Ante el Belén, en casa:
Contemplación del Nacimiento de Cristo Nuestro Señor
Estamos acostumbrado, espero que todavía por mucho tiempo, a ver el Belén en casa o en algún lugar público. Nos gusta e incluso nos conmueve, y el corazón como que quisiera ser niño, más simple.
Para introducirse con fruto en la contemplación de este Misterio, hemos de tener en cuenta lo siguiente:
--Jesús entra en la historia en virtud en virtud de una iniciativa de la Trinidad Divina. No lo han decidido ni podían decidirlo los hombres. Lo que muestra ya el amor de Dios por la humanidad, haciéndose aún más cercano, queriéndola rescatar, restaurar y rehacerla hasta divinizarla. ¿Podría alguien imaginar, y menos realizar, semejante aventura de amor?
--Por su parte, el evangelista Lucas enmarca el Misterio en unas coordenadas históricas precisas: léase Lc 2,1-20. Lo que muestra que un tal nacimiento ha acontecido realmente en la historia por nosotros y a favor nuestro: la humanidad toda.
Estamos personalmente implicados. ¡Qué regalo! Este es el verdadero regalo de Navidad. La de antaño y la de hoy también.
¿Cómo contemplar el Nacimiento? Nos lo indica san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales: Mirar la cueva o lugar del Nacimiento, si es grande o pequeña, si es baja o alta, y cómo está preparada… Ver las personas: a Nuestra Señora, a José y el Niño Jesús recién nacido.
Y añade algo más e importante, (se lo dice a cada uno): Yo, como si presente me hallase, haciéndome un pobrecito y esclavo indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en su necesidad, con todo acatamiento y reverencia posible. Después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho. Se trata, -en actitud personal despierta y receptiva-, de ver las persona…, oír lo que dicen…, mirar lo que hacen… Eso es la contemplación.
Si “contemplar es dejarse transformar por lo que se contempla”, el “como si presente me hallase”, nos permite vivir la escena del misterio no como algo externo o ajeno, sino algo propio: tú te metes en la escena, aquello va contigo, te interesa y te seduce. Estás ahí presente, participando y reflictiendo, es decir, dejándote empapar la cabeza, el corazón y la vida por ese Misterio. Así, la contemplación te permite ir adquiriendo, poco a poco, actitudes, estilos, valores y amores preferenciales de Jesús y su Madre… Que irán haciendo luego vida en tu propia vida; y desde ti mismo, y sin pretenderlo, reflejarás (testimoniarás) ese mismo Misterio en todo lo que dices y haces. ¡Nada menos!
Detente, pues, y contempla: oye todas y cada una de las palabras, escucha, mira, observa… El Niño es puesto en el pesebre. Llora. ¡Cuánta vulnerabilidad! Te ofrece su amor infinito: te lo regala. María y José adoran en silencio. ¿Y tú? Se alegran, alaban y dan gracias con amor indecible. ¿Y tú?
Ha nacido para ti. Se ha hecho tu hermano mayor. Te llama, te mira, te busca, te quiere. Este Niño te ha amado desde toda la eternidad. Y porque te ama, aparece sobre el pesebre como un niño tierno, débil, inerme. Y su pequeño corazón arde de amor infinito por ti. ¿Caes en la cuenta? Cada uno de sus latidos, apenas perceptibles, dice que te ama hasta que hasta que se pare en la Cruz, y más allá también. ¿Sabes?
Este Niño te enseña el amor a la pobreza y a los pobres; te enseña la humildad, el sacrificio, la disponibilidad, el amor hecho servicio. En esa cuna, en ese lugar y con esa compañía quiere acabar con tu soberbia, tu poder, tu tener, tu autosuficiencia, tu prepotencia…
¿Por qué no te atreves a tocarle, a besarle…? Mira a María y a José. Te dan permiso.
Ahora desea y pide aquello que siente en tu interior, para “más” amar, seguir e imitar a Jesús.
Reza un Padre nuestro…, y retírate con toda discreción.