No hace tanto de la visita del Papa a los Estados Unidos (aunque casi parezca lejana después de tantas emociones vividas durante el Sínodo de la familia), durante la cual fue canonizado en Washington DC (la primera canonización en suelo norteamericano), en la bella Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, San Junípero Serra, el franciscano mallorquín que evangelizó parte de lo que hoy es México y California. Dicho sea de paso, un territorio que a alguien de este siglo como yo me parece humanamente inabarcable por una sola persona. Cuando uno contempla los kilómetros recorridos a pie (cojeando por una herida ulcerosa en una pierna) y las misiones fundadas por el nuevo santo, no puede dejar de expresar su admiración, meramente humana, ante tal obra. Cuando uno se fija en el detalle, la admiración es aún mayor y de carácter espiritual.
Traigo aquí a San Junípero Serra a propósito del artículo que le ha dedicado el recientemente nombrado obispo auxiliar de Los Angeles, el mediático Padre Robert Barron, bajo el título ¿Por qué San Junípero Serra importa hoy? Allí, el obispo Barron se hace eco de algunas críticas a la figura de San Junípero, para afirmar a continuación que una mirada atenta a la realidad de su vida echa por tierra cualquier acusación contra él.
Empezando por la acusación, un tópico muy común, de la motivación de su llegada a América, que sería, cómo no, la búsqueda de riquezas y poder. Pero resulta que san Junípero era un franciscano muy brillante en sus estudios, tanto que tras conseguir un doctorado empezó a dar clases y fue nombrado para ocupar la cátedra Duns Scoto en filosofía. Llevaba una vida confortable y su carrera intelectual iba como un cohete, haciendo de él una persona prestigiosa que los poderosos escuchaban y valoraban. Entonces, con 36 años, decide que quiere irse de misionero al Nuevo Mundo. “Se comprometió a esta misión -escribe el obispo Barron- con un deseo sincero y profundo de salvar almas, sabiendo perfectamente que probablemente nunca regresaría a su patria”. O sea, que de aquello tan manido de dinero y poder, más bien poco.
Otra fuente de críticas es la naturaleza de su misión, que sería colonialista. Esta acusación sólo puede partir de la ignorancia de lo que es y supone la labor evangelizadora. En efecto, el anuncio de la fe, cuando es recibido por los pueblos, cambia su mentalidad, prioridades y gustos. Y sí, cambia el modo de vivir, da luz a una nueva cultura, en este caso cristiana, y en consecuencia encantada de formar parte de un reino cristiano (con todas las imperfecciones que se quieran) como era el Reino de España de la época. No se trata de que san Junípero fuera un agente “colonialista”, sino de que al evangelizar, se quiera o no, también se civiliza.
Atención: si su afán evangelizador hubiera sido una pantalla para su motivación principal, “civilizar”, lo más probable es que sus esfuerzos se hubieran saldado con un sonoro fracaso. Es justo al revés: quería llevar a Jesucristo a esas gentes, lo consiguió, y por añadidura les llevó muchas más cosas, por ejemplo, tal y como señala el obispo Barron, “los principios de la agricultura y de la ganadería, lo que les permitió ir más allá de una mera vida nómada”. ¿Se imaginan a alguien dejando su confortable cátedra universitaria para irse de misionero a un lugar lejano y lleno de peligros movido por su celo de llevar los principios de la agricultura y las buenas prácticas ganaderas a los salvajes del Nuevo Mundo?
No quiero dejar de señalar un pasaje del escrito del obispo Barron que me parece muy importante por lo que supone de defensa de la labor de España en América, algo que hoy en día niegan muchos españoles y que un obispo en California nos viene a recordar. Escribe Barron: “lo que he encontrado fascinante, por otra parte, es que no existió (se refiere a las misiones fundadas por san Junípero) nada ni remotamente análogo a estas misiones en el otro lado del continente. Aunque para nuestros estándares trataron a los indios de un modo bastante condescendiente, los españoles evangelizaron e instruyeron a los indios, mientras que los colonos británicos en las colonias americanas los apartaron de su camino”.