Recuerda la palabra que diste a tu siervo, Señor, de la que hiciste mi esperanza. Este es mi consuelo en la aflicción (Sal 119,49s).

En el AT, es frecuente encontrar en las palabras de Dios un esquema del tipo "si haces..., entonces...". El salmista está caminando precisamente sobre eso. Él tiende sus manos hacia la voluntad divina (cf. Sal 119,48) y, por ello, aun en medio de los momentos de dificultad, su vida no se ve sumida en la desolación. Esto es así porque la fidelidad divina hace que sus palabras nutran nuestra esperanza, pues hace que sus promesas sean pregustación delcumplimiento de ellas. Quien se apoya en esa Roca no siente la zozobra de lo que puede fallar, el futuro en manos de Dios no es incierto, sino esperanzado.

El comulgante se halla en una situación similar. En los evangelios, nos encontramos con palabras de Jesús que guardan una estructura similar. En dos momentos muy eucarísticos, v. gr., las tenemos: el discurso de la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6,22-66) y las palabras de la última cena (Jn 13,3117,26). Recordemos solamente algunas.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre (Jn 6,51).
El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14,23).

La vida está ciertamente llena de problemas y dificultades, pero en medio de todo ello vivimos con la esperanza en la diviniación, en la participación plena en la vida divina. La comunión es ocasión para hablar de estas cosas con el Señor; las palabras de este Salmo nos invitan a ello. El Señor nos ha hecho unas promesas, ¿qué mayor seguridad en la vida?