Los carmelitas descalzos nacemos en Duruelo, un lugar perdido entre Ávila y Salamanca, el 28 de noviembre de 1568, primer domingo de adviento. Este año 2021 se repite la fecha, el 28 de noviembre coincide con el primer domingo de adviento. Han pasado poco más de 450 años de aquel momento. Nuestra historia es densa y compleja en personajes y acontecimientos. Cada siglo tiene algo que narrar de modo destacado. El siglo XIX es muy especial: la orden desaparece, al igual que el restos de las órdenes religiosas de España, debido a las decisiones tomadas por el gobierno de esos momentos que quiere que se desvanezca todo aquello que suponga una ayuda para los que buscan a Dios. Para ello decreta la desamortización de los bienes eclesiásticos y con ello la supresión de los conventos y monasterios que pasan a otras manos. Les da igual la vida de frailes y monjes, lo que importa es que dejen de dar fuerza y luz a los habitantes del país frente a las tendencias que quieren imponer aquellos que gestionan la trayectoria de España en la primera mitad del siglo XIX.
Todo se apaga, bueno todo no, casi todo, los frailes se reparten por sus pueblos de origen, pasan a Francia o se quedan como sacerdotes que atienden parroquias rurales. Un desastre descomunal que era lo que se pretendía con esas leyes civiles. Pero Dios siempre está por encima de todo y de los grandes males saca grandes bienes. Durante más de 30 años los hijos de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz dejamos de vestir el hábito por las calles y plazas de nuestra patria, España, pero cuando llega el momento querido por Dios, la vuelta del marrón y blanco llena de vida de nuevo los pueblos y ciudades que no habían perdido la esperanza de volver a escuchar cantar a los frailes la Salve ante la Virgen del Carmen cada sábado por la tarde o esos sermones espléndidos en honor a la Reina del Carmelo, Santa Teresa o el Niño de Praga a los que seguían solemnes procesiones.
Es bueno mirar hacia atrás para descubrir cómo en momentos tan críticos todo puede cambiar cuando uno deja que Dios actúe y disponga personas, lugares y situaciones precisas para que lo que parecía extinguido para siempre poco a poco renazca de nuevo. Todo revive gracias a que quedaba un rescoldo sin consumirse que es el germen de la restauración carmelitana en España.
Esto llega a ser realidad con el renacimiento de la orden en Marquina el año 1868. Marquina, cerca del Bilbao, es la primera casa que retoma la vida conventual. El momento llega el 14 de agosto de 1868 cuando el P. General de la orden, Domingo de San José, toma posesión del convento. A este gran personaje tenemos que unir a otros tres. El que lleva las riendas del gobierno y la organización, el P. Pedro José de Jesús María; el que imbuye en el carisma carmelitano a los jóvenes que toman el hábito y los forma en el espíritu propio del Carmelo Descalzo, el P. Manuel de Santa Teresa; y un prior ejemplar, el P. Miguel de la Santísima Trinidad. Pero cuidado, no es todo cosa de frailes, los seglares también juegan un papel muy importante; entre ellos destaca el Conde de Villafranca, D. Cándido Gaytán de Ayala y dos grandes colaboradores suyos, Nacarino Bravo y Rafael García entre otros.
Tenemos todo dispuesto. Sobre esta base se construye la casa. El alcance de la reimplantación carmelitana es el punto de partida para la gran obra que sigue después: la restauración y reunificación del Carmelo Descalzo masculino en el siglo XIX, la expansión por España y el salto a India y América, la cultura y apostolado durante esta época, la fundación de Cuba, la recuperación del patrimonio artístico perdido y la restauración de la vida eremítica son los grandes frutos que dan luz a una España envuelta en densas tinieblas.
Entre estos grandes hijos de Santa Teresa encontramos muchos testimonios ejemplares que nos pueden servir ahora que vivimos un período de crisis como el actual. Nadie puede negar la situación de nuestros días. Son momentos que se pueden leer al unísono. Hace 150 años el problema era que los jóvenes empezaban a pedir la entrada en la orden y apenas había conventos disponibles. Poco a poco se iban recuperando los que se podían, empezando por los históricos, por la cuna del Carmelo Descalzo, como Ávila, Segovia y Alba en Castilla; y a la vez también por el Desierto de las Palmas (Castellón) y Valencia en Levante. Ahora sucede todo lo contrario, apenas hay jóvenes en España que quieran tomar el hábito carmelita y lo que sobran son conventos. Hoy toca cerrar casas, entonces abrir nuevas o recuperar las que siempre habían sido hogares de carmelitas descalzos para dar cabida a todos. Por eso es bueno recordar lo que escribe en 1880 el P. Manuel de Santa Teresa al Conde de Villafranca cuando después de formar a los novicios en España, se encuentra en Cuba con el problema de fundar conventos y extender la orden por aquellas tierras de ultramar viviendo ese espíritu misionero propio del carisma carmelitano:
“Es imposible decir la necesidad que hay de comunidades; y no hay otro medio de salvar estas Antillas. Muy pocos van a misa aun los días de precepto, la confesión en tiempo que se da una misión y a la hora de la muerte si llega a tiempo el confesor. El corazón se nos parte de dolor al oír conversaciones de algunos buenos católicos y algunos buenos sacerdotes. Porque qué corazón habrá tan duro que no se mueva a compasión al ver tantas almas que se pierden por falta de buenos sacerdotes; porque los malos sacerdotes con su afán de ganar dinero se han perdido ellos y han dejado la viña del Señor en un estado que no produce mas que espinas y abrojos […] Ojalá que vengan algunos que tengan buen espíritu, que los recibiremos con los brazos abiertos, pero han de ser buenos y si no, que no vengan. Aquí para hacer algún bien han de ser religiosos experimentados y buenos, así nos dice nuestra seráfica madre Santa Teresa de Jesús, y así es, y así será siempre y no hay que dar vueltas”.
La historia es lo que es; una escuela donde descubrimos lo bueno y lo malo que ha sucedido y nos ayuda a vivir en nuestros días teniendo en cuenta los fallos pasados para no repetirlos y lanzarnos hacia el futuro con ganas, sabiendo lo que tenemos que hacer para ser fieles al carisma heredado. Aprendamos del gran maestro de novicios que inculca el espíritu carmelitano a los jóvenes que son la base de la restauración de la orden en España y busca lo mejor para todos: vida de comunidad, oración mental en el coro, silencio interior y exterior y presencia del hábito y capa por las calles. Así renace el Carmelo Descalzo en España a finales del siglo XIX, con jóvenes entregados e ilusionados por avivar la casi extinta llama prendida en Duruelo aquel primer domingo de adviento…