«Podremos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda, donde la mentira se afirma hipócrita y poderosa, contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (cfr 1 Cor 16,22; 12,3), donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido, donde se afirma la desesperación como la última palabra”[1].
¿Qué otro sentido global podríamos dar, si no, a la persecución contra la Iglesia o los atentados contra el Romano Pontífice, o la introducción en la Iglesia de la dialéctica marxista mediante enfrentamientos propios de la lucha de clases, a la perversión del mensaje cristiano y de los sacramentos con teorías revolucionarias, a los instintos de profanación del sacerdocio y de la vida religiosa) Y en otro ámbito, ¿por qué pueblos enteros están sojuzgados bajo una propaganda hipócrita?, o ¿qué sentido tiene presentar como progreso el asesinato clínico de millones de criaturas inocentes mediante el aborto, o presionar sobre los matrimonios para que dejen de concebir hijos, o también la destrucción de la juventud mediante la droga, la promiscuidad sexual y la descapitalización de los más nobles ideales?.
Se enfrenta a Jesucristo y a la Iglesia
El demonio se enfrentó a Jesucristo y se enfrenta a la Iglesia a lo largo de la historia pues, si Dios quiere la salvación de todos Satanás y sus diablos quieren la perdición eterna de todos. Su soberbia y rabia no tiene límites, y ya que no puede derrotar a Dios sabe que puede perder a muchos hombres.
La historia de su diabólico influjo sigue. Desde que Jesucristo resucitó, el demonio dirige sus asechanzas contra la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo. Ya lo había predicho el Señor: “Simón, mira que Satanás va tras vosotros para zarandearos como el trigo” (Lc 22,31). Se trata de una guerra sin cuartel en la que ataca a la Iglesia desde dentro y desde fuera.
Desde dentro de la Iglesia el demonio siembra el error en las mentes de los cristianos con doctrinas que deslumbran a la inteligencia humana y pretenden someter lo divino a lo humano, e impide ver su radical falsedad pues “no hay verdad en él. Cuando dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso y padre de la mentira” (Ioh 8, 44). Esto explica la difusión de doctrinas erróneas en el seno de la Iglesia, que en nuestra época se hace más activa por contar con poderes aliados y eficaces medios de difusión de ideas.
Ataca el demonio desde fuera a la Iglesia, obstaculizando en el mundo el cumplimiento de su misión sobrenatural y salvadora, fomentando la difusión de un concepto materialista –e incluso ateo- de la vida, que rechaza todo planteamiento cristiano. Promueve Satanás violentas persecuciones contra la Iglesia, como ocurrió en los siglo II y III de nuestra era, moviendo la poderosa máquina estatal del decadente Imperio Romano y que llevaría al homicidio de miles de cristianos. Otras persecuciones más o menos solapadas, pero siempre eficaces, continúa sufriendo la Iglesia en muchos países sometidos al régimen marxista y en otros confesionalmente musulmanes.
Ataca a los hombres en el cuerpo
Lo hace tanto en el cuerpo mediante diversos modos de posesión, y en el alma tentándole con fuerza. Nos detenemos ahora en esos ataques al cuerpo y dejaremos para otro momento sus tentaciones a las personas en su alma.
El dominio relativo que los demonios tienen sobre los hombres puede extender su influencia por las tentaciones en el orden moral –como luego veremos-, o mediante los diversos modos de turbar el cuerpo, como son la obsesión y la posesión diabólicas.
Tan malo sería negar las verdaderas intervenciones diabólicas, que aparecen en la Sagrada Escritura, como afirmar que todos nuestros males y pecados proceden del demonio. Porque hay en los hombres estados morbosos que no suponen intervención alguna diabólica, sino que provienen de causas naturales como enfermedades psíquicas o de nuestra voluntad.
Obsesión y posesión diabólicas. En casos excepcionales el demonio asedia el alma desde fuera con tentaciones peculiares (obsesión) o incluso llega a introducirse accidentalmente en el cuerpo (posesión).
La obsesión consiste en una serie de tentaciones más violentas y duraderas que las ordinarias para turbar más fácilmente el alma; sin embargo algunos santos atacados por estas tentaciones conservaron en el interior de su alma una paz inalterable, como le ocurría el Santo Cura de Ars.
La posesión consiste en la ocupación del cuerpo humano por uno o varios demonios. Suele ir acompañada de manifestaciones patológicas; epilepsia, mudez, ceguera... Los posesos pierden el dominio de sí mismos, sus gestos y sus palabras, pues cuando están en trance de posesión son instrumentos del demonio. Conviene advertir que ni la obsesión ni la posesión diabólicas –caso de darse- con de suyo pecados, ni tampoco son necesariamente castigo debido a pecados de la persona; sí son un mal físico, no moral, permitido por Dios unas veces para santificación de los buenos o para manifestar su gloria; otras como pena o castigo de un pecado.
En el Evangelio figuran varios casos de posesión diabólica que fueron curados por nuestro Salvador como los endemoniados de Gadara y el muchacho endemoniado, ver Mt 8, 28-32 y Lc 9, 37-43. Hoy se puede notar que el demonio ha tomado el cuerpo de alguien cuando éste llega a realizar acciones inexplicables que rebasan sus capacidades naturales; p. ej., una joven puede desarrollar fuerzas extraordinarias o anormales, un hombre hablar una lengua desconocida para él, etc. Siempre por permisión divina, la acción demoníaca puede incluso apoderarse y dominar los miembros corporales del poseído, y servirse de ellos como si le pertenecieran, actuando sobre el sistema nervioso, haciendo mover o gesticular esos miembros, hablando por boca del paciente, etc.
Sin embargo, la mayoría de los supuestos casos de posesión, de obsesión o de infestación diabólicas que son tratados en novelas y películas no responden a la realidad. Se trata de una moda por cuanto suena a diabólico o misterioso que está bien lejos del mundo de la ciencia natural y de la doctrina de la fe, y quizá sea debido al alejamiento personal y social respecto a Dios capitulando antes las fuerzas del mal por haber abandonado al Bien.
Los exorcismos. Desde que Cristo realizó la Redención y fundó la Iglesia, la posesión diabólica real tiene lugar muy pocas veces. Para estos casos especiales la Iglesia ha recibido poder de Dios para realizar exorcismos actuando con todo el poder divino para expulsar los demonios en nombre del Señor. El exorcismo es la invocación hecha a Dios con el fin de alejar al demonio de alguna persona, animal, lugar o cosa, que se hace en nombre de la Iglesia por el sacerdote legitimado y según los ritos previstos[2].
El acto de exorcismo se desarrolla según las oraciones y ritual establecidos por la Iglesia y realiza por el sacerdote designado por el Obispo. Se recitan oraciones, formuladas con profunda fe y en nombre de Dios, de Cristo y de la Iglesia para que los demonios se alejen de la persona por la autoridad divina.
[1] Pablo IV, Audiencia General, 15-XI- 1972.
[2] Cfr Código de Derecho Canónico, can. 1172.