Tema EL CREDO
 
En esta Primera Parte, Jesús nos  habla de Dios y de los hombres. En ella podemos decir que está resumida la fe de la Iglesia. Dios es amor y todo lo ha hecho por amor y con amor. El hombre no supo responder al amor; sin embargo, Dios no lo abandonó a su suerte, sino que se volcó sobre él con su infinito amor misericordioso.

Niño: Bien, bien, pero explícame eso.

Jesús: El Padre me envió a mí, su Hijo Unigénito, Dios como Él, para que os salvase de vuestros pecados. Y después de haber subido yo al cielo, el Padre y yo os enviamos al Espíritu Santo para que os fuese distribuyendo los méritos que yo había conseguido en mi pasión, muerte y resurrección.
 

1) INTRODUCCIÓN (En especial para los Catequistas)

Después de haber hablado con Jesús sobre lo que nos ha dicho y sobre cómo llega hasta nosotros lo que nos ha dicho, si le preguntamos que nos diga cómo es Dios, nos dirá que hay un único Dios que es amor, y que en Dios hay tres personas que se aman entre sí.

Las tres divinas personas son un solo Dios. Ninguna es ni más sabia, ni más santa que las otras. Son iguales en grandeza y perfección. Desde toda la eternidad existen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; ninguno de los tres existe antes que los otros, aunque el Hijo es engendrado por el Padre, y de los dos procede el Espíritu Santo.

Sucede algo así como el fuego, la luz y el calor, que no existen el uno sin los otros, ya que desde que existe fuego, existen la luz y el calor; de la misma manera, desde que existe el Padre (que es desde toda la eternidad), existen el Hijo y el Espíritu Santo.

Jesús nos dice que el Padre y Él nos envían el Espíritu para que habite en nuestro interior como en un templo, es decir, como en su casa. Y si le preguntamos cómo podemos conocer y amar al Padre, nos dirá que sólo si le conocemos y le amamos a Él, estaremos conociendo y amando al Padre. Y todo ello lo hacemos movidos y guiados por su Espíritu que nos hace hijos de Dios y habita dentro de nosotros.
 

(Un solo Dios y tres personas iguales y distintas)

Había una vez unos Niños que discutían entre sí en la catequesis sobre quién era primero, el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo. La discusión se puso interesante,  porque si el Hijo es engendrado por el Padre y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, a ver cómo se entiende que una de las tres Personas no exista antes que las otras.

Algunos acudieron al ejemplo del fuego, de la luz y del calor diciendo que primero era el fuego, porque sin fuego no hay luz ni calor; otros decían que no puede haber fuego sin luz ni calor. Total, que llegaron a la conclusión de que fuego, luz y calor existen al mismo tiempo aunque la luz y el calor procedan del fuego.
 
A pesar del ejemplo, no acababan de estar muy de acuerdo; se armaron de nuevo un lío, porque veían que si el Padre engendra al Hijo debe existir antes que el Hijo porque los padres existen antes que los hijos; y tampoco comprendían que si el Espíritu Santo procede de los dos, no empezase a existir después de ellos.

Y empezó de nuevo el diálogo; uno decía que para que alguien empiece a ser padre es necesario que al mismo tiempo, alguien empiece a ser hijo. Otro decía que quien empieza a ser padre existe antes de empezar a serlo; por tanto existe antes que el hijo. Un tercero añadía que eso es cierto entre nosotros, pero en Dios no; en Dios el Padre no existe antes de ser Padre, sino que desde toda la eternidad existe como Padre, por tanto, desde toda la eternidad existe el Hijo como Hijo. Y en cuanto al Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman desde toda la eternidad, desde toda la eternidad existe el Espíritu Santo que procede del amor del Padre y del Hijo.
 
Total, que el catequista acabó contándoles aquello que se dice de San Agustín que, pensando junto al mar sobre este misterio, vio que un Niño: estaba haciendo un hoyo en la arena y lo iba llenando de agua; el santo, al pasar por allí, le preguntó qué hacía y el Niño: le contestó que estaba metiendo toda el agua del mar en aquel hoyito. El santo le dijo: ¿pero no ves que es imposible meter tanta agua en un hoyo tan pequeño? Y el Niño le respondió: pues todavía es más imposible meter en tu cabeza tan pequeña todo el misterio de Dios.

Y el catequista acabó la sesión diciéndoles que Jesús nos había revelado el misterio de la Trinidad, que es el misterio del mismo Dios y que la fe nos mueve a admitirlo aunque no lo comprendamos, como admitimos muchas cosas que no comprendemos. Resumiendo lo que era la Trinidad, les dijo que las tres divinas personas se aman infinitamente, que nos aman infinitamente también a los hombres y quieren que nos amemos entre nosotros, y que debemos amarnos con todo nuestro corazón unos a otros.
 

