Ayer regresé de Emiratos Arabes, un país de reciente creacion (nació en 1971), pero de gran empuje cultural y económico. Heredero de las tradiciones nómadas de la península arábiga, la gran riqueza petrolífera primero y la perspicacia de los líderes tribales (jeques) después han convertido a este país en referente del mundo árabe, además uno de los más abiertos a Occidente. En Emiratos conviven el inglés y el árabe como lenguas cooficiales, amparando a una enorme diversidad de trabajadores de distinos sectores que buscan en el afluencia economica del país una mejor vida. El rápido desarrollo de sus dos principales ciudades, Dubai y Abu Dhabi, las convierte en eje económico, comercial y turistico del golfo pérsico.
Estos días celebraba el país su día nacional, el 44 aniversario de su nacimiento, y las calles de Al Ain, donde me he alojado, se engalanaban con luces y motivos decorativos referentes al evento. Me invitaron a visitar una feria cultural que organizan con este motivo donde recuerdan sus tradiciones, su artesanía y gastronomía, sus danzas y canciones, su destreza en la doma de caballos y camellos. Aparentemente, conviven bien el fomento de esas tradiciones con la apertura a las nuevas tendencias, principalmente tecnológicas. Choca un poco ver a mujeres y hombres ataviados con sus trajes tradicionales manejando móviles de última generación. Parece que la tecnología, muy presente en la vida cotidiana del país, no les resulta contradictoria con sus propias raíces culturales: la tablet y el móvil conviven con el velo o el turbante. Por ejemplo, la directora del departamento de Geografía de la Universidad más importante del país me recibió con cordialidad, pero excusó darme la mano indicando que no era costumbre (diferencias culturales dijo), y no parece que sintiera contradicción entre dirigir trabajos de sus alumnas sobre imágenes de satélite mientras iba vestida, al menos en el exterior, con el mismo estilo de ropa que podría haber llevado su bisabuela.
Me dio que pensar esta cuestión por contraste con cuestiones que vemos todos los días en nuestro país, que en apenas 30 años ha cambiado tan drásticamente hasta olvidar las costumbre sociales y las tradiciones culturales que había acumulado en su larga historia. Desde luego no pienso que cualquier cosa sea buena por el hecho de ser antigua, pero también me parece un error despreciar una tradición por el hecho de serlo. Confundir una tradición, en el modo de hablar, de vestirse, de comportarse, de valorar ciertas cosas, con el atraso es actitud de nuevos ricos, que piensan con orgullo pasar por encima de sus antepasados como si fueran deficientes mentales, cayendo por eso en los mil tropiezos que ellos ya superaron.
Hay muchos frentes donde esta actitud esta presente. Ahora se puede observar claramente en la tradición navideña. A base de obviar lo que no puede obviarse, porque es el núcleo de lo que celebramos estos días, se acaba por caer en la más ridícula estulticia. Ya no se felicita la Navidad, sino "las fiestas", pero parece que nadie se pregunta de qué son esas fiestas, qué celebramos exactamente y por qué deberíamos felicitarnos. Para obviar el recuerdo del nacimiento de Jesús, (Navidad = Nacimiento), intentan identificar la Navidad con las cosas más absurdas, como los osos polares, la nieve, o las luces de no-se-sabe-qué. Naturalmente el árbol es más representativo que el Belén, porque lo usan los nórdicos o los estado-unidenses, y ese señor gordo vestido de rojo (que por cierto es una imagen de San Nicolás, obispo de Mira en la actual Turquia) más generoso que nuestros Reyes Magos. Me parece que más allá de los símbolos el asunto es de más calado, pues supone el abandono de una tradición cultural propia para cambiarla por algo mucho menos sólido, de menos calado y, además, foráneo, extrinseco a nuestras raíces. No parece que tenga mucha lógica.
Estos días celebraba el país su día nacional, el 44 aniversario de su nacimiento, y las calles de Al Ain, donde me he alojado, se engalanaban con luces y motivos decorativos referentes al evento. Me invitaron a visitar una feria cultural que organizan con este motivo donde recuerdan sus tradiciones, su artesanía y gastronomía, sus danzas y canciones, su destreza en la doma de caballos y camellos. Aparentemente, conviven bien el fomento de esas tradiciones con la apertura a las nuevas tendencias, principalmente tecnológicas. Choca un poco ver a mujeres y hombres ataviados con sus trajes tradicionales manejando móviles de última generación. Parece que la tecnología, muy presente en la vida cotidiana del país, no les resulta contradictoria con sus propias raíces culturales: la tablet y el móvil conviven con el velo o el turbante. Por ejemplo, la directora del departamento de Geografía de la Universidad más importante del país me recibió con cordialidad, pero excusó darme la mano indicando que no era costumbre (diferencias culturales dijo), y no parece que sintiera contradicción entre dirigir trabajos de sus alumnas sobre imágenes de satélite mientras iba vestida, al menos en el exterior, con el mismo estilo de ropa que podría haber llevado su bisabuela.
Me dio que pensar esta cuestión por contraste con cuestiones que vemos todos los días en nuestro país, que en apenas 30 años ha cambiado tan drásticamente hasta olvidar las costumbre sociales y las tradiciones culturales que había acumulado en su larga historia. Desde luego no pienso que cualquier cosa sea buena por el hecho de ser antigua, pero también me parece un error despreciar una tradición por el hecho de serlo. Confundir una tradición, en el modo de hablar, de vestirse, de comportarse, de valorar ciertas cosas, con el atraso es actitud de nuevos ricos, que piensan con orgullo pasar por encima de sus antepasados como si fueran deficientes mentales, cayendo por eso en los mil tropiezos que ellos ya superaron.
Hay muchos frentes donde esta actitud esta presente. Ahora se puede observar claramente en la tradición navideña. A base de obviar lo que no puede obviarse, porque es el núcleo de lo que celebramos estos días, se acaba por caer en la más ridícula estulticia. Ya no se felicita la Navidad, sino "las fiestas", pero parece que nadie se pregunta de qué son esas fiestas, qué celebramos exactamente y por qué deberíamos felicitarnos. Para obviar el recuerdo del nacimiento de Jesús, (Navidad = Nacimiento), intentan identificar la Navidad con las cosas más absurdas, como los osos polares, la nieve, o las luces de no-se-sabe-qué. Naturalmente el árbol es más representativo que el Belén, porque lo usan los nórdicos o los estado-unidenses, y ese señor gordo vestido de rojo (que por cierto es una imagen de San Nicolás, obispo de Mira en la actual Turquia) más generoso que nuestros Reyes Magos. Me parece que más allá de los símbolos el asunto es de más calado, pues supone el abandono de una tradición cultural propia para cambiarla por algo mucho menos sólido, de menos calado y, además, foráneo, extrinseco a nuestras raíces. No parece que tenga mucha lógica.