Sta. Teresa de Ávila, la entrañable reformadora del Carmelo, nos ha dejado una bibliografía espiritual que es válida para todos los tiempos. Dentro de su experiencia, distinguía tres tipos de voces interiores:
A) La de Dios.
B) La de ella misma.
C) La del demonio.
La de Dios, como un diálogo, es la que ubica y, cuando llama la atención, lo hace de buena manera, pues lejos de sentirse un regaño violento, ayuda a tomar conciencia de lo que hay que cambiar, de lo que toca mejorar. Deja una paz que escapa a las palabras. La de uno mismo refleja sentimientos, emociones. Algunas veces, coincide con la de Jesús y, otras, es producto de los caprichos o falsas seguridades que intentan ser justificadas. La del demonio, en cambio, se disfraza, pero genera malestar, fastidio. Confunde y sugiere cosas que, en vez de ayudar, distraen. Es fina, bien cuidada, ya que le interesa pasar desapercibida. Pues bien, todo el que quiera vivir la fe, debe conocer a Dios y, desde ahí, conocerse a sí mismo, sabiendo distinguir lo que realmente cuadra con Jesús y lo que, por el contrario, desfigura su proyecto.
El narcisismo de tipo espiritual, aparentemente va en la línea de la verdad, de la religión, pero en el fondo no es más que una máscara que se vale de la fe para “vender” una imagen falsa, ligada al pronunciamiento que Jesús hizo sobre el riesgo de volverse “sepulcros blanqueados”. Por ejemplo, alguien que, en medio de una catedral famosa, decide atravesar la puerta santa, en plan de sacarse una fotografía para subirla y ponerle algún hashtag piadoso. No tiene nada de malo capturar el momento, pero no hay que hacer del jubileo algo trivial. Tener una fotografía con algún obispo, cardenal o con el papa, es una expresión de aprecio, pero frecuentemente se exhibe a modo de “soy importante”, “poderoso”, “de moral intachable”, etc. Repetimos, no tiene nada de malo fotografiarse, mucho menos compartirlo, pero cuidando la intención con la que se lleva a cabo, pues el narcisista espiritual aprovecha cualquier escenario religioso para apropiárselo y fabricar una aureola de santidad.
Hay una anécdota muy simpática de la Venerable Concepción Cabrera de Armida (18621937). En una ocasión, le pidieron que se tomara una fotografía de estudio, llevando el hábito (prestado, pues su director espiritual –Mons. Martínez- le hizo ver que no debía renunciar a su vida laical aun estando viuda) de las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús por ser una congregación que ella había inspirado. Las hermanas querían tener un recuerdo privado de su fundadora y, tomando en cuenta el contexto histórico, la Sra. Armida, se venció a sí misma y accedió; sin embargo, cuando le dijeron que pusiera la mirada al cielo en plan poco natural o pseudo místico, le dio algo de risa y salió fotografiada con un aspecto muy sencillo, como de alguien que mira más allá y no se deja enredar por las apariencias. Su risa no fue de burla, sino de comprender que Dios se maneja de forma distinta a la que le solicitaba el fotógrafo. Ella que había pasado por tantas experiencias místicas y que bien podía darse por buena, nunca perdió los pies del suelo y eso es valioso.
Las redes sociales son un gran avance en materia de comunicación; sin embargo, como todo, hay que saber usarlas para bien. Frecuentemente, proyectan cosas que no son. De nada sirve que alguien salga hincado en una fotografía, mientras en su casa maltrata y en el trabajo no proporciona a los trabajadores las prestaciones de ley. Actitudes por el estilo que minan la credibilidad, desfigurando el verdadero sentido de la fe. Es una cuestión de congruencia y, como nadie está libre de caer en esto, vale la pena tomar nota y asumir con gusto la vía de la humildad, siendo sinceros con nosotros mismos. La fe no es un status o amuleto, sino el resultado de habernos encontrado con Dios, asumiendo nuestro lugar en el mundo y en la Iglesia. Lo demás, sale sobrando. Es necesario avanzar, distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Jesús quiere que tengamos las cosas en claro y no seamos narcisistas, sino persona cada vez más humanas.
