Esta semana he estado oyendo en diferentes ámbitos cómo un sufrimiento o una desgracia puede ser fuente de grandes bendiciones.
Por un lado, en una charla de Rafael Santandreu sobre su libro «Nada es tan terrible». A mi entender, según la charla, la visión que da Santandreu, si bien la da desde el campo estrictamente psicológico y sin mención a Dios, es absolutamente cristiano. Dice Rafael que tenemos que asumir que en la vida hay sufrimiento y hay dolor, que esta es una realidad de la que no podemos escapar. Dicho en cristiano, que en la vida hay cruces. Dice también que tenemos que aceptar y asumir ese sufrimiento y dolor que la mayoría de las veces no es tan insoportable como en nuestra imaginación nos hacemos y descubrir lo bueno que hay en ello. Dicho en cristiano, que la cruz hay que abrazarla, que hay que dar sentido al sufrimiento y que siempre Dios permite un mal para sacar un bien mayor.
Por otro lado, una charla de D. Juan Antonio Reig Pla de ejercicios espirituales parroquiales donde hablaba del gran beneficio que sacó San Ignacio de Loyola de su herida de guerra en la pierna, y hablaba también de la santa indiferencia, no querer más honra que deshonra, salud que enfermedad, riqueza que pobreza. Este tema también se abordaba en la charla de Santandreu, no como santo abandono, sino porque tendemos a creer que las cosas nos tienen que ir siempre bien y ser favorables, y esto obviamente se choca con la realidad.
Son innumerables los testimonios de personas que después de haber pasado por algo a priori malo, como una enfermedad grave, un accidente, un hijo con una gran discapacidad, una bache económico fuerte, se dan cuenta de que ese hecho les ha hecho cambiar para bien, cambiar su escala de valores, y son más felices de lo que eran anteriormente. Dicho en cristiano, dichosa la circunstancia y la herida que te acerco a Dios.
A mi entender, este es el tema clave en la vida de cualquier persona: el problema del mal: por qué sufro, por qué el dolor, por qué Dios permite esto… Todos nos hemos visto con el sufrimiento en nuestra vida en mayor o en menor medida, todos hemos sido heridos, de esto no podemos escapar porque es la vida del hombre, pero la gran diferencia es qué actitud tomo ante ello: lo acepto o me rebelo, permito que me construya y me haga crecer como persona y en santidad o dejo que me destruya y me envilezca. Hay algo en común entre los grandes santos y los grandes psicópatas, en la mayoría de los casos ambos han pasado por circunstancias muy duras, pero su reacción ha sido muy distinta. El misterio de la cruz y de la redención, el misterio de la muerte y de la resurrección, del pecado y de la gracia, es el centro de nuestra fe y es el centro de nuestra vida personal.
Me hizo pensar también mucho el tema de la santa indiferencia. La realidad es que las circunstancias no siempre son como queremos, vamos, que realmente no lo son nunca, pero el problema es que tampoco las aceptamos ni sabemos ver lo bueno que pueda haber en ellas, dicho en cristiano, que no sabemos ver la voluntad de Dios en ella, lo que Dios permite siempre para el bien de los que le aman.
Me dijo una vez un director espiritual la siguiente frase: «no solo hay que hacer lo que Dios ama, sino amar lo que Dios hace». Aceptemos pues las cartas que tenemos, que son las que Dios nos ha dado y son las mejores por más que sean difíciles, que en muchos casos lo son y mucho.