En su momento tuve la intención de abordar el tema de la intolerancia salvaje de las feminazis, refiriéndome a este grupo de mujeres que tienen como práctica anual hacer una manifestación, que siempre – y óigase bien, SIEMPRE – termina en actos indecentes, violentos y vandálicos en alguna iglesia o catedral, y en estos últimos años en Mar del Plata (Argentina) le ha tocado a un grupo de católicos – como todos los benditos años – salir a defenderla, para que este grupo de maniáticas no profane el Sagrario[1]. Luego en mi país, tuvimos el caso de un transexual que estaba orgulloso/a  porque su novio estaba embarazado – así es lo leyeron bien, SU NOVIO – de manera que estábamos ante el caso de un hombre que se viste como mujer, pero que luego se enamoró de una mujer que se viste como hombre[2]… les doy el tiempo para que lo lean de nuevo… ¡listo, continuamos! Finalmente, hace pocos días se debate una ley, por presión de la comunidad LGBTI – y las demás letras del alfabeto –, para que se cambie en el documento de identidad la palabra “sexo” por “género”, para que finalmente Michael pueda ser conocido como Michelle sin que nadie lo ponga en duda, lo que traerá en un futuro muy cercano un caos a nivel jurídico y de sentido común en las relaciones interpersonales.

Como verán, cada vez que he querido abordar un tema, sale otro al siguiente día, de manera que he decidido enfocarme en un factor que nos compete con respecto a todos…

En los tres casos, y en todos los demás que ha habido y que vendrán, se tratará siempre de estas minorías que no terminan de entender cuál es el papel de las leyes y el Derecho en una sociedad. ¿Para qué nace el Derecho?

“Su para qué puede cifrarse en la obtención o consecución del bien común, en la realización de la meta que supone el bien de la comunidad[3]

Y siguiendo este concepto que a mi parecer no es nada difícil de comprender, nos damos cuenta que tanto el Derecho como las leyes – que derivan del mismo – no existen para favorecer a una minoría, sino para buscar el bien común. Sin embargo, dentro de este contexto, evidentemente la promoción de la homosexualidad como un estilo de vida “normal y virtuoso”, la presentación de la transexualidad como “una historia de amor entre un hombre que parece mujer y una mujer que parece hombre” y tantas otras ocurrencias, no obedecen ni al sentido común ni a la esencia y naturaleza de lo que son las leyes y el Derecho en sí mismo.

Ante esta realidad, quienes se encargan de dictar las leyes, parecen haber olvidado lo que aprendieron durante su formación profesional, pues últimamente se vive una verdadera obsesión enfermiza por complacer a estas minorías que no representan el sentir de una sociedad. Y para muestra de ello el sencillo ejemplo de mi país en la actualidad – y en esto sólo se trata de pensarlo un poquito y despacio – se está tratando de cambiar la cédula de identidad, que es un documento de uso universal (es decir, de todos los catorce – ya casi quince – millones de ecuatorianos) y necesario para cualquier trámite dentro o fuera del país, para complacer a un grupo minoritario que tiene el capricho de que la sociedad les reconozca, que aunque alguien nació como Mario, porque subjetivamente él se siente “María”, se le trate a nivel social y jurídico, como María. Me disculparán todos quienes me leen, pero esto es una real y soberana estupidez. Dentro de su casa si quiere puede ser la reencarnación de Lady Di, pero en la esfera pública del Derecho y las leyes, hablamos de una objetividad de la realidad, en donde todos tenemos derecho a saber la verdad. Es decir, que María es en realidad “Mario Daniel Cajamarca Rodríguez” (por ejemplo).

