El Papa Francisco demostró una vez más con obras la importancia de “salir a las periferias”, en su reciente viaje a Kenia, Uganda y República Centroafricana.

Kenia ocupa el puesto 145 entre las 174 naciones evaluadas por Transparencia Internacional contra la corrupción. Además esta nación ha sido testigo de atentados de parte de los yihadistas de Al-Shabaab. El último y más sangriento, tuvo como sede la Garissa University College en abril de este año con 148 muertos, casi todos estudiantes cristianos.

Durante su visita a la sede de la ONU en Nairobi, el Papa recordó el drama de los inmigrantes que prefieren arriesgar su vida huyendo de su país, a seguir viviendo el mismo drama de violencia y miseria: “son muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente. No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho”. 

Al día siguiente visitó el barrio marginado de Kangemi en Nairobi, donde denunció   “las heridas provocadas por minorías que concentran el poder, la riqueza y derrochan con egoísmo, mientras crecientes mayorías deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas”.

Luego, en su encuentro con los jóvenes en el Estadio Kasarani de Nairobi les habló sobre los peligros que trae la corrupción: “Cada vez que aceptamos una “coima” y la metemos en el bolsillo destruimos nuestro corazón, destruimos nuestra personalidad y destruimos nuestra patria”. 

Su segundo destino fue Uganda donde conmemoró el 50 aniversario de la canonización de los 12 mártires de Namugongo, que fueron quemados vivos en 1886, junto con 20 cristianos anglicanos. “Su fe buscó el bien de todos, incluso del mismo Rey que los condenó por su credo cristiano. Su respuesta buscaba oponer el amor al odio, y de ese modo irradiar el esplendor del Evangelio”, dijo el Papa.

Y el antiguo aeropuerto de Kampala fue la sede del encuentro con miles de jóvenes. Dos de ellos le dieron su testimonio de fortaleza en la fe en medio de circunstancias muy dolorosas: Winnie, de 24 años, tiene sida desde que nació y Emmanuel, quien a los 12 años fue secuestrado en su escuela junto con 41 estudiantes más. Allí permaneció por tres meses, vio cómo asesinaron a varios de sus compañeros hasta que logró escapar. “Afortunadamente mi corazón ha encontrado amor, perdón, paz y alegría”, dijo este valiente joven. El Papa, conmovido por ambos testimonios le dijo a los allí presentes: “Si yo transformo lo negativo en positivo, soy un triunfador pero eso solamente se puede hacer con la gracia de Jesús”.

Y el Papa no tuvo miedo de viajar a República Centroafricana, el séptimo país más pobre del mundo y el quinto más violento, según el Index Global Peace de 2015. Y visitó, entre otros lugares, la mezquita central de Banguí donde fue recibido por el imán de la comunidad, Tidiani Moussa Naibi y 200 musulmanes. En su discurso los invitó a unirse para que “cese toda acción que, venga de donde venga, desfigura el Rostro de Dios y, en el fondo, tiene como objetivo la defensa a ultranza de intereses particulares, en perjuicio del bien común”.

Así concluyó la visita del Papa a las periferias de la pobreza material y educativa, donde viajó a alentar esa fe alegre y sencilla de los africanos que han conocido el amor de Dios gracias a la labor ejemplar de tantos misioneros que ven en éste un continente lleno de esperanza. 

Artículo publicado originalmente en
 www.elcolombiano.com