El Papa Francisco abrió la Puerta Santa para celebrar el Año Santo de la Misericordia, el día de la Inmaculada.
Vi al Papa muy emocionado, aunque físicamente con más dificultades. La acción del Espíritu Santo está activa en su cuerpo frágil.
En la homilía de este día puso de manifiesto los elementos del año de la misericordia que alcanzan en primer lugar a María. En ella se manifiesta el primado de la gracia. María se regocija por todo lo que el Señor ha realizado en ella. La gracia del Señor puede cambiar el corazón y capacitarlo para un acto tan grandioso como cambiar la historia de la humanidad. Así sucedió en María.
“La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor de Dios. Él no es solo quien perdona el pecado, sino que en María llega aprevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra experiencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.
Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado solo se comprende bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante todos nosotros testigo privilegiado de esta promesa y de su cumplimiento”.
El Papa nos expresa, a continuación, el sentido de este año extraordinario: “Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale al nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace Dios y a su gracia cuando se afirma que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia. Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de la misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”.
El Papa no olvida que en este día se cumplen los 50 días del Concilio Vaticano II. Apuntando no tanto a los documentos cuanto a la apertura que aquel acontecimiento significó, nos dice: “Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa, queremos también recordar otra puerta que hace cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada solo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten vivificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, El Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en su trabajo…; donde hay una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo”.
El Papa atravesó la Puerta Santa y de pie oró largo rato. Luego lo hizo Benedicto XVI. Un abrazo entre los dos selló su mutuo afecto.
Me impresionó la entrada en la Basílica vacía. Allí el papa Francisco aguardó a los Cardenales, Obispos y Sacerdotes concelebrantes. Terminó en acto con la Salve ante la imagen de la Virgen.