TEMA: CREO EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO NUESTRO SEÑOR QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN
(En especial para los Catequistas)
Muchos admiran a Jesús. Es un hombre extraordinario, íntegro. Es el hombre perfecto. Le admiramos todos, creyentes y no creyentes. Pero quienes creemos en Él, además de admirarle, le queremos, porque sabemos que es el Hijo de Dios y que sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, y vino al mundo como un puro regalo del Padre a los hombres. Por eso, nuestra fe nos dice que no fue concebido como nosotros, por el amor de un padre y de una madre, sino que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María.
Algunos se extrañan de eso, pero ya hemos hablado de que es omnipotente, es decir, que lo puede hacer todo. Y si lo ha creado todo, ¿cómo no va a poder hacer que la Virgen conciba un hijo sin la colaboración de un hombre? Ése soy yo porque la Virgen me concibió por obra del Espíritu Santo, no por un hombre.
Érase una vez un equipo de fútbol de una barriada de la gran ciudad. Jugaban contra otros equipos y, aunque luchaban hasta el final, perdían casi todos los partidos. Estaban desanimados.
Pero un buen día aparece por el barrio el que era considerado como mejor jugador del mundo, que había nacido también precisamente en ese barrio. Vio a sus amigos de la niñez, estuvieron largo tiempo charlando y recordando muchas escenas y chiquilladas que hicieron juntos de pequeños. Desde siempre estaba muy encariñado con su barrio.
Al hablarle de lo mal que iba el equipo del barrio, sucedió lo que nadie se podía imaginar: decidió fichar por el equipo de su barrio; además, fichó gratis. Nadie se lo explicaba. ¿Cómo es posible, se preguntaban? Pues que, sencillamente, quería mucho a su barrio en el que tenía muchos amigos y familiares y no necesitaba dinero porque tenía ya mucho.
Al domingo siguiente había partido. Salieron al campo los jugadores y al ver los contrarios que estaba con el equipo el mejor jugador del mundo, pensaron que les iba a ser muy difícil ganar.
Efectivamente, a partir de ese momento, el equipo del barrio cosechaba victoria tras victoria y llegaron a ser campeones.
Podemos decir que Jesús es el gran fichaje de la humanidad. Ya no hay nadie que nos pueda ganar. A partir de ese momento, ni el demonio ni el pecado ni la muerte pueden vencernos.
Niño: Quedamos en que nos habías abierto las puertas del cielo. ¿Me dices cómo?
Jesús: El Padre, como Padre bueno que es, no podía permitir que sus hijos estuviesen esclavizados por el pecado y sin poder estar con Él para siempre en el cielo.
Niño: Claro, nos perdonaría ¿no? Eso es lo que hacen todos los padres buenos.
Jesús: Sí, os perdonó como Padre bueno que es, pero ¿sabes cómo?
Niño: Me da la impresión de que estás tú metido en todo esto del perdón ¿no es verdad?
Jesús: Naturalmente que estoy metido. Voy, pues, a empezar a hablarte de mí.
El demonio, desde el pecado de Adán, se había hecho señor del mundo; creía haberle robado a mi Padre el señorío sobre el mundo. Mi Padre pensó en mí, su Hijo único, y decidió traspasarme su señorío sobre toda la creación, empezando por el hombre.
Niño: Pero si tú como Dios ya eras Señor, ¿qué necesidad tenías de que el Padre te traspasase su señorío?
Jesús: Me traspasó el señorío que tenía Adán, vuestro primer padre. Por eso soy llamado el “Nuevo Adán”.
Atiende. Adán tenía el señorío sobre todos los hombres porque de él habíais de recibir la vida de la gracia al mismo tiempo que os transmitía la vida humana. Al rechazar el amor y la obediencia a Dios, entra en el mundo el pecado, y el demonio empieza a ser señor del mundo por el pecado.
Pero el Padre se compadece de vosotros y decide que yo me haga hombre para que vosotros, uniéndoos a mí, recibieseis la gracia que debíais haber recibido de Adán, ¿comprendes?
Con Adán os unís desde el momento en que sois engendrados por vuestros padres. Conmigo os unís desde el momento en que sois engendrados como hijos de Dios, es decir, desde el momento de vuestro bautismo. Y así como Adán, al mismo tiempo que os transmite la vida, os transmite el pecado y la muerte como fruto del pecado, yo, al mismo tiempo que os transmito la vida de la gracia os libro del pecado y de la muerte, porque estáis llamados a resucitar conmigo.
Como ejemplo, yo soy como un árbol en el que os vais injertando al recibir el bautismo. Y como recibís de mí la vida nueva que es mi propia vida, tengo sobre vosotros el señorío de la vida, señorío que tenía Adán antes de pecar.
Niño: Ay, pues yo prefiero que seas tú mi señor, y no Adán.
Jesús: Claro. Por eso canta la Iglesia en la Vigilia Pascual: “Feliz la culpa que mereció tal redentor”.
Niño: Al hacerte hombre para salvarnos dejaste de ser Dios y te convertiste en hombre. ¿No?
