Pamplona es una ciudad preciosa, que yo quiero de corazón. Allí viví los mejores años de mi juventud como estudiante de la Facultad de Derecho Canónico en la Universidad de Navarra. Soy sacerdote, y el tiempo que estuve ejerciendo de capellán de la Clínica Universitaria pude apreciar el valor de un pueblo que sabe apoyar con su fe y sus valores iniciativas y proyectos tan importantes.
Navarra es un pueblo de profundas raíces cristianas, que intenta vivir su fe, incluso cuando pretende desafiar con valentía la potencia de un toro bravo. San Fermín siempre está en el corazón de cada navarro que se precie. Puedo decir que he gozado ejerciendo mi sacerdocio con cristianos tan recios. Todos sabemos del valor de aquel navarro llamado Francisco Javier que llevó la fe cristiana a Oriente.
Y por todo ello, me ha dolido profundamente que un grupo de desalmados, religiosamente hablando, haya perpetrado uno de los sacrilegios mas execrables, manipulando con fines inconfesables una cantidad de hostias consagradas –al parecer- con la perversa intención de dar un bofetón a la Iglesia Católica en lo que más nos duele.
La Iglesia, evidentemente, está formada por pobres mortales, con nuestras limitaciones y miserias, y de nuestros fallos pedimos perdón cada día al comenzar la Santa Misa. Pero, farisaicamente, parece que los demás son impecables, se constituyen en “modelos” para la sociedad rompiendo con creencias y tradiciones, sin respetar a nadie. Es toda una muestra de soberbia, de cinismo, de desfachatez… Y a estos actos sacrílegos se les llama democráticos, y de libre opinión. No se tiene en cuenta al ofendido, aunque este sea el mismo Dios y su Iglesia.
Pamplona no se merece estos desmanes. España no es así. Las personas cultas no cometen estas barbaridades. En el trasfondo hay odio enfermizo contra el cristianismo, que fue el origen de los martirios del pasado. Y es curioso, no se trata de la misma manera a otras religiones. ¿Se atreven los politiquillos de Pamplona a montar un espectáculo parecido con el Corán? No lo creo, y tampoco deben hacerlo. La fe es algo tan sagrado que informa a toda la persona hasta el punto de considerarse intocable. En el ADN de Navarra está la fe cristiana, y atentar contra ella es provocar el mayor de los dolores, la indignación más sangrante en un pueblo tan noble y aguerrido. Y esto no se puede tolerar. Hay que dar la cara y defender las Verdades más trascendentes, con la ley por delante y acompañados de nuestro santo orgullo de católicos. Exigimos una rectificación, una petición de perdón a toda la Iglesia ofendida, y sobre todo a Cristo, al que no podemos permitir que sea de nuevo crucificado.
Vienen al pelo aquellas palabras de Shakespeare: Hay una divinidad que forja nuestros fines por mucho que queramos alterarlos. Hereje no es el que arde en la hoguera. Hereje es el que la enciende.
Que el “Divino Impaciente” ayude a los navarros a seguir viviendo la fe con orgullo, y a llevarla al mundo entero. Un abrazo a todos.
Juan García Inza
Juan.garciainza@gmail.com