A) La de Dios.
B) La de ella misma.
C) La del demonio.
La de Dios, como un diálogo, es la que ubica y, cuando llama la atención, lo hace de buena manera, pues lejos de sentirse un regaño violento, ayuda a tomar conciencia de lo que hay que cambiar, de lo que toca mejorar. Deja una paz que escapa a las palabras. La de uno mismo refleja sentimientos, emociones. Algunas veces, coincide con la de Jesús y, otras, es producto de los caprichos o falsas seguridades que intentan ser justificadas. La del demonio, en cambio, se disfraza, pero genera malestar, fastidio. Confunde y sugiere cosas que, en vez de ayudar, distraen. Es fina, bien cuidada, ya que le interesa pasar desapercibida. Pues bien, todo el que quiera vivir la fe, debe conocer a Dios y, desde ahí, conocerse a sí mismo, sabiendo distinguir lo que realmente cuadra con Jesús y lo que, por el contrario, desfigura su proyecto.
El narcisismo de tipo espiritual, aparentemente va en la línea de la verdad, de la religión, pero en el fondo no es más que una máscara que se vale de la fe para “vender” una imagen falsa, ligada al pronunciamiento que Jesús hizo sobre el riesgo de volverse “sepulcros blanqueados”. Por ejemplo, alguien que, en medio de una catedral famosa, decide atravesar la puerta santa, en plan de sacarse una fotografía para subirla y ponerle algún hashtag piadoso. No tiene nada de malo capturar el momento, pero no hay que hacer del jubileo algo trivial. Tener una fotografía con algún obispo, cardenal o con el papa, es una expresión de aprecio, pero frecuentemente se exhibe a modo de “soy importante”, “poderoso”, “de moral intachable”, etc. Repetimos, no tiene nada de malo fotografiarse, mucho menos compartirlo, pero cuidando la intención con la que se lleva a cabo, pues el narcisista espiritual aprovecha cualquier escenario religioso para apropiárselo y fabricar una aureola de santidad.
Hay una anécdota muy simpática de la Venerable Concepción Cabrera de Armida (18621937). En una ocasión, le pidieron que se tomara una fotografía de estudio, llevando el hábito (prestado, pues su director espiritual –Mons. Martínez- le hizo ver que no debía renunciar a su vida laical aun estando viuda) de las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús por ser una congregación que ella había inspirado. Las hermanas querían tener un recuerdo privado de su fundadora y, tomando en cuenta el contexto histórico, la Sra. Armida, se venció a sí misma y accedió; sin embargo, cuando le dijeron que pusiera la mirada al cielo en plan poco natural o pseudo místico, le dio algo de risa y salió fotografiada con un aspecto muy sencillo, como de alguien que mira más allá y no se deja enredar por las apariencias. Su risa no fue de burla, sino de comprender que Dios se maneja de forma distinta a la que le solicitaba el fotógrafo. Ella que había pasado por tantas experiencias místicas y que bien podía darse por buena, nunca perdió los pies del suelo y eso es valioso.
Las redes sociales son un gran avance en materia de comunicación; sin embargo, como todo, hay que saber usarlas para bien. Frecuentemente, proyectan cosas que no son. De nada sirve que alguien salga hincado en una fotografía, mientras en su casa maltrata y en el trabajo no proporciona a los trabajadores las prestaciones de ley. Actitudes por el estilo que minan la credibilidad, desfigurando el verdadero sentido de la fe. Es una cuestión de congruencia y, como nadie está libre de caer en esto, vale la pena tomar nota y asumir con gusto la vía de la humildad, siendo sinceros con nosotros mismos. La fe no es un status o amuleto, sino el resultado de habernos encontrado con Dios, asumiendo nuestro lugar en el mundo y en la Iglesia. Lo demás, sale sobrando. Es necesario avanzar, distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Jesús quiere que tengamos las cosas en claro y no seamos narcisistas, sino persona cada vez más humanas.