Jesús: No. Yo nunca puedo dejar de ser Dios. Así que, sin dejar de ser Dios empecé a ser hombre; fui concebido como hombre en el seno de mi madre María, pero no como sois concebidos todos los hombres, por el amor de vuestro padre y de vuestra madre; fui concebido por obra del Espíritu Santo. Por eso mi madre es virgen, es decir, que no se ha unido a ningún varón, como las madres se unen con los padres para engendrar a los hijos.
Niño: Entonces, ¿es verdad que como Dios, tienes Padre sin madre y, como hombre, tienes madre sin padre?
Jesús: Exacto. Como Dios fui engendrado desde toda la eternidad por mi Padre. Y, como hombre, fui concebido por mi madre María sin padre humano, sino por la acción del Espíritu Santo.
Niño: Jesús, me has dicho que no tenías un padre humano. Pero José ¿no era tu padre? ¿Cómo es eso?
Jesús: José tomó a mi madre María por esposa y, antes de vivir juntos, vio que mi madre iba a tener un hijo; y, como era un hombre justo, no la quiso denunciar y pensó en abandonarla. Pero Dios le envió un ángel que le dijo que no tuviese reparo en seguir con ella, porque el hijo que iba a nacer no era de ningún hombre, sino del Espíritu Santo. Y como José estaba casado con mi madre, era tenido como padre mío. Cierto que no me dio la vida, pero se portó siempre conmigo como el mejor de los padres.
Niño: Pero después, sí tuvieron hijos, porque yo he oído que los Evangelios hablan de tus hermanos.
Jesús: Efectivamente, los Evangelios hablan de mis hermanos. Pero en mis tiempos se llamaban hermanos a los parientes e, incluso, a los que pertenecían a una misma tribu.
Niño: ¿Y por qué Dios quiso que tu madre fuese virgen?
Jesús: Entre otras razones, para que apareciese con más claridad que yo era un regalo totalmente gratuito de mi Padre a los hombres. Si yo hubiese nacido como fruto del amor de un hombre y de una mujer, esto no aparecería con la misma claridad. Y, como mi madre, por ser virgen, estuvo dedicada a mí y a mi obra en exclusiva, os la regalé como madre de todos vosotros cuando yo estaba a punto de morir en la cruz. Y así, ella empezó a ejercer su maternidad sobre la Iglesia acompañando a mis apóstoles cuando estaban un poco desanimados esperando la venida del Espíritu Santo; y os acompaña a todos en vuestra vida para que os parezcáis a mí en vuestro obrar.
Niño: Cuéntame algo de tu vida, Jesús. ¿Dónde naciste?
Jesús: Nací en Belén, en un establo que había por allí. Me pusieron por nombre Jesús, que significa Salvador.
Niño: Pero te llamamos también Jesucristo. ¿Por qué se añade Cristo a tu nombre Jesús?
Jesús: Porque Cristo significa "Mesías", es decir, aquél que el Padre había de enviar para salvar a los hombres.
Niño: ¿Y viviste en Belén?
Jesús: No. El hecho de nacer en Belén fue porque mis padres, María y José, tuvieron que ir a Belén para inscribirse, ya que sus antepasados provenían de allí.
Niño: ¿Dónde viviste de pequeño?
Jesús: Viví en Nazaret con mis padres a quienes quería mucho y obedecía siempre; ¿oyes? Obedecía siempre.
Niño: Ya oigo, ya; y entiendo lo que me quieres decir. ¿Hasta cuándo viviste en Nazaret?
Jesús: Viví en Nazaret hasta que tuve unos 30 años.
Niño: ¿Qué hiciste a los 30 años?
Jesús: Empecé a predicar.
Niño: ¿Hasta cuándo predicaste?
Jesús: Hasta los 33 años más o menos.
Niño: ¿Sólo predicaste tres años?
Jesús: Sólo tres años.
Niño: ¿Qué predicabas?
Jesús: Predicaba el Reinado de Dios, es decir que Dios es mi Padre y vuestro Padre, que es Señor de todas las cosas, que os quiere mucho, que debéis quererle mucho también, y que debéis quereros mucho unos a otros como hermanos.
Niño: ¿Cómo acabó tu predicación? ¿Te siguieron muchos?
Jesús: Me siguieron algunos, pero al final, me quedé muy solo. ¿Te lo cuento otro día?
Niño: De acuerdo; pero no quiero que dejes de contármelo.
¿Sabes, Jesús, cómo me imagino tu encarnación? Pues como un río en una de cuyas orillas estáis la Trinidad, y en la otra, nosotros, los hombres. Y cuando viste que estábamos en pecado sin que pudiésemos pasar a vuestra orilla, te encarnaste, saltando a nuestra orilla para estar con nosotros y salvarnos. ¡Qué maravilloso eres!
¡Nos quieres mucho, Jesús! Pero alégrate, que nosotros también te queremos. Tienes muchos amigos, muchos; y yo soy uno de ellos.
Hay mucha gente que te quiere, que está cerca de ti, que también da su vida por ti.
No te canses, Jesús, de querernos. Voy a procurar que te quieran los que no te quieren. ¿No es eso lo que te gusta de mí? Pues, ¡Adelante!
José Gea