Iglesia de Omodos en Chipre central |
Cada vez que estoy en un país de mayoría ortodoxa, me viene a la cabeza la gran afinidad entre los cristianos de un lado y otro del Mediterráneo. Como es bien sabido, la separación entre la iglesia latina y la oriental, o si se prefiere, católica y ortodoxa, fue más fruto de cuestiones personales que teológicas. La herencia de la tradición romana había quedado en la Roma oriental (Bizancio), mientras la capital del anterior imperio se recuperaba de un largo declive cultural tras la paulatina asimilación de los pueblos bárbaros. Bizancio eran tan cristiana como Roma, o quizá más aún pues conservaba muy cercanas las tradiciones de los primeros siglos de la Iglesia. Ocupaba los lugares santos del cristianismo, bizantinos hasta la conquista musulmana a fines del s. VII. Bizantinas eran las iglesia más emblemáticas de la cristiandad, desde la Basilíca del Santo Sepulcro, hasta la de Belén, pasando por la mayor parte de los lugares donde habían predicado los primeros cristianos: Efeso, Tesalónica, Corinto, Galacia, Tiro, Atenas, Alejandría...
Tras diez siglos de separación, ahora los cristianos orientales nos parecen muy alejados de nosotros, pero en realidad siguen estando tan cerca como en el momento de la separación. No entendemos su liturgia, pero apreciamos su arte, la delicadeza de sus iconos, su sentido de lo sagrado, la belleza de sus monasterios. No entendemos su lengua, pero en el fondo hablamos un lenguaje común, creemos en el mismo credo, vivimos de los mismos sacramentos, practicamos la misma oración...
Los últimos Papas han intentado acercarse a la iglesias ortodoxas, tenderles un abrazo fraterno. Desde el encuentro de Pablo VI con Atenágoras hace algo más de 50 años, se han sucedido muchos abrazos entre Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco con los patriarcas de las principales iglesias ortodoxas. Todos ansiamos la unión, para que la Iglesia pueda respirar con los dos pulmones, como el gustaba decir a S. Juan Pablo II. Sería una lección muy hermosa para un mundo que se aleja de Dios, que no entiende de Teología, que sabe más bien poco de Historia y que no entiende que los amigos de Jesús estén divididos.