Cristo es nuestro Rey, y él reina en nosotros, porque le proclamamos como Señor nuestro; y su reinado en nosotros se hace efectivo por el Espíritu Santo; ya no nos pertenecemos, sino que somos posesión de Dios, que nos ha tomado como hijos suyos por el Espíritu Santo, que habita en nosotros. Él va haciendo que Dios reine en el mundo, su Reino ya está presente en el Espíritu Santo, que va actuando y santificando la creación. Por eso, al decir “venga a nosotros tu Reino”, estamos pidiendo que la fuerza del Espíritu Santo se manifieste en el mundo con toda su plenitud, y especialmente en nosotros, en la Iglesia. Al decir “venga tu Reino”, estamos diciendo “Veni, Sancte Spiritus” – “Ven, Espíritu Santo”. Dice San Pablo: “El Reino de Dios es (…) justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Cuando el Espíritu habita en nosotros, gozamos de la justicia, la paz y la alegría.
Así pues, el Reino de Dios viene por el Espíritu Santo, ya que el mismo Espíritu es el Reino de Dios. Pero de algún modo, al decir “venga tu Reino”, estamos haciendo notar que, efectivamente, aún no ha venido plenamente. En el mundo no reina Dios, al menos no de un modo visible. Dice San Juan: “El mundo entero yace en poder del maligno”; San Juan llama al diablo “el Príncipe de este mundo” (Jn 12, 31; 14, 30, 16, 11). Desde que los primeros hombres desobedecieran a Dios, y se fiasen del diablo, abrieron a su poder las puertas de este mundo, que quedó en sus manos. Nosotros hemos dejado que Satanás sea el Príncipe de este mundo, y vemos los frutos de su reinado caótico en los dramas que azotan al mundo: guerras, discordia, muerte. Dios quería ser el Rey de Israel, pero Israel pidió tener otro Rey al profeta Samuel, a lo que Dios respondió: “No te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos. Todo lo que ellos me han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, abandonándome y sirviendo a otros dioses, te han hecho también a ti. Escucha su petición. Pero les advertirás claramente y les enseñarás el fuero del rey que va a reinar sobre ellos”. (1 Sm 8, 7 – 9). Y el Señor les muestra que este otro rey al que han querido servir, al que identifica con los ídolos, es decir, con el diablo, iba a ser un tirano que les sacaría todo lo posible y se enseñorearía de sus hijos e hijas, sometiéndolos a esclavitud. Así es el Príncipe de este mundo: un tirano rabioso y despiadado.
Ya había señalado Jesús: “«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.»” (Jn 18, 36 – 37). El Reino de Dios, pues, se va instaurando progresivamente, en la medida en que el Espíritu Santo lo va haciendo presente, pero llegará definitivamente cuando vuelva Jesucristo, sea derrotado el príncipe de este mundo, todo sea sometido a los pies de Jesucristo, y Dios lo sea todo para todos. “Todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”. (1 Cor 15. 22 – 25. 28). Éste es el tiempo en que el reinado de Cristo por el Espíritu Santo se está llevando a cabo, y nosotros hemos de luchar para que este Reino se extienda por el mundo. Éste Reino será definitivo al fin de los tiempos, cuando Cristo vuelva. Y entretanto lo hacemos presente y pedimos que se haga definitivo: “¡Venga tu Reino!”.