Estudiar la espiritualidad de Sta. Teresa de Ávila; especialmente, a partir del “Libro de la vida”, nos lleva a reconocer que, conforma vamos avanzando en nuestra oración, las tentaciones pasan, por decirlo de alguna manera, de ruidosas a discretas; es decir, más sofisticadas, pues no se perciben a simple vista y, en la mayoría de los casos, parecen estar bien justificadas, como si fueran el camino correcto. De ahí que Sta. Teresa dudara de lo aparentemente bueno, porque muchas veces el mal espíritu se disfraza y da una impresión que no coincide con la realidad. Antes de entrar en materia, hay que recordar que las tentaciones, mientras no sean aceptadas de forma consciente, nunca son motivo o causa de pecado. Al contrario, cuando las superamos, lejos de hacernos un mal, producen un bien, pues nos ejercitan en la fe. De hecho, son pruebas que cualifican. Por esta razón, Dios las permite, además de proporcionarnos los medios (oración, sacramentos y buenas obras) para saber cómo afrontarlas de la mejora manera. Hay tres tentaciones que pueden pasar desapercibidas y que vale la pena identificar:
A) Es pérdida de tiempo hacer oración: ¿Cuántas veces hemos escuchado que las monjas de clausura deberían salir y ser útiles a la sociedad como si lo espiritual no fuera un motivo suficiente? Pensamos que los cambios o avances tienen que ser necesariamente externos, materiales, cuantitativos; sin embargo, no debemos olvidar que todo comienza en el interior; es decir, para poder sacar adelante nuestra vida, la vocación concreta de cada uno, es necesario poner las cosas en orden, adentrarnos en el misterio de Dios y, posteriormente, saber cuál es la hoja de ruta a seguir. Pues bien, lo que nos orienta es la oración. Sin ella, nuestra vida pierde contenido y cae en la monotonía, en lo trivial. ¿Por qué nos gana el estrés, la ansiedad? Sin duda, por la falta de diálogo con Dios. Cuando lo tenemos, todo adquiere sentido, razón de ser. Entonces, si lo necesitamos, ¿cómo podríamos creer que se trata de una pérdida de tiempo estar con él? Lo que pasa es que al demonio –y esto hay que decirlo con todas las letras- le molesta que nos dejemos acompañar por Jesús. Entonces, bajo el disfraz de los resultados, intenta vendernos la idea de que desperdiciamos la vida cuando buscamos estar a solas con Dios. En realidad, sabemos que la oración es la clave, la vía que nos lleva a las respuestas que nos hacen falta. De ahí que sea necesario aprovecharla al máximo.
B) Miedo: Sta. Teresa cuenta que, en un punto de su vida, ante varias enfermedades que logró superar, se vio envuelta en un miedo muy intenso frente a la posibilidad de volver a padecerlas. Esto, desde luego, afectaba la oración que intentaba llevar adelante y es que al mal espíritu, le conviene que vivamos con miedo de “x” o “y”, pues es algo que nos paraliza y, por ende, afecta la relación con Dios. ¿Qué hacer entonces? Romper el ciclo, ocupándonos en cosas de provecho, sin que esto significa caer en el activismo. En el caso de la salud, hay que cuidarnos pero “cortando” con cualquier exageración, pues esto nos distrae de lo más importante, al punto de cansarnos para que, llegado el momento de hacer oración, nos encontremos abatidos, desanimados, aunque se trate de un espejismo, pues el miedo no corresponde a las certezas sino a las posibilidades que, aunque mínimas, siempre dan qué pensar y es que debemos tomar precauciones, pero nunca dejarnos esclavizar.
C) Rigidez: La oración implica perseverancia. No es cosa de uno o dos días; sin embargo, bajo el disfraz del compromiso, se nos presenta otra tentación y es la de forzarnos al punto de “fabricar” el momento, en vez de permitirle al Espíritu Santo que nos vaya guiando. Por ejemplo, cuando todavía no tenemos mucha experiencia sobre el terreno y nos obligamos a permanecer 40 minutos en silencio. Conviene empezar poco a poco, pues Dios sabe cuándo nos tocará avanzar en los diferentes grados que se desprenden de la oración. Forzar es quererle poner a él nuestras condiciones y eso no ayuda en nada. Entonces, lo mejor es buscar el punto medio. Ni pereza, ni rigidez.
