Y qué bonito si en vez de monjas de clausura nos llamaran monjas de la Voluntad de Dios. La clausura samaritana es la Voluntad de Dios y no nos obliga sólo a las monjas. Nos obliga a todos los corazones samaritanos: todos somos corazones de clausura, corazones de la Voluntad de Dios, corazones que viven encerrados, circunscritos, en otro Corazón y que de ahí no quieren salir. Es un encierro voluntario.
Nos hemos encerrado en la Voluntad de Dios y de ese baluarte no queremos salir porque el Corazón de Jesús es la Voluntad de Dios. En el Corazón de Jesús lo único que reina es la Voluntad de Padre, la Voluntad de Dios, su alimento es la Voluntad de Padre. Jesús vivió totalmente enclaustrado en la Voluntad del Padre, nunca se extralimitó, nunca superó los límites de su clausura voluntaria. Y no voy a entrar ahora en que tenga que haber un apartamiento físico, material, unos límites definidos, unas barreras arquitectónicas más o menos densas o simbólicas... esa es otra cuestión que -efectivamente- hay que cuidar también y definir pero... sobre todo hay que ahondar en el sentido de las cosas y a mí no me gusta que nos denominen monjas de clausura -como si lo único que hiciéramos las monjas de clausura es estar metidas entre cuatro paredes- si no monjas de la Voluntad de Dios, monjas de la clausura samaritana, del claustro samaritano, del Corazón de Cristo... monjas de Jesús, monjas del Corazón de Jesús que es nuestro claustro y desde ahí -sin extralimitarnos, sin romper nunca nuestra clausura, sin traspasar esos límites de la Voluntad de Dios- podemos hacer cualquier cosa: podemos gritar al mundo, podemos servirnos de los medios, podemos hacer lo que hagamos que... yo no tengo miedo y nada me asusta, pues nada de fuera puede romper la intimidad, el estar con Él.