando, la conexión es constante y también lo es el barullo al que me refería antes. Me parece que es preciso desconectarse periodícamente, vivir la realidad presencial, en lugar de estar permanentemente enganchados a la virtual. ¿No es más sencillo hablar con una persona que tenemos delante que contestar a otra situada no-se-sabe-dónde, interrumpiendo la conversación que teníamos con la primera? Junto a la falta de cortesía que eso supone, el problema más de fondo es nuestra creciente incapacidad para contemplar, meditar, revisar, planear, reflexionar sobre nuestra vida, nuestra relación con con Dios y con los demás, o nuestras metas profesionales. No es tan difícil, basta, simple y llanamente, apagar el aparato, quizá dejarlo estar en nuestra casa, por unas horas al menos, liberarnos de un cable invisible que nos tiene permanentemente enganchados a una realidad que no es nuestra, que nos ayuda en muchas ocasiones, pero en otras nos empequeñece, nos debilita, nos desconecta de lo que realmente es valioso.
Decía Einstein que información no es lo mismo que conocimiento. Sin información externa no podemos conocer, pero conocer no es un mero ir acumulado más y más información: o se asume-medita-reflexiona, o pasa sobre nosotros como un rio caudaloso, arrastrando sedimentos a otro lugar sin dejar nada en nuestro lecho.
Ayer leía en la prensa la relación de las 50 empresas con mayor valor bursátil del mundo. Entre las 10 primeras había cuatro tecnologícas. La tecnología atrae extraordinariamente; es muy difícil resistirse a consultar la prensa digital, ver videos en youtube, revisar el último mensaje en twitter o contestar los mensajes de whatsapp que acaban de llegar. Como estos medios están permanentemente funcionando, la conexión es constante y también lo es el barullo al que me refería antes. Me parece que es preciso desconectarse periodícamente, vivir la realidad presencial, en lugar de estar permanentemente enganchados a la virtual. ¿No es más sencillo hablar con una persona que tenemos delante que contestar a otra situada no-se-sabe-dónde, interrumpiendo la conversación que teníamos con la primera? Junto a la falta de cortesía que eso supone, el problema más de fondo es nuestra creciente incapacidad para contemplar, meditar, revisar, planear, reflexionar sobre nuestra vida, nuestra relación con con Dios y con los demás, o nuestras metas profesionales. No es tan difícil, basta, simple y llanamente, apagar el aparato, quizá dejarlo estar en nuestra casa, por unas horas al menos, liberarnos de un cable invisible que nos tiene permanentemente enganchados a una realidad que no es nuestra, que nos ayuda en muchas ocasiones, pero en otras nos empequeñece, nos debilita, nos desconecta de lo que realmente es valioso.