Y el último día del año nos tiene que llevar a pensar en el tiempo, en la vida, que va fluyendo, que va transcurriendo… en definitiva: ¡que se nos va pasando la vida! Y la gran pregunta es: ¿qué estoy haciendo yo con mi vida? ¿y qué voy seguir haciendo con mi vida
Cuando contemplamos la Encarnación, cuando contemplamos a Jesús Recién Nacido, corremos un riesgo, que es quedarnos en la ternura de ese momento… en lo que conmueve de ese Recién Nacido tan frágil, tan pequeño, tan dependiente de todo, tan necesitado de todo, tan absolutamente pobre… Y eso es cierto y es verdad, y no lo tenemos que perder de vista, pero quizás lo más impresionante de todo esto, que no acabamos muchas veces de hacer presente en nuestra vida o de caer del todo en la cuenta, es que en la fragilidad de ese Recién Nacido, la eternidad de Dios ha irrumpido en el tiempo. Ese Recién Nacido es la eternidad que ha entrado de lleno en nuestro tiempo.
Es impresionante, pero es verdad, que desde el mismo momento en que Jesús ha empezado a crecer y a formar,se en el seno de su Madre, como cualquiera de nosotros…, desde ese mismo momento, lo más íntimo de Dios, lo más íntimo de la Trinidad se ha incorporado a la historia, se ha subido a nuestro tren. Y, desde el primer latido del Corazón de Jesús en el seno de su Madre, podemos decir con verdad –no es una frase bonita, es teológicamente cierto- que en el seno de la Trinidad, late un Corazón Humano, un Corazón de Hombre que, al mismo tiempo, es Corazón de Dios.
Cuando consideramos esto despacio… solamente podemos sobrecogernos: sobrecogernos ante el misterio y ante la locura de Dios. Lo digo con todo respeto y reverencia, pero podemos decir sin miedo a exagerar, que el amor a Dios le hace perder la cabeza, le saca de su quicio, le rompe toda lógica, le hace olvidar de alguna manera Quién es Él y quiénes somos nosotros… Tira la casa por la ventan… si se puede aplicar esa expresión a Dios.
Yo creo que -esto es una cosa absolutamente personal mía- el “experimento” del Sinaí no le debió de gustar a Dios, porque todo el mundo salía zumbando: “¡No, no, no! Que no nos hable Dios, ¡mejor háblanos tú, porque tanto trueno y tanta cosa da mucho miedo!”, y todo el mundo salía corriendo. Y cuando Dios nos dió su Ley, que es todo amor, nuestra reacción fue de pánico y no consiguió estar cerca, sino que le tuviéramos miedo.
Entonces se puso a “inventar” algo mejor: y se inventó una Ley Nueva, que es la que Jesús nos vino a traer; un Mandamiento Nuevo… y se inventó… en vez de unas tablas en las que escribió con su propio dedo, se inventó el Cuerpo frágil e indefenso de un Recién Nacido que no habla, que solamente llora y gime, como cualquier recién nacido… y ahí escribe Dios, sin palabras, la Ley Nueva. Si hay algo opuesto a las tablas de piedra es Jesús Recién Nacido.
¡¡Un Recién Nacido…!! Una mujer perfecta, sin mancha, pero también pobre, una mujer de fe. Ya no es Moisés quien porta las tablas de la Ley, ahora es una mujer; no un gran caudillo, sino una pobre mujer… ni siquiera es judía, es galilea, de allá, del norte… nazarena, de un sitio que ni se sabe… Y el nuevo caudillo que guía al pueblo es ahora una mujer, que lleva en sus brazos las Tablas Nuevas de la Ley. Ésta no subió al Sinaí para recibir las tablas de Dios cara a cara, como Moisés, sino que Ella es propiamente -y de verdad lo es- esa Tienda en la que Dios se ha encontrado con el hombre… Su seno es esa tienda preciosa en que el hombre y Dios se han encontrado, y el resultado de ese encuentro… ¡es Jesús! Y Ella lleva en su seno durante nueve meses ese Libro Vivo, esas Tablas de la Ley vivas… Y en un momento dado, siguiendo el proceso biológico normal, da a luz un hijo.
Y cada vez que María toma en brazos a su Hijo, nos está ofreciendo la Ley Nueva, las nuevas Tablas de la Ley, el Libro Sagrado por excelencia, que es Jesús. La Palabra está contenida ahí: Él es la Palabra de Dios, el Verbo de Dios… y todas las profecías se han cumplido en ese Pequeñín. Y Ella le lleva… Y siguiéndola a Ella, que lleva Jesús en brazos, llegaremos a la Tierra que Dios nos ha prometido, llegaremos a la posesión eterna de Dios, que es nuestra Tierra Prometida.
Pero es un misterio, porque, en unos momentos Ella lleva a Jesús, Ella lleva la Ley, la única Ley verdadera y válida. Y Moisés tuvo sus dificultades, porque el pueblo era bastante zoquete y… le desquiciaba, hasta el punto de estrellar las tablas, en Meribá llega a dudar… ¡en fin! aunque es un gran caudillo… es humano. Y ante la dureza de corazón del pueblo, Moisés a veces se crispa, se enerva, se llena de cólera… pero sigue intercediendo siempre por el pueblo.
María no. María es el nuevo caudillo del pueblo, el que guía el pueblo a Jesús y por Jesús a Dios, pero María nunca duda como Moisés dudó en Meribá; nunca se encoleriza: ni siquiera cuando le arrebatan esas Tablas de la Ley y se las entregan rotas… Y no ha sido Ella quien las ha roto; sino que Jesús se deja romper para que, de verdad, la Ley Nueva venga a nosotros por el Espíritu Santo y arraigue en nuestro corazón. ¡Ella nunca duda! ¡Ella nunca rompe las Tablas de la Ley! ¡Las recibe hechas añicos y llora con dolor sobre su Hijo, sobre el Cuerpo destrozado de Jesús, después de que se lo entregan para llevarlo a sepultar.