Es importante cuidar la vida espiritual, pues no es un mito, sino una realidad que da sentido a todas las demás dimensiones de nuestra persona. Llevarlo a cabo bajo la guía de la Iglesia Católica, para evitar que nos terminemos buscando a nosotros mismos. Cuidar la oración, da sustento a todo lo demás.
A) Es pérdida de tiempo hacer oración: ¿Cuántas veces hemos escuchado que las monjas de clausura deberían salir y ser útiles a la sociedad como si lo espiritual no fuera un motivo suficiente? Pensamos que los cambios o avances tienen que ser necesariamente externos, materiales, cuantitativos; sin embargo, no debemos olvidar que todo comienza en el interior; es decir, para poder sacar adelante nuestra vida, la vocación concreta de cada uno, es necesario poner las cosas en orden, adentrarnos en el misterio de Dios y, posteriormente, saber cuál es la hoja de ruta a seguir. Pues bien, lo que nos orienta es la oración. Sin ella, nuestra vida pierde contenido y cae en la monotonía, en lo trivial. ¿Por qué nos gana el estrés, la ansiedad? Sin duda, por la falta de diálogo con Dios. Cuando lo tenemos, todo adquiere sentido, razón de ser. Entonces, si lo necesitamos, ¿cómo podríamos creer que se trata de una pérdida de tiempo estar con él? Lo que pasa es que al demonio –y esto hay que decirlo con todas las letras- le molesta que nos dejemos acompañar por Jesús. Entonces, bajo el disfraz de los resultados, intenta vendernos la idea de que desperdiciamos la vida cuando buscamos estar a solas con Dios. En realidad, sabemos que la oración es la clave, la vía que nos lleva a las respuestas que nos hacen falta. De ahí que sea necesario aprovecharla al máximo.
B) Miedo: Sta. Teresa cuenta que, en un punto de su vida, ante varias enfermedades que logró superar, se vio envuelta en un miedo muy intenso frente a la posibilidad de volver a padecerlas. Esto, desde luego, afectaba la oración que intentaba llevar adelante y es que al mal espíritu, le conviene que vivamos con miedo de “x” o “y”, pues es algo que nos paraliza y, por ende, afecta la relación con Dios. ¿Qué hacer entonces? Romper el ciclo, ocupándonos en cosas de provecho, sin que esto significa caer en el activismo. En el caso de la salud, hay que cuidarnos pero “cortando” con cualquier exageración, pues esto nos distrae de lo más importante, al punto de cansarnos para que, llegado el momento de hacer oración, nos encontremos abatidos, desanimados, aunque se trate de un espejismo, pues el miedo no corresponde a las certezas sino a las posibilidades que, aunque mínimas, siempre dan qué pensar y es que debemos tomar precauciones, pero nunca dejarnos esclavizar.
C) Rigidez: La oración implica perseverancia. No es cosa de uno o dos días; sin embargo, bajo el disfraz del compromiso, se nos presenta otra tentación y es la de forzarnos al punto de “fabricar” el momento, en vez de permitirle al Espíritu Santo que nos vaya guiando. Por ejemplo, cuando todavía no tenemos mucha experiencia sobre el terreno y nos obligamos a permanecer 40 minutos en silencio. Conviene empezar poco a poco, pues Dios sabe cuándo nos tocará avanzar en los diferentes grados que se desprenden de la oración. Forzar es quererle poner a él nuestras condiciones y eso no ayuda en nada. Entonces, lo mejor es buscar el punto medio. Ni pereza, ni rigidez.
Es importante cuidar la vida espiritual, pues no es un mito, sino una realidad que da sentido a todas las demás dimensiones de nuestra persona. Llevarlo a cabo bajo la guía de la Iglesia Católica, para evitar que nos terminemos buscando a nosotros mismos. Cuidar la oración, da sustento a todo lo demás.