Dios no es un dios lejano e indiferente. Ha enviado a su propio Hijo a morir por nosotros. Ha dejado claro que nos acompaña en todo momento y nos ama como sólo Dios puede amar, de forma perfecta y completa.
El único verdadero Dios, "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene. Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos. (Benedicto XVI. Homilía Primer domingo de Cuaresma 2006)
Si Dios no está presente, si está lejos, si nos ignora y le da igual lo que hagamos ¿Dónde reside nuestra esperanza? Todo pierde sentido, ya que se vuelve una broma de mal gusto. Si Dios nos perdona todo y le da igual el mal que realicemos ¿Para qué nos ha dado la vida? Lo triste es que es muy fácil responder a esta pregunta y encontrarnos con un dios malo o malicioso, del mismo estilo que el predicaban los gnosticistas de los primeros siglos. Este dios malvado fue el que creó el universo para hacer sufrir al ser humano. Como es lógico, sin Dios no hay esperanza alguna, todo lo que nos rodea terminan siendo causas que generan mal.
Si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera materialidad. (Benedicto XVI. Homilía Primer domingo de Cuaresma 2007)
Benedicto XVI señala con sabiduría que cuando lo que nos rodea pierde su valor simbólico, todo es simple materialidad sin razón de existir. Este desprecio por el simbolismo nos lleva al agnosticismo cristiano que vivimos actualmente. Nos lleva al cristianismo socio-cultural, que no es más que un aparente cascarón, que esconde un vacío penetrante en su interior.
Pensemos en la poco significado que damos a la Liturgia, la oración y hasta a nuestra propia vida. Todo resulta se una casualidad que nos lleva o nos trae sin razón ninguna. Por eso las misas se han ido convirtiendo en celebraciones sociales donde la comunidad es el centro y el sacerdote su animador. Por eso los sacramentos se han convertido en actos sociales que nos hacen sentir integrados en la comunidad y la sociedad que nos rodea.
Mi esperanza, nuestra esperanza, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros. Sí, Dios nos ama y precisamente por eso espera que volvamos a él, que abramos nuestro corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y recordemos que somos sus hijos. Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos abraza siempre primero. (Benedicto XVI. Homilía Primer domingo de Cuaresma 2007)
El Adviento es un tiempo sagrado, litúrgico y providencial. Un tiempo en el podemos vivir de forma diferente nuestra vida, dando sentido a todo lo que hacemos, sentimos y pensamos. Un tiempo en el que el sentido es Cristo al que esperamos y anhelamos. Si perdemos este sentido simbólico, el Adviento se convierte tan sólo en la antesala de las fiestas sociales de final de año. Pero la Navidad y el Adviento son mucho más que unos cuantos días para festejar, comprar y comer. Son tiempos llenos de esperanza, que necesitan de Dios para darnos sentido a nosotros mismos.