Lo que está pasando está a la vista. Nuevos documentos internos del Vaticano han llegado a los medios de comunicación, a través de personas que han traicionado la confianza del Papa, y que están siendo publicados para mayor disfrute de los enemigos de la Iglesia y mayor vergüenza de los que la amamos. Basta con leer los titulares de algunos medios italianos para darse cuenta de lo que digo. Por ejemplo, el diario “Libero” lo hacía así: “En el Vaticano han robado incluso el dinero de las misas”. “La Reppublica” se decantaba por este otro titular: “Las cuentas secretas del Vaticano. Gastos fantasmas por millones”. “Il Giornale”: “Las cartas del Papa. Riqueza, inmundicia y juegos de poder”. Estamos, no cabe duda, ante un segundo “vatileaks”.
Esto es lo que pasa, pero ¿por qué pasa? Quizá algunos datos pueden ayudarnos a entenderlo. En el primer “vatileaks” el objetivo primero no era hacer daño a la Iglesia (ese es siempre el objetivo final, el más importante), sino deteriorar la imagen de Benedicto XVI. Se trataba de presentarle ante la opinión pública como alguien incapaz de gobernar la institución, de hacer frente a la corrupción interna, de poner freno a todo tipo de abusos. Y no sólo eso, se trataba de que él mismo llegara al convencimiento de que por el bien de la Iglesia debía dimitir. Si su posterior dimisión estuvo motivada por estos ataques, es un asunto que sólo saben Dios y él.
Ahora, en cambio, no parece ser el Papa el objeto de las críticas. Al contrario, se insiste en que el Pontífice no sólo es inocente sino víctima de un complot. Y los que están detrás del mismo –aunque sean personas puestas por él en los catos de confianza desde los que han accedido a los documentos filtrados- son calificados como la “vieja guardia” e identificados sutilmente como los miembros de la Curia que se han opuesto al Pontífice en el recién clausurado Sínodo. Por ejemplo, se destaca el hecho de que el Papa viva en un pequeño apartamento, mientras que los cardenales viven en otros mucho más grandes y se dan los metros cuadrados de dichos apartamentos, pero citando sólo los de los cardenales conservadores y nunca los de los progresistas, aunque unos sean vecinos de otros y aunque se sepa que los cardenales viven allí porque ese es el lugar que el Vaticano les ha asignado, sin que ellos lo hayan pedido.
Debemos preguntarnos, pues, cuál es el objetivo del nuevo “vatileaks”. ¿No será un intento de erosionar la imagen de aquellos que han defendido la ortodoxia de la Iglesia y la fidelidad a la Palabra de Dios y a la tradición? El resultado, de momento, es evidente: se está haciendo un enorme daño a la Iglesia, cuya imagen queda una vez más enfangada. Pero éste es, como decía antes, el objetivo último, el objetivo final. De momento, lo que se busca podría ser calificar de corrupta a la supuesta oposición que el Papa estaría encontrando en la Curia y esto no sólo en cuestiones económicas sino dogmáticas. En España, cuando uno elogia a otro de forma desmedida, se hace esta pregunta: “¿Contra quién va el elogio?”. Creo que ahora debemos preguntarnos, ¿contra quién va el ataque?