Siempre me lo he preguntado… si tanto buscan la dichosa igualdad, ¿por qué no ser coherentes a plenitud con sus postulados?, y entonces, ¿para qué voy a cederle el puesto a una mujer en el bus, no es acaso que somos iguales? ¡Que vaya parada, yo llegué primero! ¿Para qué voy a abrirle la puerta para que ella entre o salga primero, no es acaso que somos iguales? ¡Tiene la fuerza para abrir la puerta, que lo haga ella!, y así podría continuar con un sinnúmero de ejemplos, tan sólo para hacerles ver que la caballerosidad nace justamente de un hecho natural e irrefutable, las mujeres y los hombres somos diferentes, y el uno tiene fortalezas en donde el otro tiene debilidades, justamente porque Dios nos ha creado hombre y mujer para complementarnos[4].

Es una letanía diaria el repetir una y otra vez a las feministas radicales, que el hombre y la mujer SON DIFERENTES Y JAMÁS SERÁN IGUALES. Y es que la lucha intransigente, ya no por los legítimos derechos de la mujer (es decir, las verdaderas feministas), sino por una especie de “colonización femenina”  que busca aplastar al hombre, se ha vuelto absurda y violenta. Tan solo es de tener las neuronas necesarias para hacer sinapsis… ¿El grupo que de manera salvaje, violenta y vandálica, cada año se desnuda en las calles de Argentina, defecan en las afueras de la Catedral, tienen relaciones sexuales entre ellas, y un largo etcétera, son las mismas que reclaman tolerancia y atención?... El chiste se cuenta sólo.

La visión errada que promueven estas mujeres conlleva a criterios como que la maternidad es una esclavitud y presiona a las mujeres a que entren en una competencia profesional y laboral con el hombre… una competencia que no sólo es innecesaria, sino que distorsiona la naturaleza real de la mujer como tal.

“Me pregunto si la considerada ´ideología de género´ no se trata también de una expresión de una frustración y de resignación que busca borrar la diferencia sexual porque ya no pueden hacer frente a ella. Corremos el riesgo de dar un paso atrás. La eliminación de la diferencia, en efecto, es el problema, no la solución. Para resolver sus problemas de relación, el hombre y la mujer deben  hablarse más, escucharse más, conocerse más, quererse más”[5]

En los datos de la catoliquísima España (el sarcasmo va con dolor), el último Censo indica que los hogares formados por parejas sin hijos ha aumentado en un 45,1% y ya rozan los 4,19 millones, de los cuales 1,7 millones son personas mayores de 65 años que viven solas[6]. Ciertamente, esta realidad no es nada extraño debido a que las mujeres no quieren tener hijos, las parejas prefieren un perro, viven en unión libre y la carga de ancianos por mantener es desproporcional a la mano de obra joven que existe.

Esto, como una de las tantas realidades que se viven a consecuencia de estas ideologías progresistas que tienen como último objetivo desbaratar a la familia, compuesta por hombre y mujer, reconocida como célula fundamental de una sociedad. Ésta es la realidad que las leyes y los gobernantes deberían proteger y promover. No ideologías absurdas postuladas por minorías radicales, que buscan una especie de bunker anárquico sin Dios ni ley.

Nuestras sociedades seguirán sufriendo las consecuencias de estas ideologías perjudiciales para el bien común, hasta que los católicos en particular no se tomen en serio su papel en medio del mundo. Desde aquellos que son incapaces de aclarar con firmeza los argumentos en defensa de la familia en un aula de clases, hasta los políticos que se atreven a llamarse “católicos”, y promueven ideologías contrarias a la enseñanza cristiana, que es a fin de cuentas la luz de la Verdad para los pueblos.


[1] Aquí pueden observar a las “joyitas” tirando abajo las rejas de la Catedral: https://www.youtube.com/watch?v=4DaX1PcbdSA

[2] Aquí la noticia: http://www.larepublica.ec/blog/gente/2015/10/06/diane-rodriguez-anuncia-embarazado-novio-que-espera-hijo/

[3] Barraca Javier, Pensar el Derecho. Pág. 30

[4] Gn. 1, 27

[5] Papa Francisco. Audiencia General, Vaticano, 15 de abril de 2015

[6] Censo de Población y Vivienda del Instituto Nacional de Estadística (INE) de Madrid. (2001-2011)