Estamos en vísperas del día del seminario. En torno a San José los seminarios diocesanos celebran a su patrón. Cuatro años viví esta fiesta mientras era seminarista de mi diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Después, como carmelita descalzo, me uno siempre en oración a esta efeméride y si puedo asisto allí donde me encuentro. Es una alegría participar en una ordenación diaconal o sacerdotal en el día de San José. Este año en Logroño no hay ordenaciones. Hemos tenido tres el curso pasado y ahora nos toca esperar a que llegue la hora de los que se encuentran en estos momentos en la etapa de formación.
Esto no hace perder la esperanza, al contrario, la empuja a mirar adelante, a poner los ojos en a la cruz en este tiempo de cuaresma y a dar muchas gracias por el gran regalo con el que contamos desde el pasado sábado: 9 seminaristas de Oviedo mártires han sido beatificados. Allá por los años 30 del siglo pasado ofrecen su vida a Dios como verdaderos testigos de la entrega incondicional a Jesucristo. Quieren ser sacerdotes y el que pone en ellos esta preciosa vocación les concede a su vez otra más impresionante aún: ser mártires, ser ejecutados por el único hecho de ser seminaristas, ser llamados a la vida eterna sin poder celebrar la eucaristía como sacerdotes. Y ahora ellos interceden por nosotros.
Son jóvenes, chavales, algunos poco más que muchachos, tienen entre 18 y 25 años cuando termina su vida de modo heroico. ¿Quién no tiene en su familia algún joven de esta edad? Pongamos nombre y rostro a ese hijo, hermano, primo, nieto, sobrino, que ronda esos años. ¿Cuánto lo queremos? ¿Cuántos momentos de su vida compartimos con él? ¿Caminamos juntos en la fe?… Podríamos hablar mucho cada uno de esos jóvenes que en nuestras familias hoy estudian una carrera o trabajan, viven cerca o lejos, dan problemas y alegrías a la vez, tienen novia o quizá están en el seminario. Somos parte de su familia, conocemos sus nombres, sus relaciones personales, su historia concreta, sus ilusiones, sus gustos, sus penas, sus proyectos, sus… porque estamos a su lado. Pues bien, lo mismo pasaba en Asturias durante el primer tercio del siglo pasado. Entonces muchos jóvenes en las familias iban al seminario para ser sacerdotes, hoy pocos, pero antes muchos. Ante esta situación lo importante es centrar nuestra vida en Dios. ¿Cómo?
Poniendo la mirada en la eucaristía: los seminaristas martirizados y los de nuestros días se preparan para celebrar la eucaristía. Toda una vida dedicada a celebrar este misterio de amor. Un misterio que se hace vida y por el que se puede dar la vida; de hecho así sucede. Por ello debemos preguntarnos en primera persona si voy a misa todos los domingos, fiestas y siempre que puedo para encontrarme allí con Jesucristo y tomar la fuerza que recibo en la comunión o también en la adoración eucarística.
Buscando el perdón y la paz: aquellos seminaristas que mueren por ser eso, seminaristas, lo que hacen es perdonar a la vez que dar y contagiar paz. Uno de ellos, Sixto, dice a sus padres: “Si a mí me pasa algo, ustedes tienen que perdonar”. No solo perdonan ellos sino que invitan a perdonar a todos ese trance que en sí mismo es un acto de violencia: matar a sangre fría a otra persona ya sea a tiros o a cuchilladas. Incluso otros, los que mueren durante la guerra civil y han conocido a los anteriores que son martirizados durante la revolución de 1934, se sienten llamados a lo mismo: “Sería feliz siendo mártir” decía Luis a su hermana. ¿Qué hay aquí en estas palabras vivas sino un sentimiento de paz, perdón y alegría por unirse a Cristo en la cruz? Después de conocer estos sucesos lo mejor es hacer un buen examen de conciencia y recorrer nuestra vida para preguntarnos si reconozco que hay personas a las que tengo que perdonar de corazón y para siempre.
Dando testimonio de nuestra vida: los seminaristas se quitan la sotana para poder huir con más facilidad, pero de normal la llevan puesta, es su vestimenta identificativa. Hoy ya no se lleva, pero lo que tiene que hacernos pensar es que se hacen visibles al mundo, no esconden su identidad salvo en casos extremos como la persecución cruenta directa. Y ante esto surge una cuestión: ¿oculto que soy cristiano ante otras personas?
Y concluyo, muchos seminaristas podían haber terminado igual que ellos. También jóvenes religiosos que pasan por la misma situación en la ciudad de Oviedo, pero antes de llegar al martirio son liberados. Me lo contaba un hermano de hábito en sus últimos años de vida cuando estaba con él en el convento de Burgos. Los habían detenido, estaban presos, entraban los mineros revolucionarios y les ponían la pistola en el pecho, amenazaban con darles un tiro allí mismo, no saben qué va a pasar, sufren, su vida está a merced de otros, pero no llega nunca el momento. Alcanzan la libertad al final. Sólo un carmelita descalzo llega al martirio entre ese grupo; ya está beatificado, es el prior de la comunidad: el beato Eufrasio del Niño Jesús.
Beatos Ángel, Mariano, Jesús, César, José María, Juan José, Manuel, Sixto y Luis, rogad por nosotros. Rogad vosotros, los escogidos para una doble vocación; la de ser seminaristas y mártires.