Victoria Gillick, católica inglesa, artista y valiente madre de familia, se casó en 1967, en plena revolución de los años 60. Junto con su marido decidió tomarse en serio la Humanae vitae – publicada en 1968- comenzando una familia que la llevaría a tener diez hijos. Su historia se ha vuelto de rabiosa actualidad gracias a los desmanes del gobierno socialista con la complicidad, más o menos abierta, de amplios sectores de nuestra sociedad.
Oí hablar de ella gracias a Historia de una madre , uno de esos libros que he disfrutado un sinfín de veces, y que es de obligada lectura ahora que los socialistas y la incalificable Bibiana Aido van a reformar la ley del aborto para que las menores puedan abortar sin conocimiento de sus padres.
Fue en 1978 cuando una circular del servicio de salud público inglés- conocido como DHSS - permitió a los doctores prescribir anticonceptivos a las menores de 16 años sin consentimiento ni conocimiento materno.
Con cinco hijas menores de 14 años, esta valerosa madre encabezó una batalla legal que suscitó las iras de la industria anticonceptiva y los políticos involucrados en la misma, recibiendo el apoyo de una parte de la sociedad inglesa, junto con el odio de la parte restante.
Como progenitora se negaba a que sus hijas pudieran recibir anticonceptivos, que en muchos casos eran abortivos, de manos de doctores que suplantarían la autoridad paterna legalmente. Según la BBC, Gillick atrajo entre 250.000 y 500.000 firmas, e inició una batalla legal que no dejó a nadie indiferente. En Noviembre de 1983 contaba con el apoyo de 200 parlamentarios.
Tras perder la batalla judicial en primera instancia, la Corte de Apelaciones le dio la razón en diciembre de 1984, consiguiendo así cesar la práctica de la circular impugnada en todo el servicio de salud inglés. El Gobierno recurrió ante la Cámara de los Lores (equivalente a nuestro Tribunal Supremo) ganando finalmente el caso en 1985, con un fallo en contra de la petición de Gillick.
La sentencia estableció que, en cada caso, los médicos juzgarían la capacidad de la menor en cuestión para entender el alcance y consecuencia del “tratamiento”, de manera que si esta persistía en su negativa a informar a sus padres, le sería administrado el anticonceptivo sin más trámite, sin que los padres pudieran acceder a su historial médico. Desde entonces, en Inglaterra se utiliza legalmente el témino “Gillick Competence” para hacer referencia a estas circunstancias, y se aplica por analogía para casos de aborto.
Irónicamente el día anterior a la vista ante los Lores en la que se perdería el caso, una hija de Gillick de 13 años sufrió una apendicitis aguda estando en casa de unos amigos de los padres, y fue operada de urgencia tras desvivirse los doctores por obtener el consentimiento paterno para realizar la intervención, sin el cual no podían intervenir.
Haciendo un paralelo con el caso Gillick, creo que podemos decir, con un cierto orgullo, que como cristianos no nos quedamos cruzados de brazos ante semejante tropelía, y con manifestaciones como la del próximo 17 de octubre, se demuestra que hay un tejido de organizaciones dentro de la Iglesia que se toman muy en serio el tema de la defensa de la vida.
Lo que me preocupa es pensar que en España, al final, podrán más los intereses que la moralidad de las cosas, y pese al ruido que hagamos los cristianos- que se da por descontado por el Gobierno- llegará la hora de votar la ley y ni un solo parlamentario disidente votará según su conciencia por aquello de la disciplina de voto.
Se entiende, pues el político de a pie tiene mucho que perder en esta partitocracia opresora que vivimos en España, que fomenta de todo menos moralidad y libertad. Lo que no entiendo es que nosotros sigamos votando a partidos que no defienden lo que como cristianos creemos es de moral natural- ni siquiera de religión- y esta, como otras tantas, se la pasaremos en nombre del mal menor cuando lleguen las elecciones.
Por eso sólo nos queda la rebelión de la sociedad civil, pero en España no veo que haya suficiente libertad individual, ni tejido social, como para que nadie haga echarse a temblar al Gobierno y a la oposición al mismo tiempo.
Victoria Gillick estuvo a punto de conseguirlo, haciendo que se tambaleara todo el sistema de salud inglés, y que el Ministerio de Sanidad sudara la gota gorda, ante la simple demanda judicial de una madre de familia numerosa apoyada por miles de padres preocupados.
¿Se imagina alguien que eso pueda ocurrir en España, donde no tenemos jueces independientes más que en las primeras instancias? ¿Se imaginan un movimiento de objeción de conciencia que no sea aplastado por el poder dominante? Ya sé que es imposible pero, ¿y si la Iglesia cerrara sus hospitales, residencias y colegios por una semana, como medio de presión al Gobierno?
La cuestión es compleja, y no tengo ninguna solución nueva que aportar, por eso me contento con glosar la gesta de Gillick, y rezar porque en España tengamos a muchos progenitores como ella, capaces de oponerse al estado de las cosas.