Y María peregrina en la fe, María se fía de Dios que ha entrado en su vida, que ha entrado en la historia, que ha entrado en el tiempo… Se fía de Él ciegamente, pero no significa que comprenda todo. Ella no entiende por qué su Hijo no puede nacer en su casa normalmente, por qué no puede dar a luz en su casa, como cualquier mujer de su aldea… Pero obedece a Dios, se fía… y ante un edicto de un emperador pagano –un edicto que era un pecado y una ofensa a Dios para un israelita- obedece y va… y allí, de verdad, su Hijo nace. Allí es donde, después de esa obediencia, recibe en sus brazos a Jesús y lo puede mostrar a los pastores y a todo el que quiera verlo y adorarlo.
Tampoco entiende por qué, de pronto, un día José se levanta y dice: “¡Vámonos!”… No nos dice la Escritura que a Ella se le explique nada, sino que José recibe una orden que pone por obra y Ella obedece, va a donde su esposo le dice:
– ¿Adónde vamos?…
– ¡A Egipto!
– Bueno…
– ¡Sí!, porque un ángel del Señor me ha dicho que Herodes está buscando al Niño y quiere matarlo. ¡¡¡Vámonos!!!…
Y Ella va… tampoco lo entendería… ¿Quién va a querer matar a su Hijo?… ¿Qué mal puede hacer un Niño de meses?… Pero se fía de lo que José dice y va. ¡Es dócil! ¡Confía! ¡Cree!… Lleva la Verdad e
Y ahora, en este último día del año, mirando al Niño, yo me atrevo a preguntaros y a preguntarme a mí misma, a invitaros a que nos preguntemos cada uno:
¿Cuál es lo prioritario en mi vida?
¿Cuál es la ley por la que yo rijo y guío mi vida?
Y si esa ley -al menos de boquilla- yo digo que es Jesucristo y que es el Evangelio, ¿lo cuido?… ¿lo protejo?… ¿lo voy mostrando al pueblo sin pudor, para que puedan seguir esa misma ley? ¿O lo camuflo como puedo, porque no es políticamente correcto ser católico y hablar del Evangelio?
¿Esa ley es lo más importante para mí, hasta el punto de que soy capaz de sacrificarlo todo por Jesús, por el Evangelio?
¿Estoy dispuesta a liar el petate las veces que haga falta y huir a Egipto, a Pekín o a Pernambuco… para que los herodes de hoy no lo maten?… ¿O prefiero seguir donde estoy, con la ley de Dios más o menos camuflada, enseñándola lo justo para cubrir el expediente, pero sin que me comprometa, porque, a lo mejor, me tengo que desinstalar y marcharme?
¿Mi ley es Jesucristo y su Evangelio, o es: “¡no quiero líos!”, “¡no quiero problemas!”?
¿Donde tengo puesto los ojos: en Él… o en mis intereses, mis apetencias, mis respetos humanos…?
Se termina el año 2015, quedan ya unas pocas horas… ¿qué rumbo voy a tomar en el 2016?
¿Voy a ir con María, llevando en brazos a Jesús y bien alto, para que lo vean? ¿O me voy a esconder como Nicodemo?…
¿Estoy dispuesta a llevarle en brazos siempre, a no avergonzarme de Jesús ni del Evangelio?… ¿O en determinados momentos voy a decir que no le conozco, le voy a dejar nuevamente en el pesebre y le voy a mirar un poco de lejos, porque llevarlo en brazos compromete?
Si le buscan a Él para matarle, está claro que no vamos quedar indemnes los que le llevemos en brazos… Pero por un misterio, Él necesita de mis brazos para que yo le lleve, necesita de mi voz, de mis pies, de mi vida, de mi testimonio, para que yo le lleve por el mundo entero. En el 2016, ¿voy a tener valor para vivir así?… ¿O voy a ver los toros desde la barrera?…
No pretendo que todas esas preguntas sean un machaque para nadie, pero… quiero que seamos realistas, muy realistas, porque la vida no es fácil. Y aún cuando uno llegara a vivir 90 años… ¡es muy corta! Y solo se vive una vez.
El único que estoy de acuerdo con los que defienden el Carpe diem es en eso: en que es corta, sólo se vive una vez y hay que vivirla bien. Y la vida que se gasta sin llevar en brazos a Jesucristo por bandera, de verdad, de verdad, es la vida más absurda y peor gastada.
Que el 2016 no sea un año más, que va pasando en nuestra vida. “La vida fluye, y ¿qué vas a hacer? Pues hay que dejarla fluir…”
Pero lo que tenemos que hacer en esta vida es aumentar nuestra capacidad de recibir, y nuestra capacidad de recibir se aumenta dándonos, entregándonos. Cuanto más me entregue yo, cuanto más me dé a Dios yo en el breve espacio de esta vida, más grande, por decirlo de alguna manera gráfica, se hace mi capacidad de recibir. Y llegaré a la eternidad con un “cuenco” más grande, por decirlo de alguna manera, en el que Dios puede volcar mucho más.
Si yo agrando mi capacidad recibir, le causo a Dios una alegría, porque Él está deseando darme. Y cuanta más capacidad de recibir lleve yo a la eternidad, más va a gozar Él dándome. Que el año que va comenzar sea un dar a Dios sin límites, para que Él me pueda devolver después sin límites.