Nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo presente,
que hacemos de la eternidad una nada y de la nada una eternidad.
BLAISE PASCAL
Un buen hombre soñó una noche que llegaba al Cielo y le preguntaba a Dios:
- Señor, ¿Cuánto tiempo es para ti mil años?
Dios le contestaba:
- Hijo mío, eso es para mí como un segundo.
El hombre volvió a preguntar:
- Y ¿cuánto sería para ti un millón de Euros?
Dios contestó:
- Eso sería como un céntimo.
El hombre, pensativo, le dice al Señor:
- ¿Por qué no me regalas un céntimo?
Dios respondió:
- Si, cómo no; espera un segundo...
Desde la eternidad el valor y la duración de las cosas cambia totalmente: «Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna» (Salmo 89)
El Señor nos enseña, en el Salmo, a «contar nuestros días» para que, aceptándolos con sano realismo, entre la sabiduría en nuestro corazón.
Y de cara a la eternidad también cambia todo. Muchas cosas que nos disgustan e inquietan, vistas de cara a Dios, resultan irrelevantes.
Estamos hechos para la eternidad. Ese ha de ser el punto de referencia de cada paso. Y nuestra eternidad se ventila en el tiempo de esta vida.
Y yo, ¿qué eternidad me voy preparando? Lo que no vale para el cielo, no vale para nada.
Un millón es un céntimo. Mil años, un segundo y, a veces, por un céntimo, en un segundo, nos jugamos la eternidad.