El pasado día 8 iniciaba el Papa Francisco solemnemente el año de la misericordia, un año jubilar en la Iglesia católica para conmemorar el 50 aniversario del fin del Vaticano II, marcado por una virtud que le resulta especialmente cercana al actual Pontífice. "Dios no se cansa nunca de perdonar", ha repetido en muchas ocasiones, y nos invita ahora a considerarlo con una renovada fuerza, y a darlo a conocer a quienes, por una u otra razón, se han apartado de Dios y de la Iglesia.
Dice el conocido aforismo, que Dios perdona siempre, el hombre algunas veces y la naturaleza nunca. En mi reciente viaje a Emiratos, nos invitaron a visitar la gran mezquita Sheikh Zayed en Abu Dhabi. En una de las paredes del interior figuran los calificativos que los musulmanes atribuyen a Dios: el segundo de ellos es "El Compasivo con toda la creación"; el tercero "el Misericordioso con los creyentes". También los musulmanes reconocen la misericordia de Dios, aunque lamentablemente algunos no la practiquen. Para los cristianos, el nombre propio de Dios es Creador (Padre), Palabra (Hijo) y Amor (Espíritu Santo), todo en la íntima unión de la Trinidad. No puede separarse ningún atributo de Dios del ser Padre-Palabra-Amor. A eso nos llama el Papa Francisco en este año de gracia, a reflexionar de nuevo sobre ese Amor que explica la Creación y la Redención.
Si Dios ha querido crearnos para el amor y ha querido redimirnos para recuperar el amor perdido por nuestra propia soberbia, el año de la misericordia es principalmente un periodo para recuperar el amor a Dios y para ahondar en ese amor a través del amor a sus criaturas, a todas. Recuperar el amor perdido es reflexionar sobre el sacramento del perdón. Me preguntaba un amigo hace unos meses hablando de la confesión: "¿Pero ese sacramento no lo habían quitado en el Vaticano II?"; no, no lo han quitado. Sería tremendo que los católicos perdieramos ese tesoro: un Dios que perdona, que nos manifesta ese perdón hasta físicamente, cuando escuchamos "yo te absuelvo de tus pecados". Es El, aunque actué a través de una imagen suya, de un sacerdote, que siempre nos recibirá con corazón paternal, como el buen padre de la parábola del hijo pródigo. (Para quienes hace tiempo que no se confiesan, hay una guía didáctica muy sencilla en el siguiente enlace)
Un año también para, recuperando ese amor, entregarlo a los demás. Misericordia significa "misere cor dare": dar el corazón al mísero, a quien necesita esa compasión, ese sentir con. Ser misericordioso es mirar más allá de nosotros mismos, ver personas necesitadas de nuestro cariño, de nuestra atención, de nuestro tiempo, quizá de nuestros recursos, aunque no sólo. Leía hace tiempo uno testimonio de un voluntario que trabajó junto a la Madre Teresa de Calcula (pronto la llamaremos Santa). Al llegar al hospital, le dejó en brazos un niño pequeño que estaba agonizando. No pudo hacer nada. Murió poco después. Ella le dijo que sí había hecho mucho, mostrar a ese niño que había sido querido, servir de imagen de Dios para entregar un amor visible a quien ya no tenía nada.
Dice el conocido aforismo, que Dios perdona siempre, el hombre algunas veces y la naturaleza nunca. En mi reciente viaje a Emiratos, nos invitaron a visitar la gran mezquita Sheikh Zayed en Abu Dhabi. En una de las paredes del interior figuran los calificativos que los musulmanes atribuyen a Dios: el segundo de ellos es "El Compasivo con toda la creación"; el tercero "el Misericordioso con los creyentes". También los musulmanes reconocen la misericordia de Dios, aunque lamentablemente algunos no la practiquen. Para los cristianos, el nombre propio de Dios es Creador (Padre), Palabra (Hijo) y Amor (Espíritu Santo), todo en la íntima unión de la Trinidad. No puede separarse ningún atributo de Dios del ser Padre-Palabra-Amor. A eso nos llama el Papa Francisco en este año de gracia, a reflexionar de nuevo sobre ese Amor que explica la Creación y la Redención.
Si Dios ha querido crearnos para el amor y ha querido redimirnos para recuperar el amor perdido por nuestra propia soberbia, el año de la misericordia es principalmente un periodo para recuperar el amor a Dios y para ahondar en ese amor a través del amor a sus criaturas, a todas. Recuperar el amor perdido es reflexionar sobre el sacramento del perdón. Me preguntaba un amigo hace unos meses hablando de la confesión: "¿Pero ese sacramento no lo habían quitado en el Vaticano II?"; no, no lo han quitado. Sería tremendo que los católicos perdieramos ese tesoro: un Dios que perdona, que nos manifesta ese perdón hasta físicamente, cuando escuchamos "yo te absuelvo de tus pecados". Es El, aunque actué a través de una imagen suya, de un sacerdote, que siempre nos recibirá con corazón paternal, como el buen padre de la parábola del hijo pródigo. (Para quienes hace tiempo que no se confiesan, hay una guía didáctica muy sencilla en el siguiente enlace)
Un año también para, recuperando ese amor, entregarlo a los demás. Misericordia significa "misere cor dare": dar el corazón al mísero, a quien necesita esa compasión, ese sentir con. Ser misericordioso es mirar más allá de nosotros mismos, ver personas necesitadas de nuestro cariño, de nuestra atención, de nuestro tiempo, quizá de nuestros recursos, aunque no sólo. Leía hace tiempo uno testimonio de un voluntario que trabajó junto a la Madre Teresa de Calcula (pronto la llamaremos Santa). Al llegar al hospital, le dejó en brazos un niño pequeño que estaba agonizando. No pudo hacer nada. Murió poco después. Ella le dijo que sí había hecho mucho, mostrar a ese niño que había sido querido, servir de imagen de Dios para entregar un amor visible a quien ya no tenía nada.