LA NAVIDAD A FONDO

 “AQUÍ” es el adverbio  más repetido en muchos lugares de Tierra Santa. Aquí, en este mismo lugar, ha vivido Dios con nosotros. Ha contemplado este paisaje, ha pisado estos caminos, ha vestido como los demás, ha trabajado con manos de hombre, ha sufrido y ha reído. Increíble pero es la verdad. Ese “AQUÏ” destaca en la Basílica de la Natividad en Belén: Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est.

 El Niño que salva

             Entrar en Belén de Judá hoy día es a la vez emocionante y desanimante. Porque el creyente percibe la falta de unidad entre los cristianos, que a veces llega a la hostilidad, especialmente grave ante esa cuna señalada con una estrella de plata –el brillo de Dios- y un espejo donde nos deberíamos mirar los hombres para ver si nos parecemos en algo a Jesús de Nazaret.

             Sin embargo, esa vivencia es un estímulo para pedir a Dios el don de la unidad que está por encima de las miserias humanas, y también para mirar a Jesús con una sinceridad profunda que convierta el propio corazón. En esa tierra de Jesús el peregrino advierte la mano cainita de los hombres pero sobre todo la mano de Dios que escribe derecho con renglones torcidos: los de los hombres a los que mira con misericordia. Sin ello la Tierra Santa no existiría hoy para los cristianos.

             Todos pueden sentir admiración por Jesucristo como el hombre bueno que ha enseñado una doctrina maravillosa, pero eso no significa creer en el Niño de Belén, como el Hijo de Dios encarnado para la salvación de todos los hombres, la Persona divina que obra a través de la naturaleza humana que ha asumido. Por ese Niño es la comunidad de los creyentes, de los perdonados, que predica a esucristo como el Salvador de los hombres.

 

            Gracias a esta fe la Navidad llega más allá del ternurismo, necesario pero insuficiente, y mueve a cambiar profundamente ejercitando virtudes muy concretas. Por ejemplo, la humildad para andar en la verdad, como decía Santa Teresa; y también afinando la propia conciencia que se mira en Jesús Niño, joven, o en la madurez, para no autoengañarse; por eso es tan útil el sacramento de la Penitencia practicado en este tiempo de Navidad, sobre todo  cuando uno lleva meses o años sin vivirlo.

             Junto a la humildad es tiempo de practicar la caridad que da vigor a las virtudes de la convivencia tan necesarias como ausentes en esta sociedad: la amabilidad con todos, perdonar y olvidar; dar gracias al prójimo; subrayar lo positivo y poner buena cara; adelantarse en el servicio… entre otras. Porque si no traducimos de este modo la mirada del Niño la Navidad degeneraría en unas simples fiestas de invierno, como algunos intentan con torpeza y fracaso.


Cielo y tierra unidos

 

            Asomados al portal de Belén, “la casa del pan” de Vida, los hombres podemos comprender que todas las cosas son buenas, y se puede hablar de un materialismo cristiano. La fe cristiana no desprecia las realidades nobles de la tierra porque ve en la naturaleza y en la historia la Providencia de Dios, en la materia y en el espíritu, en lo bueno y también en lo malo. El cristiano no es un ser especial que nada tenga que ver con los demás hombres, sino que trabaja con ellos para acercarles a Dios colaborando con los dones que recibe en los sacramentos.

 

            Con esta fe audaz lo ha expresado san Josemaría Escrivá: «El auténtico sentido cristiano —que profesa la resurrec­ción de toda carne— se enfrentó siempre, como es lógico, con la “desencarnación”, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un “materialismo cristiano”, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu. ¿Qué son los sacramentos —huellas de del Verbo, como afirmaron los antiguos— sino la más clara manifes­tación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales?» (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer,  n. 115).

 

            Queremos decir que la presencia de Jesús en Belén da un valor nuevo a todo lo humano. Al entrar en la tierra ha tomado sobre sí las realidades humanas nobles, dándolas plenitud de significado. El cristiano reconoce entonces el sentido divino del quehacer humano y, con el auxilio de la gracia, puede realizar obras con valor de eternidad contribuyendo a instaurar el Reino de Dios en el mundo. Entonces el “Feliz Navidad y deseo de todo lo bueno para el próximo Año 2015” tiene sustancia humana y cristiana.