Misterio de la Trinidad. Y siguen las preguntas

Niño: Ahí van unas cuantas preguntas cortitas, Jesús.

Jesús: Pregunta, pregunta.

Niño: Oye, Jesús, ¿tú eres Dios u hombre?

Jesús: Las dos cosas. Soy Dios desde toda la eternidad, con el Padre y el Espíritu Santo; y soy hombre desde que tomé vuestra misma carne en el seno de mi Madre María.

Niño: ¿El Padre es Dios?

Jesús: Sí. El Padre es Dios.

Niño: ¿Cómo es el Padre?

Jesús: Como yo. Yo soy como un espejo del Padre.

Quien me ve a mí, ve al Padre.

Niño: ¿Y el Espíritu Santo también es Dios?

Jesús: También.

Niño: Entonces ¿sois tres dioses?

Jesús: No. Somos un solo Dios.

Niño: Pues, mira, Jesús, no lo entiendo. Si el Padre es Dios, y tú eres Dios y el Espíritu Santo es Dios, si mis cuentas no me fallan, me salen tres.

Jesús: Pero tus cuentas no valen para explicar el misterio de Dios que está mucho más allá de la razón humana. Este misterio se llama el de la Santísima Trinidad, es decir, que hay un solo Dios en tres personas distintas.

Niño: Y ¿no me podrías poner un ejemplo?

Jesús: No hay ejemplos adecuados porque nada de este mundo puede compararse con el misterio de la Trinidad ya que este misterio se refiere a la manera de ser de Dios. Sería como quererle explicar a un ciego la belleza de los colores.

Niño: A veces ponen el ejemplo del triángulo con tres lados iguales, o el de la familia con padre, madre e hijo, o el del fuego, la luz y el calor que no pueden existir uno sin los otros. ¿Valen estos ejemplos?

Jesús: No valen del todo. Aunque la Trinidad se puede comprender así un poquito mejor, pero muy poquito.

Niño: Y ¿por qué nos has hablado de este misterio? ¿Para que nos calentemos la cabeza sin llegar a comprenderlo?

Jesús: Os he hablado de él, no para que vayáis discurriendo, sino para que nos toméis a la Trinidad como modelo de vuestra vida.

Niño: Ahora lo entiendo menos; porque si no llegamos a comprenderlo ¿cómo os vamos a tomar como modelo de nuestra vida?

Jesús: Vamos a ver; En Dios somos tres personas que nos amamos muchísimo; tanto, que todo lo tenemos en común. Vosotros, a imitación nuestra, debéis amaros también mucho, como nosotros nos amamos. Por eso debéis compartir todo, como nosotros compartimos la divinidad, es decir, el ser divino.

O sea, que si nuestra vida trinitaria es amor, también debe serlo la vuestra. Por eso durante mi estancia en la tierra os hablé tanto del amor, y por eso mi vida fue toda de amor, para que me imitaseis, ya que habéis sido creados a nuestra imagen y semejanza.

Niño: Otra cosa: ¿Quién es más santo, el Padre, tú o el Espíritu Santo?

Jesús: Los tres somos igualmente santos; los tres somos, además de infinitamente santos, infinitamente sabios, poderosos, perfectos, compasivos, misericordiosos. Y es que las mismas perfecciones del Padre están en mí y en el Espíritu Santo.

Y como los tres somos santos y hemos creado al hombre a nuestra imagen y semejanza, queremos que también seáis santos, y que tú seas santo. ¿Sabes por dónde voy?

Niño: Claro, claro, pero eso cuesta ¿no?

Jesús: Naturalmente que cuesta, pero para ayudarte vivimos dentro de ti y a ello estamos siempre dispuestos, pero sin tratarte como niño mimado, ¿comprendes?

Niño: Mira, Jesús, tú me conoces bien y sabes que te quiero. Te lo digo porque sé que te gusta oírlo: Te quiero. Sé que eres mi único Dios y Señor. Y, además de quererte, quiero que seamos muy amigos.

Si tu Espíritu es quien ayudó a tus apóstoles a conocerte bien y a amarte, encárgale que me ayude a mí también y que nos ayude a todos, para que imitemos el amor que el Padre, Tú y el Espíritu Santo os tenéis en la Trinidad.

También sabes que, a veces, me olvido un poquito de ti y de los demás. Por eso te pido que me ayudes a ser como tú, para que podamos ser de los mejores amigos, pero de los mejores.
 
José Gea