Tú, Señor, promulgas tus decretos para que se observen exactamente; ¡ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas! (Sal 119,4s).
Junto al sacrificio de ratificación de la Alianza del Sinaí, estaban sus clausulas, es decir, el libro de la Alianza, en cuyo centro estaban las Diez Palabras (Decálogo). A la lectura de él, el pueblo respondió diciendo: "Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho el Señor" (Ex 24,7).
En la Nueva Alianza, no se inmolan novillos como sacrificio de comunión, sino que es Cristo la víctima. Ni hay diferencia entre el sacerdote y lo sacrificado. Jesucristo es a la vez la víctima y el sacerdote. Pero tampoco hay diferencia entre estos y las clausulas de la Alianza. Jesús no es solamente la víctima y el sacerdote, sino que también es la Palabra eterna del Padre. La voluntad divina se nos manifiesta en la encarnación de su Hijo y de manera particular en su misterio pascual.
Cuando el ministro de la comunión dice: "El Cuerpo de Cristo", nos dice que esa es la Palabra de Dios, que esa es su voluntad. Y nuestro amén ha de contener en sí las palabras que hemos citado del libro del Éxodo. En la humanidad de Cristo, Dios ha promulgado, ha hecho manifiesta su voluntad para con los hombres. Pero nosotros somos débiles, por eso nuestro amén solamente lo es desde la humildad, desde el saber que es Dios también el que, junto a la revelación de su voluntad, da firmeza a nuestras piernas para que podamos andar por su camino.