Antes de entrar en materia, vale la pena citar un cuento tradicional a modo de introducción. Se titula “El mono y el pez”. Veamos: “había un mono que era conocido por su gran bondad y por su afán de ayudar a los otros animales de la región. En aquel bosque tropical nunca hacía frío. Todo era tranquilo y el mono se paseaba de rama en rama buscando a alguien a quien ayudar. Un día se acercó a un río y, como no sabía nadar, se quedó mirando maravillado sus aguas cristalinas. Vio entonces un pequeño pez que se paseaba en busca de alimento. El mono quedó entonces muy preocupado pensando que el pez tendría frío y podía morir ahogado en aquel río inmenso. Ni corto ni perezoso, resolvió ayudar al pobre pececito. Arriesgándose, se puso encima de un tronco que flotaba hasta que consiguió agarrar el pez. Sintió entonces que el animalito estaba helado y pensó en el frío que el pobrecito habría pasado sin que nadie lo ayudase. Esto lo dejó muy satisfecho por su buena acción. Después de la operación de salvamento, creyó que podía ayudarlo más. Decidió entonces llevarlo para su árbol y calentarlo con su piel. A la mañana siguiente, al despertar, vio que el pez estaba muerto. Se puso muy triste, pero no se preocupó demasiado, pues sabía que había intentado todo para ayudarlo. Se consoló todavía más cuando concluyó que el pez seguramente había muerto debido a un resfriado que tal contrajo durante el tiempo que vivió en el agua, sin ayuda de nadie”. ¿Qué relación tiene con la “opción por los pobres”? Sin duda, hay mucha gente buena, hombres y mujeres que realmente lo han dejado todo para irse con los últimos, pero, a veces, desde la buena intención o un sentimiento equivocado de culpa por haber nacido en una familia adinerada, el abordaje, al verse influenciado por algún tipo de ideología, resulta distorsionado, haciendo de los necesitados un sector que solamente sobrevive, ayudado por el asistencialismo, en vez de contar con programas integrales que les permitan, mediante la educación y el acceso a la salud, salir adelante. Lo que ellos necesitan no es una reproducción de su situación, sino adentrarse en un proceso que los ayude a descubrir tres aspectos fundamentales: ser conscientes de su dignidad humana, desarrollar las habilidades y tener nociones teórico-prácticas de un oficio específico, así como promover una mayor escolarización que les permita acceder a los diferentes programas de becas que ofrecen tanto las universidades católicas como las seculares.
En una ocasión, el que esto escribe, fue invitado a un centro educativo situado en una zona muy pobre, totalmente periférica, atendido por una congregación que les brinda educación a los últimos. Al principio, pensó que se encontraría con un colegio en malas condiciones, tomando en cuenta la idea de hacerse pobre con los pobres; sin embargo, vio una escuela bien estructurada. Entonces, la confusión terminó y se dio la oportunidad de platicarlo con una religiosa que había sido misionera en un contexto similar. La pregunta fue ¿por qué tienen un colegio bien cimentado y una vivienda anexa en buenas condiciones mientras el vecindario vive mal?, ¿no se supone que hay que estar en igualdad de condiciones? Ella respondió -sabiamente- que de esa manera, lejos de llevar más miseria, lo que se intentó fue poner un colegio digno que, primeramente, hiciera sentir cómodos a los estudiantes y, en segundo lugar, atrajera la atención de las autoridades y de los particulares a modo de que los servicios básicos como alcantarillado y agua potable comenzaran a llegar. Cosa que, efectivamente, se logró. Y es que, en el fondo, pensamos que ayudar a los necesitados, supone copiar su situación en vez de prepararles algo distinto, un ambiente que revindique su dignidad. Tenemos la tarea de llevar, junto con la evangelización, el progreso material. De ahí que dicha escuela estuviera en condiciones óptimas.
Las personas que viven en situaciones de calle no necesitan que dejemos de usar celular o tener una cuenta bancaria, sino que compartamos lo que somos y tenemos. Un paciente espera que su médico esté sano para que pueda operarlo. Menudo lío si el doctor decidiera, por mal interpretar la solidaridad, contraer el mismo virus y así compartir su dolor. A veces, en el afán de estar cerca del necesitado, pensamos que el pauperismo es la mejor forma de hacerlo, pero el que nos vistamos de un modo distinto al convencional, no hará que reciba sustento. En vez de perdernos en modas o cosas exteriores, nos toca trabajar por ellos sin condicionamientos ideológicos, sino a partir del Evangelio. Unámonos, como Iglesia, en favor de los últimos, desde una conciencia clara de la hoja de ruta a seguir para que, en vez de prolongar o mantener su pobreza, en medio de choques ideológicos, demos pasos tendientes a liberarlos de ella.
En una ocasión, el que esto escribe, fue invitado a un centro educativo situado en una zona muy pobre, totalmente periférica, atendido por una congregación que les brinda educación a los últimos. Al principio, pensó que se encontraría con un colegio en malas condiciones, tomando en cuenta la idea de hacerse pobre con los pobres; sin embargo, vio una escuela bien estructurada. Entonces, la confusión terminó y se dio la oportunidad de platicarlo con una religiosa que había sido misionera en un contexto similar. La pregunta fue ¿por qué tienen un colegio bien cimentado y una vivienda anexa en buenas condiciones mientras el vecindario vive mal?, ¿no se supone que hay que estar en igualdad de condiciones? Ella respondió -sabiamente- que de esa manera, lejos de llevar más miseria, lo que se intentó fue poner un colegio digno que, primeramente, hiciera sentir cómodos a los estudiantes y, en segundo lugar, atrajera la atención de las autoridades y de los particulares a modo de que los servicios básicos como alcantarillado y agua potable comenzaran a llegar. Cosa que, efectivamente, se logró. Y es que, en el fondo, pensamos que ayudar a los necesitados, supone copiar su situación en vez de prepararles algo distinto, un ambiente que revindique su dignidad. Tenemos la tarea de llevar, junto con la evangelización, el progreso material. De ahí que dicha escuela estuviera en condiciones óptimas.
Las personas que viven en situaciones de calle no necesitan que dejemos de usar celular o tener una cuenta bancaria, sino que compartamos lo que somos y tenemos. Un paciente espera que su médico esté sano para que pueda operarlo. Menudo lío si el doctor decidiera, por mal interpretar la solidaridad, contraer el mismo virus y así compartir su dolor. A veces, en el afán de estar cerca del necesitado, pensamos que el pauperismo es la mejor forma de hacerlo, pero el que nos vistamos de un modo distinto al convencional, no hará que reciba sustento. En vez de perdernos en modas o cosas exteriores, nos toca trabajar por ellos sin condicionamientos ideológicos, sino a partir del Evangelio. Unámonos, como Iglesia, en favor de los últimos, desde una conciencia clara de la hoja de ruta a seguir para que, en vez de prolongar o mantener su pobreza, en medio de choques ideológicos, demos pasos tendientes a liberarlos de ella.