“Amar hasta que duela. Si duele es buena señal”. Esta es una de las frases célebres de la Madre Teresa de Calcuta, cuya canonización fue aprobada el pasado jueves por la Santa Sede. ¿Hasta que duela? ¿No será eso masoquismo?

Para la futura santa no lo era. Ella entendía el amor como el olvido de sí mismo, el pensar en la felicidad del otro y si es preciso, entregar la vida por esa causa. Los propios planes o la comodidad quedaban en el último lugar. Y dio este mensaje a un mundo donde reinan el egoísmo y la “cultura del descarte”.

Agnes Gonxha Bojaxhiu (su nombre de pila) pasó una infancia dura tras la repentina muerte de su padre. Esto nos hace ver cómo los santos no son seres que permanecen inmunes ante el dolor sino que se valen de éste para amar más, dejar que Dios cure sus heridas y compadecerse por el dolor del otro.

Aceptó el llamado a la vocación religiosa y en 1928 entró a la comunidad conocida como Hermanas de Loreto. Parecía que ya había hecho las renuncias suficientes en su vida pero en 1946 recibió “la llamada dentro de la llamada”: 

“Debía dejar el convento y ayudar a los pobres viviendo con ellos. Fue una orden. No cumplirla habría sido traicionar la fe”, decía en una de sus cartas. Desde ese momento tuvo en su corazón esa espina clavada. Espina que la llevó a fundar, cuatro años después la comunidad de las Hermanas Misioneras de la Caridad.

Al leer su biografía pensaba en el dolor que le debió haber causado dar tremendo salto en su vida. Pero ella estaba convencida de lo que Dios le pedía. Hoy la comunidad fundada por ella tiene 5.100 religiosas profesas, que se gastan y desgastan por los más rechazados con profunda humildad, sin buscar protagonismo pero con el amor y entrega de madres espirituales. ¿Qué sería de la vida de tantos pobres y abandonados, sin el cariño y el alivio espiritual que brindan estas sencillas y alegres monjitas?

La vida de la Madre Teresa fue mucho más que acciones concretas de caridad. Las cartas escritas por ella y publicadas en el año 2007 en un libro titulado “Ven y sé mi luz” evidencian lo mucho que sufrió al pasar tiempos de oscuridad interior en los que no sentía a Dios en la oración. Una experiencia que han tenido varios santos. Algunos periodistas quisieron llamarla atea. Pero esa “noche oscura” no fue para ella motivo de duda, sino una prueba de que la fe va más allá de los sentimientos.  Por ello no dejaba de hablar de Dios a los más necesitados, a reflejarlo en sus acciones. Al contrario, lo hacía con más fuerza. No se trata de hipocresía. Se trata de valentía. Así es como se ama hasta que duela.

Con su canonización la Santa Sede confirma así la fama de santidad en la que murió esta mujer y la pone como modelo universal de vivencia en grado heroico de las virtudes. Las grandes obras que realizó la Madre Teresa son la suma de pequeñas acciones de caridad que marcaron una diferencia en el mundo: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.”, decía la futura santa.