“No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio” (Jn 14, 1-2)

 

“En la casa de mi Padre hay muchas estancias”. Con esta frase, el Señor, quizá, quería indicarnos que en el Cielo había moradas para muchos y que la salvación no estaba restringida a unas cuantas decenas de escogidos. Pero también nos indicaba que podían estar allí otros que no fueran de los nuestros, o sea, que la salvación estaba abierta a personas no católicas, tal y como enseña la Iglesia. En todo caso, seguro que se refería a que hay muchas formas legítimas de seguirle a Él, siempre que se viva en comunión con la Iglesia. En ocasiones, los católicos perdemos el tiempo criticando a otros católicos que pertenecen a grupos o movimientos diferentes. Algunos absolutizan hasta tal punto las peculiaridades de su espiritualidad que consideran que quienes no están en su grupo no son verdaderos y auténticos cristianos, no tienen la calidad suficiente o, al menos, pierden de alguna manera el tiempo.

Hay diferencias que, efectivamente, no son legítimas, como aquellas que nacen de una interpretación equivocada de la palabra de Dios o la supresión de alguna norma moral. Por eso es importante aceptar el Magisterio del Papa y los obispos, que son quienes tienen el don del Espíritu para discernir. Hecha esta salvedad, y es la jerarquía de la Iglesia quien tiene el poder para discernir qué camino no es plenamente católico, a nosotros nos toca respetar el camino del otro. Y, sobre todo, nos toca respetar las legítimas diferencias que existen entre los seres humanos, sin pretender que todos sean o piensen como nosotros. Alégrate de que en la Iglesia haya caminos distintos y ama el camino del otro como si fuera el tuyo.