«Los mejores médicos

del mundo son: el doctor

dieta, el doctor reposo y

el doctor alegría.»

JONATHAN SWIFT

 

Aquel mendigo, hombre piadoso, todos los días después de oír misa se ponía a la puerta de la iglesia pidiendo limosna. Su «imagen corporativa» era un hombre de pie, con el rosario en la mano derecha y un sombrero boca arriba en la mano izquierda.

 

-Es que, decía, así mientras rezo pido y mientras pido rezo.

 

Un día, un feligrés, viendo lo viejo que era el sombrero que usaba para pedir, le regaló un sombrero nuevo. Y así, de pronto, se vio con un sombrero en cada mano.

 

-Hombre, Guiller, le dijo un feligrés conocido suyo, pedir a dos manos....

 

Y el mendigo que gozaba de una buena dosis de humor, le sonrió socarrón y le dijo:

 

-No es eso, es que como el negocio me iba bien, he abierto una sucursal.

 

Siempre es importante la alegría, pero en los momentos que nos tocan vivir, más. La alegría verdadera es algo tan profundo e íntimo que es casi divino, por eso dice el apóstol Santiago (5,13): ¿Está triste alguno de vosotros? Que rece.

 

Hay una alegría, la verdadera alegría, que no depende sólo de tener dinero, salud y placeres. Bien lo han experimentado algunos poderosos de este mundo: Soy tan pobre que sólo tengo dinero, dijo la supermillonaria,  Cristina Onassis.

 

La alegría verdadera es como un fuego interior que nos mantiene alegres, tranquilos y despreocupados porque toda la preocupación la tiene puesta en Dios, en llevar una vida como Él quiere teniendo una conciencia tranquila.

 

No hay nada mejor para vivir siempre serenos, que tener conciencia de que Cristo camina a nuestro lado con la cruz a cuestas, pero también resucitado. Eso nos dará un carácter más dulce y alegre y nos hará triunfar aún en lo humano, porque la alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro.

 

Usando lenguaje de crisis, diré que Dios es el mayor depositario, el banco de la alegría; por eso, qué bueno sería, de la mano de la Virgen, pasarnos la vida abriendo sucursales.